El descr¨¦dito del compromiso
Desde que acab¨® el Congreso de Intelectuales de Valencia, muchos de los invitados que, desdichadamente, no quisieron o pudieron asistir han emprendido, por medio de art¨ªculos y comentarios, una generosa tarea: hacernos arrepentir por haberlos echado tanto de menos en el encuentro. Dentro de esta campa?a, el reciente art¨ªculo Los propietarios de la libertad, de Mario Benedetti (EL PA?S, 2 de agosto de 1987) rebasa la cota de lo que puede quedar l¨ªcitamente sin respuesta. Ya que hubo cosas que por incomparecencias distinguidas, como la del propio Benedetti, no pudieron ser debatidas en Valencia, aprovechemos estas consecuencias period¨ªsticas del encuentro para tratar de plantearlas ahora con la mayor nitidez posible.Recuerdo brevemente y espero que sin m¨¢s injusticia que la inherente a toda condensaci¨®n la queja expuesta por Benedetti. En la primera mitad de este siglo, desde Zola y el asunto Dreyfuss hasta Sartre y Argelia, los mejores intelectuales mantuvieron abiertamente un compromiso progresista que en nada se consideraba da?oso para su libertad individual ni su creaci¨®n art¨ªstica. El enemigo com¨²n era el fascismo, como qued¨® claro en el Congreso de Intelectuales del a?o 1937; aliados de los aliados, nadie en el bloque occidental reproch¨® a estos comprometidos portavoces su actitud pol¨ªtica. Despu¨¦s de todo, el propio Stalin era un util¨ªsimo combatiente contra lo que con palabras jomeinistas llamar¨ªamos el gran Sat¨¢n de la ¨¦poca. Pero acabada la guerra, en la que las atrocidades de Hiroshima y Nagasaki superaron largamente los atroces campos de exterminio nazis, Estados Unidos, que h¨¢bilmente hab¨ªa resguardado su territorio de los bombardeos que asolaron otros pa¨ªses, se lanz¨® a la conquista imperial del mundo, por las buenas (Plan Marshall) y por las malas (Camelot). Para su indignada sorpresa, los intelectuales antifascistas no se hicieron de la noche a la ma?ana proamericanos. De ah¨ª una campa?a de desprestigio contra los intelectuales comprometidos, orquestada por los grandes pont¨ªfices de la propaganda yanki y financiada por la CIA. Hoy en d¨ªa, se opone la palabra libertad -entendida more imperialistico- al antiguo compromiso, cuyos escasos fieles son denostados como influidos por Mosc¨² y ven puesta en entredicho hasta su calidad literaria por culpa de sus posiciones pol¨ªticas. El ¨²ltimo avatar de esta labor de zapa ha sido precisamente, el Congreso de Valencia de este a?o, en el que buena parte de los asistentes se dedic¨® a descalificar el encuentro del a?o 1937, mientras los dem¨¢s se, cuidaban mucho de mencionara Estados Unidos, e incluso se negaban a firmar una declaraci¨®n colectiva contra Pinochet. Hasta aqu¨ª la opini¨®n de Mario Benedetti.
Empecemos con los aspectos hist¨®ricos del caso. En la enumeraci¨®n de escritores comprometidos, brindada copiosamente por Benedetti (16 nombres en una primera entrega, seguidos luego por siete m¨¢s) echo en falta, al menos, tres figuras de indudable compromiso y ciertamente mayor relieve, que algunos de los mencionados: Andr¨¦ Gide, Bertrand Russell y Albert Camus. Es una l¨¢stima esta omisi¨®n, porque estos tres insobornables antifascistas fueron tambi¨¦n pioneros en la revelaci¨®n p¨²blica (los dos primeros, tras un viaje a la Rusia de Stalin) de que el peligro desp¨®tico y esclavizador ten¨ªa facetas m¨¢s complejas que las sospechadas por los comprometidos con un antifascismo sin jaquecas, y luego con un anticolonialismo no menos primario. De los sinsabores y desdenes que supuso para Gide su testimonio, ya se ha hablado bastante con motivo del congreso de intelectuales valenciano. En cuanto a Bertrand Russell, llamado por la prensa estalinista criminal nato y can¨ªbal por su denuncia de lo que luego fue denominado Archipi¨¦lago Gulag, s¨®lo quisiera recordar su admirable respuesta brit¨¢nica al cabecilla tonante de una de esas delegaciones oficiales a las que tan aficionados son los zarismos comunistoides, en un congreso de intelectuales celebrado en Holanda a finales de los a?os cincuenta: "Amigos, la pr¨®xima ocasi¨®n digan a su patr¨®n (your boss) que nos env¨ªe a alguien menos bruto".
De modo que, junto a los intelectuales antifascistas que ve¨ªan el peligro sin m¨¢scaras del fascismo y sab¨ªan que ¨¦se, y no otro, era el enemigo com¨²n, estaban quienes tambi¨¦n eran capaces de ver lo que hab¨ªa tras algunas m¨¢scaras aparentemente, revolucionarias, y se?alaron que ¨¦ste y el otro eran un solo y com¨²n peligro. Pero, con serlo bastante, la omisi¨®n m¨¢s grave y significativa en la lista de Benedetti no la constituyen estos tres nombres. Hay todo un amplio censo de intelectuales comprometidos en el sentido m¨¢s valeroso y pol¨ªticamente l¨²cido de la palabra a los que menciona, intelectuales que desde hace decenas de a?os han luchado contra la autocracia explotadora en condiciones que los que hemos vivido bajo una larga dictadura conocemos bien: son los llamados disidentes de los pa¨ªses del este de Europa, de China y Corea, de dictaduras africanas o de Cuba. ?Ninguno de esos intelectuales comprometid¨ªsimos tiene derecho a ser escuchado sobre qui¨¦n es el enemigo principal? ?Cuando ellos hablan de libertad, lo que reclaman es m¨¢s prensa libre para ser enga?ados mejor por la CIA o m¨¢s bien el derecho a que la polic¨ªa pol¨ªtica no secuestre sus libros y los env¨ªe a la c¨¢rcel por escribirlos? ?No ha sido el testimonio finalmente escuchado a trancas y barrancas de estos intelectuales comprometidos el que ha contribuido a modificar el concepto simplista de compromiso que algunos mantuvieron en la ¨¦poca del fascismo? ?Fueron las manipulaciones del Congreso para la Libertad de la Cultura lo que llev¨® a los estudiantes de la universidad de Praga, en la primavera de 1968, a abuchear al pobre Sartre, que quiz¨¢ para no desanimar a Billancourt se empe?aba en darles una conferencia sobre un Kafka malmaridado con el socialismo real? Y un poco m¨¢s grave: si no est¨¢n influidos por la CIA, ni por Mosc¨² o Cuba, ?por qu¨¦ demonio obnubilador de la memoria est¨¢n influidos los que, como Mario Benedetti, silencian los nombres y la gesta de todos estos intelectuales al hablar del compromiso?
Vamos ahora al Congreso de Valencia de este a?o. La labor que all¨ª se realiz¨® en lo tocante al otro Congreso de 1937 fue todo lo contrario de una descalificaci¨®n: consisti¨® precisamente en calificarlo, situ¨¢ndolo en su momento y su ag¨®nica circunstancia, calibrando lo que tuvo de generosidad y de espejismo, su parte de perspicacia y arrojo pero tambi¨¦n su componente de ceguera y hasta abandonismo. Si alguna vez se conmemora dentro de unas d¨¦cadas el de este a?o, yo no quisiera para ¨¦l ning¨²n tipo de homenaje m¨¢s acr¨ªtico y beaturr¨®n. De Estados Unidos se habl¨®, naturalmente: moder¨¦ una sesi¨®n en la cual el tema estuvo presente, y tambi¨¦n en otras. Si hab¨ªa que haber hablado en otro tono o desde otra perspectiva, la culpa de que as¨ª no se hiciera la tienen quienes pod¨ªan haber ido a plantear esa postura diferente y no fueron, qued¨¢ndose c¨®modamente agazapados, para despu¨¦s echarla escandalizadamente en falta. En cuanto al comunicado de condena contra el r¨¦gimen de Pinochet, puedo asegurarle a Benedetti que el dictador chileno no contaba con simpatizantes entre los miembros del congreso. Pero como otras dictaduras s¨ª los ten¨ªan -e incluso con representaci¨®n oficial-, surgi¨® el recelo de que si conden¨¢bamos s¨®lo a ese caso pudiera parecer que los restantes despotismos (algunos supuestamente populares) contaban con nuestro benepl¨¢cito. Cada cual pidi¨® repulsa colectiva y p¨²blica para su monstruosidad pol¨ªtica favorita y la lista, se iba haciendo tan larga que se me ocurri¨® proponer, por mor de econom¨ªa, que eligi¨¦semos alg¨²n Gobierno en cuya decencia todos estuvi¨¦semos de acuerdo y mand¨¢ramos a su presidente un telegrama de felicitaci¨®n, en lugar de la habitual condena. Pero esto ¨²ltimo tampoco parec¨ªa f¨¢cil, y tuvimos que dejarlo.
No creo que la libertad deba tener propietarios: me parece no menos urgente se?alar que el compromiso tampoco. El enemigo principal no es ciertamente el estalinismo, ni tampoco el fascismo, ni el neoliberalismo de Reagan, ni el integrismo isl¨¢mico de Jomeini. El enemigo principal de un esp¨ªritu libre y cr¨ªtico es creer que existe un ¨²nico enemigo principal, con rasgos distintivos nacionales y doctrinales. Los mecanismos de instrumentaci¨®n pol¨ªtica, de sometimiento econ¨®mico y de descerebramiento ideol¨®gico est¨¢n repartidos de una manera mucho menos n¨ªtida y localizable de lo que se cre¨ªa hace 50 a?os: no son patrimonio de ning¨²n pa¨ªs en exclusiva, sino que, en uno u otro grado, se hallan presentes en todos. Aunque, sin duda, esos grados diversos son sumamente importantes y brindan la ¨²nica gu¨ªa, racional que tenemos para elegir entre las contrapuestas opciones pol¨ªticas. Nadie sensato pone en duda la calidad de la obra art¨ªstica de un escritor por su opci¨®n de partido: ni la de Garc¨ªa M¨¢rquez, ni la de Ezra Pound, ni la de Cort¨¢zar, ni la de C¨¦line, ni la de Mario Benedetti, ni la de Paz, Gunter Grass, Vargas Llosa o quien ustedes quieran. Pero tampoco esa calidad es garant¨ªa de cordura ni de eficacia en cuanto a sus opiniones sobre la mejor administraci¨®n de la sociedad. Por ello es muy necesario el esfuerzo por hacerse o¨ªr o leer desde la m¨¢s escrupulosa -aunque apasionada- honradez intelectual. Este art¨ªculo de Mario Benedetti utiliza medias verdades ("descalificaci¨®n del Congreso de l937"), inexactitudes ("no se mencion¨® a Estados Unidos o al imperialismo") y fuentes indirectas de informaci¨®n, pudiendo haberlas tenido de primera mano ("si nos atenemos a las versiones period¨ªsticas..."), es decir, resulta a la par sectario y err¨®neo: temo que tales procedimientos ret¨®ricos hayan contribuido m¨¢s al descr¨¦dito de cierto tipo de compromiso intelectual que todas las campa?as de la CIA.
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