Un mito gemelo
Aqu¨ª lleg¨® casi al mismo tiempo que la guerra civil. En los cines de barrio, su claqu¨¦ veloz y martilleante se confund¨ªa. con los disparos de las ametralladoras que Regaban desde fuera; y los chicos de la calle se pon¨ªan tachuelas en los tacones y en las puntas para imitarle en el asfalto. En medio del hambre y del miedo, brotaba esta elegancia como al otro lado del espejo: el frac, el sombrero de copa, los guantes blancos, el bast¨®n.Y ese adorno que llevaba como ¨ªngr¨¢vido colgado del brazo; la vaharada de volantes, de larga melena rubia, de sonrisa ancha, de campesina venida a m¨¢s, que era Ginger Rogers.
Lo que m¨¢s le envidi¨¢bamos. Porque era un mito gemelo; y ahora casi parece que habr¨ªa que decir han muerto Fred Astaire y Ginger Rogers. Aunque m¨¢s tarde la pareja se desdoblase, en cada una de sus pel¨ªculas de sepajados est¨¢ el otro que no est¨¢; como se dice en el t¨®pico de nuestro lenguaje, brillando por su ausencia.
Fred Astaire representaba, en ese tiempo, el hombre por oposici¨®n al hombre; el cuerpo delgado, peque?o y ¨¢gil, era lo contrario del tarz¨¢n acolchado de m¨²sculos, gigantesco y soberanamente imbecil; o lo contrario de la chuler¨ªa de Clark Gable, que las abofeteaba.
Fred Astaire era el chiquit¨ªn que se queda con la gran rubia s¨®lo porque tiene gracia, porque gira en tomo a ella como no ha girado nunca nadie, hasta convertirla en una flor para su ojal, en una bufanda blanca para enrroll¨¢rsela a la cintura.
?l -la pareja-, con un friso de rascacielos iluminados, era mucho mejor que el aturdimiento que derrochaban entonces los directores y los productores en los musicales de Hollywood, capaces de convertir los d¨®lares en fuentes, en cientos de pianos, escalinatas majestuosas y multiplicadas: y todo ello en una sola tarta donde se perd¨ªa lo humano. Si Fred Astaire era la oposici¨®n al machismo cinematogr¨¢fico, era tambi¨¦n la oposici¨®n al gran espect¨¢culo, porque le bastaba a ¨¦l solo -digamos, otra vez, a la pareja- con su uniforme de trabajo -el frac- para llenar enteramente la pantalla.
Significaba precisamente el valor del creador, del individuo, frente al espect¨¢culo; el de la elocuencia frente a la grandilocuencia; hasta creaba su propio cuerpo de donde apenas lo hab¨ªa. Se inventaba a s¨ª mismo.
Muere ahora arropado en la nostalgia, envuelto en una ¨¦poca de la que era un superviviente. Una ¨¦poca en la que todav¨ªa se pod¨ªa creer en muchas cosas; en todas, menos en las que han ido pasando despu¨¦s. Todos los mitos tienen sus dobles que se van repitiendo en los a?os sucesivos y recogiendo otras ¨¦pocas.
Con Fred Astaire nunca ha podido ser as¨ª: bailaba su ¨¦poca. El d¨ªa en que se fue, como un preludio a este d¨ªa en el que muere, no hubo m¨¢s dobles; no ha habido nunca un Fred Astaire cl¨®nico para bailar los nuevos tiempos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.