Tibet, dos civilizaciones en pugna
Una espiritualidad frustrada por la ausencia del Dalai Lama
Las violentas manifestaciones que estos d¨ªas sacuden la capital de T¨ªbet, Lhasa, en las que han muerto seis personas, seg¨²n fuentes oficiales, y 19 seg¨²n fuentes no oficiales, son consecuencia de la larga frustraci¨®n del pueblo tibetano por no tener con ¨¦l a su dios-rey, el Dalai Lama XIV. La actitud actual del Gobierno central de permitir al Dalai volver a China para dirigir el destino de su pueblo desde Pek¨ªn y no desde Lhasa ha aumentado el descontento tanto dentro como fuera del techo del mundo. Sin embargo, los disturbios recientes pueden endurecer la postura china hacia esa regi¨®n aut¨®noma e impedir una negociaci¨®n seria con el Dalai Lama en un futuro pr¨®ximo.
GEORGINA HIGUERASLa profunda espiritualidad del pueblo tibetano choca frontalmente con el pragmatismo chino, y el desarrollo socialista que el Gobierno central se ha empe?ado en llevar a la regi¨®n m¨¢s atrasada de la Rep¨²blica Popular es visto como impuesto y no satisface la principal aspiraci¨®n de los tibetanos de que sus destinos esten dirigidos por el Dalai Lama.
Pero la flexibilidad que Pek¨ªn ha mostrado en los ¨²ltimos a?os y los intentos por restaurar la libertad religiosa y las tradiciones de T¨ªbet pueden verse suspendidos por el efecto que produzcan en las altas esferas del poder chino las actuales manifestaciones independentistas, que pueden ser utilizadas por la vieja guardia contraria a las posiciones aperturistas y de di¨¢logo de Deng Xiaoping y los reformadores.
Desde la revuelta independentista de 1959 que acab¨® con la huida del Dala? Lama y de 100.000 de sus seguidores a India, el pueblo tibetano hab¨ªa asistido temeroso e impasible al destrozo de sus templos, de su cultura y de su tradici¨®n, mientras el Dalai se limitaba a orar por sus fieles y a insinuar t¨ªmidamente la independencia de T¨ªbet.
Viaje a Estados Unidos
Sin embargo, el eco que han tenido en los Estados Unidos las palabras del dirigente espiritual de seis millones de lamaistas sobre la salida de las tropas chinas y la independencia de T¨ªbet, pronunciadas durante el viaje que realiz¨® a ese pa¨ªs, a mediados de septiembre, ha supuesto un impulso renovador en la voluntad tibetana de recobrar a su m¨¢ximo dirigente espiritual, qui¨¦n, se ha atrevido por primera vez a solicitar a sus seguidores la "desobediencia pac¨ªfica" contra el r¨¦gimen de Pek¨ªn.
"Sabemos que volver¨¢ (el Dalai Lama), y lo esperamos con ansiedad y resignaci¨®n, pues ya estaba escrito que ¨¦l vivir¨ªa lejos de su pa¨ªs por un tiempo, pero tambi¨¦n est¨¢ escrito que, volver¨¢ con mejores condiciones. Por esto tenemos fe y confianza", me dijo un peregrino de Gyaze, ciudad al sur del T¨ªbet, durante una visita a Lhasa, hace ahora cuatro a?os.
La historia del T¨ªbet ha sido siempre una historia de su religi¨®n, a la que algunos analistas culpan de la decadencia de un reino que en el siglo X contaba con 12 millones de habitantes. El triunfo de la secta amarilla del budismo que introdujo el celibato, fue precisamente uno de los desencadenantes de la merma de una poblaci¨®n, que contaba en cada una de sus familias con al menos un hijo monje. El fundador de esa secta, el lama¨ªsmo, fue el Gran Quinto, que se autonombr¨® Dala? Lama V.
Cuando, en 1959, el Ej¨¦rcito Popular de Liberaci¨®n (EPL) entr¨® en el T¨ªbet para sofocar la rebeli¨®n encabezada por el Dala? Lama XIV, las profundas diferencias existentes entre los pragm¨¢ticos hanes (chinos) y los espirituales tibetanos se agravaron para convertirse en una relaci¨®n de sometedores y sometidos, relaci¨®n que ya hab¨ªa comenzado a sentirse desde que, en 1951, 84.000 soldados del EPL liberaron a T¨ªbet del Gobierno nacionalista de China, que perdi¨® la guerra civil un a?o antes.
El fin de la revuelta independentista supuso que unos 100.000 cuadros chinos, imbuidos del chovinismo que les caracteriza frente a las minor¨ªas nacionales y descontentos, ellos tambi¨¦n, por verse obligados a vivir fuera de su tierra, ocuparon los puestos dirigentes de esa regi¨®n y se dedicaron a implantar un desarrollo en muchos casos contrario a las ra¨ªces culturales de los tibetanos.
Se necesit¨® m¨¢s de una d¨¦cada para que los dirigentes de Pek¨ªn reconocieran las aberraciones cometidas en T¨ªbet. Los jerifaltes hanes comenzaron a ser sustituido por nativos. El comercio fronterizo se abri¨®, se privatiz¨® hasta un 7% de la tierra, se suspendieron las comunas populares y el Gobierno central comenz¨® una inyecci¨®n de fondos para el desarrollo, que llegaron en 1983 a unos 360.000 millones de pesetas.
Los templos se abrieron, muchos monasterios se restauraron, y al amparo de la nueva Constituci¨®n que aseguraba la libertad religiosa, miles de creyentes se desplazaron al templo sagrado de Jokang, situado en el coraz¨®n de Lhasa. Pero el problema principal, la ausencia del dios-rey sigui¨® sin resolverse.
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