Las verdades oficiales
Ante las cr¨ªticas que las posiciones defendidas por las centrales sindicales en la concertaci¨®n social han despertado en el Gobierno y en la patronal, el autor afirma que los sindicatos no pueden renunciar a buscar espacios de concertaci¨®n con los empresarios privados y p¨²blicos ni con el Gobierno, ni retirar de su agenda las cuestiones esenciales que ha propuesto como materia de negociaci¨®n. Y asegura que los sindicatos est¨¢n interesados en evitar la dramatizaci¨®n que se pretende hacer del ejercicio de la libertad sindical y el intento de descalificarlos present¨¢ndolos como corporativos e irresponsables.En menos de seis meses, en este pa¨ªs se ha pasado de culpabilizar a los sindicatos de casi todo por pedir demasiado a recriminarles, con cari?o y conmiseraci¨®n, el que pidan demasiado poco. Triste destino el suyo: hagan lo que hagan, siempre est¨¢n condenados a equivocarse. Ya dec¨ªa Lenin que los obreros y sus organizaciones sindicales, dejados a sus limitadas capacidades, s¨®lo articulaban demandas parciales y economicistas. Por ello se invent¨® la vanguardia del proletariado primero, y el sindicalismo de Estado m¨¢s tarde, para evitar que los obreros se equivocasen.
Pero al margen de esta digresi¨®n puramente gratuita y extempor¨¢nea, lo cierto es que para fijar la imagen de unos sindicatos montaraces y anticuados no pocas veces se recurre a la distorsi¨®n de la verdad y al abuso del sofisma. Precisamente a tratar de poner en cuesti¨®n alguna de esas verdades oficiales, que tanto est¨¢n contribuyendo a confundir el debate sobre la concertaci¨®n, quiero dedicar este art¨ªculo.
As¨ª, por ejemplo, en la pasada Primavera, las organizaciones sindicales fueron puestas en la picota por plantear una subida salarial que hoy, sin duda, se puede calificar de moderada y, desde luego, inferior a la media comunitaria. Se pronosticaron todo tipo de desastres econ¨®micos derivados de las demandas sindicales.
Sin embargo, ninguno de los apocal¨ªpticos augurios oficiales de entonces se cumpli¨®: la inflaci¨®n baj¨® y la econom¨ªa creci¨® mucho m¨¢s de lo esperado. Ni siquiera se acert¨® en la valoraci¨®n de los riesgos de conflictividad que el "en torno al tope salarial" entra?aba. No hubo "fuegos de artificio", como hab¨ªa catalogado el ministro de Econom¨ªa las advertencias sindicales, sino una conflictividad real en el sector p¨²blico, como, por otra parte, siempre sucede cuando se intentan imponer topes salariales. De ello se derivaron costes sociales y pol¨ªticos nada desde?ables.
Se han elaborado diversas explicaciones oficiales al respecto. Seg¨²n las mismas, la conflictividad generada era debida a alguna de estas causas o al conjunto de ellas: a) corporativismo de los trabajadores del sector p¨²blico; b) causas pol¨ªticas (agitaci¨®n comunista); c) "cambio de modelo" sindical de la Uni¨®n General de Trabajadores, que de concertadora estaba pasando a contestadora.
Naturalmente, la versi¨®n oficial no adjudica la menor responsabilidad al empecinamiento del Gobierno en tratar de imponer un tope salarial. Es m¨¢s, a posteriori se puso en circulaci¨®n una curiosa racionalizaci¨®n: los salarios han crecido lo que han crecido, se ven¨ªa a decir, gracias a la posici¨®n firme del Gobierno, al papel de malo que jug¨®, porque de no haber sido as¨ª hubiesen crecido mucho m¨¢s.
Una operaci¨®n t¨¢ctica
En resumidas cuentas, nos encontrar¨ªamos ante una gran operaci¨®n t¨¢ctica, perfectamente calculada, que ha conducido a crecimientos salariales bastante correctos. El m¨¢s obvio de los datos no aparece, sin embargo, por ninguna parte en la verdad oficial, y es que los salarios han crecido este a?o cerca del 7% probablemente porque los sindicatos han reivindicado esa cifra y no, por ejemplo, el 10%.
A algunos puede que les cueste aceptar que los sindicatos son responsables en sus reivindicaciones, pero es as¨ª.
Sigamos con los ejemplos. A la vuelta del verano los sindicatos plantearon dudas respecto a la pretensi¨®n gubernamental de alcanzar a final del pr¨®ximo a?o un 3% de inflaci¨®n, pretensi¨®n que calificaron de irreal.
Al margen de si era o no acertado el criterio sindical, basado -en el caso de UGT- en la opini¨®n de conocidos economistas que consideraban no s¨®lo m¨¢s realista, sino mejor, una desaceleraci¨®n m¨¢s gradual de la inflaci¨®n, por razones que no podemos enumerar aqu¨ª, ?cu¨¢l fue la reacci¨®n del Gobierno a la opini¨®n sindical? Dar a entender que los sindicatos, con tal de crear dificultades, quer¨ªan subir la inflaci¨®n sin tener en cuenta que con ello a quien m¨¢s se perjudicaba era a las rentas m¨¢s bajas, a los colectivos con menor, capacidad de presi¨®n.
"?A qui¨¦n puede interesar que suba la inflaci¨®n?", se preguntaba el portavoz del Gobierno. La respuesta, naturalmente, es que s¨®lo a algunos especuladores. Lo que pasa es que ¨¦sa no es la buena pregunta, sino esta otra: ?qui¨¦n resarce a los pensionistas, a los funcionarios, a los parados subsidiados, a los trabajadores sujetos al salario m¨ªnimo, a los trabajadores sin cl¨¢usula de revisi¨®n en el convenio, es decir, a muchos millones de personas, si la previsi¨®n de inflaci¨®n se modifica al alza en enero o simplemente no se cumple? Y la respuesta es: nadie.
Por eso tiene sentido la preocupaci¨®n sindical por una previsi¨®n ajustada de la inflaci¨®n y no un simple "efecto anuncio"; por eso tiene tambi¨¦n sentido la exigencia, siempre rechazada, de cl¨¢usulas de garant¨ªa para esos colectivos. Quiz¨¢ tambi¨¦n por eso, entre otras cosas, tenga sentido la existencia de sindicatos "corporativo-oligop¨®licos": para defender a los m¨¢s pobres de la solidaridad de alg¨²n defensor de oficio.
Por otra parte, es posible que dos ciudadanos de cada tres que ven y oyen la televisi¨®n est¨¦n convencidos de que el Gobierno va a incrementar este a?o en un punto el poder adquisitivo del conjunto de pensiones y retribuciones de funcionarios.
Tiene m¨¦rito si es as¨ª, porque el Gobierno nunca ha afirmado tal cosa, aunque sin duda ha hecho todo lo posible porque as¨ª se interprete lo que ha dicho, a saber: que pensiones y retribuciones subir¨¢n un punto m¨¢s que la previsi¨®n de inflaci¨®n, es decir, el 4%, y por otro lado, que la inflaci¨®n media anual ser¨¢ tambi¨¦n del 4%. Es decir, que con las subidas gubernamentales ni se gana ni se pierde, se empata. Claro.
No menor confusi¨®n e inquietud se ha creado en la opini¨®n p¨²blica, o al menos en la conciencia de muchos afiliados del sindicato al que pertenezco, cuando, casi con las mismas palabras, voces empresariales y ministeriales han asegurado que si no hab¨ªa corresponsabilidad con el cuadro macroecon¨®mico del Gobierno no pod¨ªa hablarse de concertaci¨®n, y que de hecho, al no aceptar este modelo de negociaci¨®n, los sindicatos rechazaban aqu¨¦lla.
El sufrido militante de base se enter¨® de golpe de que desde 1979 su organizaci¨®n no hab¨ªa practicado una pol¨ªtica de concertaci¨®n, sino de di¨¢logo social, ya que repasaba el ABI, el AMI -uno y dos-, el ANE, el AI, el AES... y nada, la famosa corre spon sabilidad no aparec¨ªa por ninguna parte.
La ¨²ltima verdad oficial
En fin, la ¨²ltima verdad oficial puesta en circulaci¨®n es ¨¦sa seg¨²n la cual el bobierno daba m¨¢s de lo que ped¨ªan los sindicatos (se cuenta que al cerrarse los presupuestos alguien dijo a alguien: ?les hemos trincao!). Para que tal aseveraci¨®n fuera verdad habr¨ªa que aceptar, en primer lugar, que el sindicato consideraba la subida salarial que ha propuesto como alternativa de la reducci¨®n impositiva. Tal afirmaci¨®r- nunca se ha planteado.
En segundo lugar, ser¨ªa necesario que ambas cuestiones fueran equivalentes y adicionables. Pero ello no es as¨ª sobre todo para millones de pensionistas y miles de funcionarios cuyas bajas rentas no se ver¨¢n afectadas realmente por la modificaci¨®n del impuesto.
Es en el terreno de los principios, sin embargo, donde la cuesti¨®n resulta m¨¢s discutible. En efecto, apostar por un mayor protagonismo del consumo individual en detrimento del salario social es lo contrario a lo que se dec¨ªa que hab¨ªa que hacer, y, en t¨¦rminos antiguos, supondr¨ªa una filosof¨ªa m¨¢s liberal que socialdem¨®crata. Ello se compadece mal, como dir¨ªa un amigo, con la javeana reivindicaci¨®n de un mayor Estado social.
Por otra parte, ser¨¢ preciso matizar la afirmaci¨®n de que la reducci¨®n del impuesto est¨¢ hecha para favorecer a los contribuyentes de rentas m¨¢s bajas si se confirma que, por ejemplo, a un obrero que gane 1,5 millones de pesetas anuales se le puede reducir en 40.000 pesetas su carga impositiva, mientras que para un aliado de clase media que gane 12 millones anuales, la reducci¨®n sobrepasa las 400.000. De todas formas, el sofisma que me parece m¨¢s peligroso es aquel que pretende crear la teor¨ªa de que si no hay concertaci¨®n total tiene que haber confrontaci¨®n total. Esta incitaci¨®n a la polarizaci¨®n de las relaciones laborales hay que rechazarla con toda energ¨ªa.
El sindicato no puede renunciar a buscar espacios de concertaci¨®n con los empresarios privados y p¨²blicos ni con el Gobierno, como tampoco retirar de su agenda las cuestiones esenciales que ha propuesto como materia de negociaci¨®n. Poco a poco ir¨¢n ganando terreno las ofertas sindicales.
Pero, sobre todo, son los propios sindicatos los primeros interesados en evitar la dramatizaci¨®n que se pretende hacer del ejercicio de la libertad sindical y el intento de descalificarlos present¨¢ndolos como corporativos e irresponsables.
Contra los agoreros podemos afirmar que si en este pa¨ªs ha habido grandes pactos en los que hemos estado un mes de acuerdo y once pele¨¢ndonos sobre su aplicaci¨®n, es posible tambi¨¦n lo contrario: un mes de desacuerdo y el resto de fruct¨ªferos acuerdos y negociaciones.
Jos¨¦ Mar¨ªa Zufiaur es miembro de la ejecutiva confederal de UGT y vicepresidente del Comit¨¦ Econ¨®mico y Social de la CE.
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