'Pentimiento
Querido A.: el dossier de prensa que me env¨ªas, con tu habitual generoso miramiento, contra algunas de mis actitudes p¨²blicas acerca del uso revolucionario de la violencia no me era del todo desconocido. Se repiten las s¨®litas acusaciones de reconversi¨®n interesada de mis opiniones de anta?o en beneficio de lo hoy establecido, apoyo legitimador al poder, renuncia a la funci¨®n cr¨ªtico-ut¨®pica del intelectual, etc¨¦tera. Por tu parte, cari?osa y preocupadamente, me cuestionas que resulte l¨ªcito -pol¨ªtica y hasta ¨¦ticamente- condenar cualquier tipo de violencia antiestatal mientras sigamos en una sociedad injusta y militarizada. Voy a intentar responderte, no por azoro -de sobra me conoces- ante el qu¨¦ dir¨¢n, sino por fidelidad l¨²dica ante lo que debe ser dicho.En estas fechas en que celebramos el aniversario del segundo Congreso de Intelectuales Antifascistas del a?o 37, vaya esta p¨¢gina en homenaje a Andr¨¦ Gide, presidente del pnimer Congreso el a?o 35 en Par¨ªs y semiproscrito despu¨¦s por haber contado sin ambages sus impresiones tras un viaje a la Rusia estalinista. Y a Mario Onaind¨ªa, a quien no se merecen y por eso no sali¨®.
Vaya primero una palabra sobre las transformaciones culpables de mis puntos de vista pol¨ªticos. Curioso pa¨ªs ¨¦ste, donde el desencanto es prueba de honradez insobornable y el arrepentimiento parece demostrar, por el contrario, cobard¨ªa. ?Qu¨¦ f¨¢cil les resulta no cambiar de -opini¨®n a quienes nunca se han molestado en fundar la suya! Leo tres o cuatro libros semanales sobre cuestiones relacionadas con los valores y la pr¨¢ctica social: si supusiera que lo que he de pensar sobre estos temas est¨¢ ya definitivamente establecido, no leer¨ªa m¨¢s que novelas, que es lo que de verdad me gusta. Por lo dem¨¢s, no deja de ser sorprendente dar por sentado que las opiniones sobre temas hist¨®ricos deban ser ahist¨®ricas. Parece indiscutible que si Marx hubiese vivido en el siglo XVIII no hubiera escrito El capital, pero por lo visto hay quien supone que de vivir hoy no necesitar¨ªa camb iarle ni una coma. Los que as¨ª creen confunden el an¨¢lisis socio-econ¨®mico de Marx con el milenarismo de Thomas M¨¹nzer, la reflexi¨®n sobre lo real con la autoindulgente e inmutable creencia religiosa. O quiz¨¢ ni eso: ya Nietzsche previno contra quienes a toda costa tratan de hacer rimar cada ¨¦poca de su vida con las anteriores, como los malos poetas que fuerzan el sentido con talde procurarse la ripiosa consonancia.
La honradez intelectual no consiste en mantener ni en modificar las posturas te¨®ricas, sino en dar cuenta de los pasos que se van siguiendo. Pero no hay ingenuidad mayor que suponer adhesi¨®n inquebrantable, fruto de vergonzoso soborno, a cuanto no sea denuncia global de lo vigente o justificaci¨®n porque el sistema de recompensas no funciona ahora como en el franquismo: hay legitimadores del status a los que nunca se ve en un c¨®ctel y cr¨ªticos furibundos de lo establecido que jam¨¢s se pierden un pase de modelos. Segundo, porque quienes antes se encantaron y se desencantaron luego no tienen derecho a suponer que quienes no hemos necesitado desencantarnos estemos ahora tan encantados como ellos antes. Tercero, porque el culto reverente a la ret¨®rica del conmigo-no-pueden est¨¢ bien para la juventud ¨¢vida de m¨¦ritos y para la vejez que torna posesi¨®n anticipada de la gloria, pero lo propio de la madurez es no enrojecer ante la obligaci¨®n de hacerse cargo.
Me subrayas en las requisitorias que me env¨ªas frases contra quienes creen que la democracia "es una panacea" o quienes deambulan por el universo medi¨¢tico con semblante feliz, "corno si vivir en la Espa?a de hoy fuera un enorme privilegio". Los ¨²nicos que toman a la democracia por una panacea son quienes ante cada retraso del autob¨²s o cada conflicto laboral rezongan: "?Pues vaya democracia!". Los dem¨¢s sabemos que la democracia es la renuncia consciente y definitiva a las panaceas, es el zarandeado orden institucional que reposa sobre un solo principio inamovibole: no hay panaceas. Nada haria tan superflua y da?osa a la democracia como el descubrimiento de cualquier panacea pol¨ªtica: panacea o democracia, that is the question. Por lo dem¨¢s, desde un punto de vista general, vivir en Espa?a constituye, en efecto, un gran privilegio: si a un nasciturus que se dispone a caer en el mundo se le informara de todas las situaciones pol¨ªti cas que podr¨ªan corresponderle, considerar¨ªa la chance de aparecer en Espa?a hoy como una opci¨®n equivalente a lograr el pleno de la loter¨ªa primitiva en un d¨ªa de seis acertantes. No lo tomes como una declaraci¨®n de amor incondicional, porque yo
tambi¨¦n tengo mis objeciones al sistema: ya que insistes, te confesar¨¦ la que me parece m¨¢s grave. La democracia le permite a uno elegir sus gobernantes, pero no sus conciudadanos. Limitaci¨®n irremediable y fatal de la que derivan los restantes males. Mientras no sea posible seleccionar a nuestros iguales tal como se nos permite seleccionar a los jefes, nunca estaremos del todo a gusto entre los que mandan y los que obedecen...
Me recuerdas que dicen: "?Qu¨¦ derecho hay a condenar la violencia de los insumisos si el sistema todo es violento?". Creo que no s¨®lo es un derecho, sino una obligaci¨®n. El sistema, en cuanto acepta a su renqueante modo la sujeci¨®n a la ley, tiene la violencia como l¨ªmite perif¨¦rico del conflicto, pero no como n¨²cleo de ¨¦ste. Empe?arse en desnudar al Estado de sus cortapisas legales para que revele al fin su verdad de fondo es como sostener que el aut¨¦ntico rostro de cada cual no es el que ve en el.espejo, sino la oculta y omnipresente calavera. La tarea progresista -esto es, esclarecida y emancipadora- viene a ser precisamente lo opuesto: no destripar la mu?eca jur¨ªdica con objeto de sacar a la luz la violencia de su interior, sino elucidar en cada episodio violento los niveles legales en litigio. Porque no es la violencia el fondo real del conflicto pol¨ªtico, sino el conflicto pol¨ªtico -en sus carencias y en sus exigencias- lo subyacente a los fen¨®menos de violencia. La visi¨®n opuesta supone aceptar el coraz¨®n mismo de la doctrina militarista: el poder redentor de las armas y la vertebraci¨®n del Estado en torno al ej¨¦rcito como pueblo en armas.
Hablamos, por supuesto, de nuestro aqu¨ª y ahora. Y aqu¨ª y ahora no es lo mismo la violencia como consecuencia de una protesta civil (Reinosa, Puerto Real) que la militarizaci¨®n voluntarista de conflictos civiles por obra de una dictadura militar alternativa (ETA). El terrorismo pudre la vida cotidiana,
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porque sus ejecutores provocan a las fuerzas coactivas del Estado a fin de volverlas en represalia, cuanto m¨¢s indiscriminada mejor, contra la sociedad civil y as¨ª obtener nuevas razones para su pr¨®xima fechor¨ªa. El fusilamiento de rehenes no es menos ni m¨¢s justificable que poner una bomba en nombre de la explotaci¨®n capitalista para as¨ª hacer explotar de veras a unos cuantos explotados. No s¨®lo es que las razones de las guerrillas m¨ªticas de este siglo sean inv¨¢lidas en casos como el nuestro, sino que tambi¨¦n las normas de decencia guerrillera se han deteriorado mucho: el Che suspendi¨® un ataque nocturno contra dos camiones del Ej¨¦rcito boliviano cuando se enter¨® de que varios soldados dorm¨ªan dentro, pero hoy se habr¨ªa realizado el ataque precisamente porque hab¨ªa militares durmiendo. De estas reconversiones ?es o no es progresista hablar?
Cierto, vivimos en Estados ya demasiado corrompidos por la violencia armada. La consideraci¨®n del tr¨¢fico (o comercio, si se prefiere) de armas como un asunto puramente econ¨®mico es repugnante; tanto como que consejeros bien pagados de industrias de armamento dirijan la pol¨ªtica exterior del mayor de nuestros pa¨ªses aliados. Pero la tarea urgente es luchar contra el militarismo, no generalizarlo en nombre del ya existente. ?C¨®mo vamos a defender eficazmente lo mejor a¨²n tan incumplido de la sociedad en que bregamos -derechos humanos, internacionalismo racional y solidario, replanteamiento de la funci¨®n y retribuci¨®n tradicional del trabajo, etc¨¦tera- si no entendemos y proclamamos las razones que la hacen no adorable sino preferible? El defensor del nazi Klaus Barbie quiere convertir la causa contra ¨¦ste en una requisitoria contra el Estado liberal que le juzga: puesto que en todas partes se han hecho atrocidades, nadie tiene derecho a reivindicar humanidad frente a nadie. Algunos bienintencionados se apresuran a se?alar que las barbaridades de la tortura en Argelia fueron meriores que las cometidas por los nazis invasores. Pero el punto, no es ¨¦se: cada brutalidad tiene su propio peso y es incomparable e inexcusable. Lo esencial es que la Francia que protest¨® contra la tortura en Argelia era una instituci¨®n mejor -pol¨ªticamente m¨¢s decente y libre- no s¨®lo que la Alemania nazi, sino tambi¨¦n que la Argelia creada por el FLN y que a¨²n dura. No reconocer este tipo de cosas por mor de un tercermundismo que no est¨¢ haciendo m¨¢s que llenar el planeta de Cal¨ªgulas que sirvan de contrapeso a los Nerones del capitalismo imperial ha sido uno de los grandes disparates de la intelectualidad progresista occidental. En la m¨¦dida en que pueda haber ca¨ªdo en tal error, me arrepiento y proclamo mi prop¨®sito eficaz de la enmienda. No ser¨¢n las reconvenciones delirantes que me env¨ªas, y que s¨¦ que a fin de cuentas no compartes, las que logren avergonzarme por haber renunciado a delirar.
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