Triunfo para la pureza pian¨ªstica
Sin duda el programa de este concierto reun¨ªa un gran atractivo. De un lado, esa obra cumbre de la m¨²sica vocal religiosa que es el R¨¦quiem de Mozart, y de otro, una p¨¢gina no menos importante del repertorio concertista como lo es el Concierto para piano K. 466 del mismo compositor. El p¨²blico as¨ª lo entendi¨®, y primero llen¨® el local para posteriormente ovacionar unos resultados que, sin embargo, fueron desiguales.Es de justicia destacar por encima de todo la labor del pianista Walter Klien, poco conocido por estas latitudes, que expuso un Mozart de gran pureza acad¨¦mica en su l¨ªnea, claridad en el fraseo, nitidez en el sonido, pulcro y musical, en el que no qued¨® margen para exceso o afectaci¨®n alguna. En definitiva, la m¨¢s exacta escuela vienesa. Por resaltar algo mencionar¨ªa la preciosa cadencia del alegro, mientras que en la Romanza hubiera sido preferible una mayor contrastaci¨®n de ese ambiente sombr¨ªo que Mozart traslad¨® a todo un pentagrama que se halla muy pr¨®ximo al Don Giovanni y con el que ya se trasluce el per¨ªodo rom¨¢ntico. El sorprendente rond¨® final, con su luminoso cambio de tonalidad de menor a mayor, fue interpretado por Mien con la alegr¨ªa que la partitura reclama. Garc¨ªa Navarro le acompa?¨® equilibradamente en el primer tiempo, sin que en los dos restantes pudiera ocultarse una cierta falta de refinamiento en la orquesta, muy especialmente en su secci¨®n de viento. Con todo, una excelente versi¨®n solista y una digna direcci¨®n que ante todo permiti¨® al p¨²blico disfrutar de una obra, y a los int¨¦rpretes, salir repetidamente a recoger las muestras de satisfacci¨®n de ¨¦ste.
Orquesta Nacional de Espa?a
Director: Garc¨ªa Navarro. W. Mien, piano. M. Oran, B. Balleys, W. Hollweg, M. Hoelle. Obras de Mozart. Madrid. Teatro Real, 1 de noviembre.
Teatralidad
Diferente fue el caso del R¨¦quiem, una obra problem¨¢tica en la que se funden los mundos cl¨¢sico y rom¨¢ntico y que requiere una gran capacidad de matizaci¨®n. Ello exige unas dosis de madurez en la batuta poco comunes. Del R¨¦quiem se puede plantear multitud de versiones, pero la de Garc¨ªa Navarro no tuvo otra base que la teatralidad un tanto superficial, manifestada en un apabullamiento sonoro por encima de la majestuosidad que encierran los pentagramas y una ligereza de tempos que redujeron su duraci¨®n en unos 15 minutos respecto a otras versiones consideradas como cl¨¢sicas. Aquel exceso volum¨¦trico se acentu¨® m¨¢s en las masas vocales, en perjuicio del equilibrio natural con la orquesta, de la afinaci¨®n y de la homogeneidad, no pudiendo evitar caer en sonoridades desagradables en los pasajes agudos.En el cuarteto solista se vio dignidad, si no categor¨ªa, mientras que se volvi¨® a echar de menos refinamiento en la orquesta, y muchos momentos resultaron pobres a pesar de que el nivel alcanzado respecto a otros conciertos super¨® a la media. El R¨¦quiem de Mozart se evidenci¨® como demasiada obra para los elementos que se conjuntaron en el Real. Otra vez ser¨¢.
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