Contra el sentido com¨²n
Mientras agonizo (As I lay dying) cuenta el viaje de una familia de blancos pobres de las colinas, que llevan en un carromato a la madre muerta para cumplir la promesa de enterrarla en el cementerio de Jefferson. En cierto modo es una variante de El sonido y la furia, y su t¨ªtulo podr¨ªa aludir tambi¨¦n a la forma en que fue escrita: en seis semanas, por la noche, sobre una carretilla volcada, con un calor superior al de estos d¨ªas, bajo el desquiciante ruido de una m¨¢quina que el escritor deb¨ªa vigilar.Faulkner estaba reci¨¦n casado con una amiga de infancia, Estela Oldham Franklin, divorciada y con dos hijos, y cuando llegaba a su casa, al amanecer, Estela se levantaba y le calmaba los nervios interpretando melod¨ªas al piano.
"Hay pocas obras tan exclusivas, tan imperiosas como la de William Faulkner. Nos exige por entero", dice Nathan. "Con sus vueltas, sus golpes de teatro y sus peripecias, su sabia presentaci¨®n y su sicolog¨ªa rudimentaria, sus mistificaciones y sus enigmas, es un desaf¨ªo constante al sentido com¨²n". El mundo de Faulkner est¨¢ elaborado con tal fidelidad a las demandas de su propia expresi¨®n que se le ha acusado de perversidad narrativa.
Pese a su perversidad, su literatura ocupa el siglo XX hasta el punto de que sin ella no es posible comprender del todo la de Garc¨ªa M¨¢rquez o la de Juan Benet. Mas esa perversi¨®n es s¨ªntoma de b¨²squeda, en absoluto calificaci¨®n moral. Por el contrario, Faulkner, que se paseaba llevando ejemplares de Shakespeare y del Antiguo Testamento, es tambi¨¦n un moralista. Escribi¨®, seg¨²n dijo, para elevar el esp¨ªritu del hombre, y as¨ª el t¨ªtulo de su discurso de aceptaci¨®n del Premio Nobel, en 1950: "Me niego a aceptar el final del hombre".
Un sello de Correos
Pese a su vida sedentaria, la historia de Faulkner es sugerente donde las haya, a causa, quiz¨¢, de sus contrastes. Creador de un mundo a veces delirante (nada fantasioso), era un hombre sobrio y, seg¨²n su amigo Phil Stone, lo m¨¢s ajeno que se puede ser del exceso. Inventor de personajes que se han vuelto paradigmas de la maldad -el Popeye de Santuario-, busc¨® siempre la vida sencilla del peque?o sello de correos que era su comarca hasta el extremo de compadecer a los habitantes de Nueva York, seg¨²n escribi¨® en una carta, porque no viv¨ªan en Oxford, Misisip¨ª.
Sorprende igualmente que un hombre con alma de, vago haya conseguido construir un edificio tan s¨®lido, en silencio, con el diario esfuerzo de 5.000 palabras. "Para ser grande", dijo, "hace falta un 99% de talento, un 99% de disciplina, un 99% de trabajo... El novelista no debe estar jam¨¢s satisfecho de lo que escribe. No es nunca tan bueno como podr¨ªa haberlo sido".
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