Un sabio esceptico
Con motivo de haber cumplido a?os, Julio Caro Baroja ha sido objeto de un homenaje p¨²blico. "Homenaje a un sabio esc¨¦ptico", dec¨ªa la oportuna convocatoria; expresi¨®n un tanto sibilina que me ha movido a pensar acerca de lo que puede ser un sabio esc¨¦ptico y de la manera carobarojiana de serlo.Como Julio Caro Baroja sabe mucho mejor que yo, la palabra escepticismo se deriva del verbo griego sk¨¦ptomai, examinar atenta y cuidadosamente. Un sabio esc¨¦ptico ser¨ªa, seg¨²n esto, el que para serlo necesita examinar con cuidado todos los aspectos de la realidad que trata de conocer. En este sentido, todo aspirante a sabio deber¨ªa ser esc¨¦ptico. Pero, con el paso del tiempo, el t¨¦rmino escepticismo ha venido a significar lo que de ¨¦l dice nuestro diccionario oficial: doctrina que consiste en afirmar que la verdad no existe, o que el hombre es incapaz de conocerla, caso de que exista. Lo cual nos invita a examinar, aunque sea al galope, de qu¨¦ modo es esc¨¦ptico el sabio Julio Caro Baroja.
?Existe la verdad? ?Es posible para el hombre un conocimiento ¨²ltimamente satisfactorio de lo que son las cosas? Y si existe la verdad acerca de las cosas, ?qu¨¦ puede hacer el hombre ante ella? Enormes cuestiones. En beneficio del lector, l¨ªbreme Dios de discutirlas ahora. Mas para Regar a lo que ahora me propongo, la comprensi¨®n del modo carobarojiano de ser esc¨¦ptico, me veo obligado a enunciar una esquem¨¢tica respuesta a la ¨²ltima de ellas. Tres asertos y una coda interrogativa van a componerla.
Primer aserto: ante la verdad de las cosas, sea ¨²ltima o pen¨²ltima, lo que el hombre debe hacer y ha hecho siempre es, por lo pronto, buscarla. El mito, la filosof¨ªa y la ciencia han sido las tres v¨ªas regias para ejercitar esa b¨²squeda.
Segundo aserto: desde que el mito, la filosof¨ªa y la ciencia existen, nunca los hombres han llegado a conocer de un modo ¨²ltimamente satisfactorio la verdad de las cosas. Toda soluci¨®n ha sido parcial o transitoria. Los hombres, en consecuencia, han seguido buscando.
Tercer aserto: todo induce a pensar que la humanidad, mientras exista sobre el planeta, seguir¨¢ buscando y buscando la verdad de las cosas.
Coda interrogativa: supuesto cuanto acabo de decir, ?qu¨¦ pueden, qu¨¦ deben hacer los hombres para quienes la b¨²squeda de la verdad no sea un empe?o ¨²ltima e inexorablemente absurdo; los hombres para quienes la vida no sea una pasi¨®n in¨²til, como sin creer ¨²ltimamente en lo que dijo Sartre?
En una ocasi¨®n solemne afirm¨® Heidegger que la pregunta es la forma suprema del saber. Llegada la pregunta a su definitivo nivel, el nivel que alcanza en el sabio que se mueve a la altura hist¨®rica de su tiempo y a la altura mental de su personal condici¨®n de sabio, "el preguntar", dec¨ªa el fil¨®sofo, "ya no es un previo y superable escal¨®n hacia la respuesta, sino que se convierte en la forma cimera del saber". Tesis esta que a mi juicio ser¨ªa mucho m¨¢s verdadera y acabada si en lugar de decir saber se dijese ejercicio de la inteligencia. Llegado a su m¨¢s alto nivel, el preguntar es la forma cimera del ejercicio de la inteligencia. Porque, a mi modo de ver, el hombre que ante la realidad de las cosas ha alcanzado el nivel de las ¨²ltimas preguntas -esas que sigue haci¨¦ndose cuando su inteligencia, como suele decirse, ya no puede m¨¢s- es capaz, de salir de ese trance hacia una situaci¨®n transracional, pero no por ello menos vital, que adopta una de estas cuatro formas: la desesperaci¨®n, la met¨¢fora, la iron¨ªa y la. creencia. Todas ellas, modos, distintos de saber acerca del no saber.
Desesperaci¨®n: el amargo y corrosivo sentimiento de tener por cierto que nunca se podr¨¢ conocer una verdad ¨²ltima. La met¨¢fora: el recurso de decir alusivamente algo que por la v¨ªa de la raz¨®n no puede saberse. La iron¨ªa: el modo inteligente y l¨²dico de manifestar nuestra humana limitaci¨®n ante lo que ocasional o esencialmente nos rebasa. La creencia: la entrega de la inteligencia a un saber ¨²ltimo que., siendo esencialmente, transracional, al creyente se le presenta como razonable; entrega que puede ser formalmente religiosa, como la del cristiano o el musulm¨¢n, o cuasirreligiosa, como la del marxista ortodoxo. La convivencia entre los hombres s¨®lo ser¨¢, como suele decirse, civilizada si los desesperados, los metaforizantes, los ir¨®nicos y los creyentes -los hombres que en su vida realizan uno de los cuatro modos cardinales de no ser filisteo) o evasivo- admiten sinceramente la licitud de situarse ante la realidad y la verdad de las cosas seg¨²n uno cualquiera de esos cuatro modos de reconecer la limitaci¨®n de nuestra inteligencia.
Deteng¨¢monos un momento en la iron¨ªa, puesto que tal es el modo como Julio Caro Baroja es sabio esc¨¦ptico. ?l no niega en redondo -incurriendo, como algunos, en una parad¨®jica forma del dogmatismo- la existencia de verdades absolutas y ¨²ltimas. Todo esc¨¦ptico, ense?¨® Ortega, admite a modo de t¨¢cito presupuesto que puede haber verdades ¨²ltimas y absolutas, y que para algunos, por la v¨ªa de la creencia, las hay de hecho. Sin ese presupuesto no podr¨ªa colocarse el esc¨¦ptico en la situaci¨®n de dudar de la existencia de tales verdades o de no creer en ellas. Pues bien, a mi modo de ver, este es el modo seg¨²n el cual es esc¨¦ptico el sabio Julio Caro Baroja. Y la v¨ªa por la cual principalmente expresa el hecho de serlo es la iron¨ªa.
Julio Caro no es ir¨®nico, desde luego, cuando como investigador busca la verdad de aquello que investiga o citando como expositor y cr¨ªtico presenta las verdades o las opiniones a que otros sabios hayan llegado. Pero s¨ª es ir¨®nico, y deliciosamente, cuando su pluma se enfrenta con los dogm¨¢ticos de malos dogmas, o con los que creen haber puesto una pica en Flandes, no habi¨¦ndola puesto ni en Alpedrete, o con las consecuencias sociales de una suficiencia cient¨ªfica o ¨¦tica infundada e infatuada; por ejemplo, la de quienes piensan que la aplicaci¨®n de los m¨¦todos cuantitativos y estad¨ªsticos es el no va m¨¢s del conocimiento historiogr¨¢fico. M¨¢s cervantina en ciertos casos, m¨¢s volteriana -en el buen sentido de la palabra- en otros, la iron¨ªa socarrona o melanc¨®lica de Julio Caro Baroja presta un encanto singular a sus descripciones y a sus juicios. As¨ª veo yo el escepticismo de este sabio.
Tan avisado y responsable escepticismo, ?niega o excluye la existencia de verdades que sin ser ¨²ltimas y absolutas, en el sentido fuerte de ambos adjetivos, funcionan vitalmente como tales? ?Hay zonas o modos de la realidad ante los cuales, para Julio Caro Bareja, no tiene raz¨®n de ser la iron¨ªa? Entre esas zonas y esos modos acabo de nombrar las verdades cient¨ªficas, cuando su autor o su descubridor no pierden la mesura al
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exponerlas. No he dicho bastante, sin embargo, y voy a demostrarlo.
Ante todo y sobre todo, Julio Caro Baroja es antrop¨®logo; antrop¨®logo cultural casi siempre, antrop¨®logo filos¨®fico, en ocasiones. A comienzos del siglo XVIII escribi¨® Alexander Pope: "El m¨¢s apropiado tema de estudio de la humanidad es el hombre". Como si hubiese hecho suya esa sentencia, al hombre y a muy diversas formas de la vida humana ha consagrado Julio Caro Bareja la mayor parte de su actividad como investigador y expositor. V¨¦ase la impresionante lista de sus publicaciones, desde Algunos mitos espa?oles, libro del que me cupo la suerte de ser editor, all¨¢ por el a?o 1941, hasta La cara, espejo del alma, estudio que acaba de presentarse al p¨²blico; no menos de 80 vol¨²menes, muchos de tomo y lomo. L¨¦anse con cierta atenci¨®n sus t¨ªtulos, y se ver¨¢ superabundantemente confirmada la obvia verdad de mi aserto. En una o en otra forma, el hombre y los hombres han sido el tema central de su obra.
?Qu¨¦ hombres? No es dif¨ªcil dar la respuesta: los humildes y casi siempre an¨®nimos creadores de las formas rurales de la cultura; los extravagantes y marginados, como las brujas; los perseguidos, como los criptojud¨ªos y otras v¨ªctimas de la Inquisici¨®n; los menesterosos de consideraci¨®n casu¨ªstica, porque sus conductas se apartaban poco o mucho de la niveladora convenci¨®n social... Frente a la verdad de esas vidas, por ¨¦l rescatadas del anonimato o del olvido, Julio Caro Baroja no es ir¨®nico, ni siquiera esc¨¦ptico; es un inteligent¨ªsimo y estudios¨ªsimo hombre bueno, que aplica su esfuerzo de investigador -en definitiva, la met¨®dica pesquisa de la verdad- a ese magn¨¢nimo empe?o de redenci¨®n. "Bueno en el buen sentido de la palabra", diremos de ¨¦l, como Antonio Machado dijo de s¨ª mismo.
No. Ante la dignidad de la inteligencia como recurso para el conocimiento de la verdad, y ante la significaci¨®n y el valor de la bondad en la conducta de los hombres y en la din¨¢mica de la vida humana, Julio Caro Baroja no es esc¨¦ptico ni ir¨®nico. Tanto menos puede serlo cuanto que, con el paso de los a?os, ha sentido c¨®mo iba creciendo en ¨¦l su capacidad para el asombro. En el pr¨®logo que hace meses escribi¨® para la ¨²ltima edici¨®n del m¨¢s le¨ªdo de sus libros, Los Baroja, declara abiertamente que si hoy hubiese de escribirlas -hoy, 15 a?os despu¨¦s de su edici¨®n primera-, esas memorias ser¨ªan distintas. Y explica por qu¨¦: "Quiero decir que ser¨ªan distintas en un sentido fundamental... Estar¨ªan guiadas por la sensaci¨®n general de mayor asombro, en relaci¨®n con lo que es la vida misma. No s¨¦ si a otros les pasar¨¢ lo mismo, pero a m¨ª me asombra haber vivido tanto, me asombra lo que ha pasado durante mi ¨¦poca y me asombra tambi¨¦n el modo como he visto repartidos en derredor males y bienes, sin orden ni concierto. ?Por qu¨¦? ?Para qu¨¦?".
Asombro, asombrarse: formidables, significativas palabras. Cada uno a su modo, Plat¨®n y Arist¨®teles afirmaron que el asombro es el principio de la sabidur¨ªa y el buen camino hacia ella. Pero el asombro, la actitud a la vez adm¨ªrativa y extra?ada de la mente ante lo que rebasa los saberes y las pautas que hasta ese momento la reg¨ªan, no podr¨ªa ser principio de la sabidur¨ªa y buen camino hacia ella si la admiraci¨®n ante lo que asombra fuera pura veneraci¨®n, si no hubiese en ella un" punto, por lo menos, de extra?eza. La pura veneraci¨®n ante lo que asombra conduce a la prosternaci¨®n; es la actitud de una religiosidad a un tiempo profunda y primaria, la del salmista ante el mundo que ve: "Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ?qu¨¦ es el hombre para que de ¨¦l te acuerdes?". Veneraci¨®n pura y, como consecuencia, prosternaci¨®n. Para que el asombro se trueque en principio de la sabidur¨ªa, en el sentido profano de ¨¦sta, es necesario que a la admiraci¨®n se una la sorpresa, la extra?eza, y que ¨¦sta cristalice en una interrogaci¨®n. Como la que el asombro ante el espect¨¢culo de la vida ha hecho surgir en el alma del Julio Caro Baroja setent¨¢n. ?Por qu¨¦? ?Para qu¨¦?", se pregunta ante ella.
Con la interrogaci¨®n, lo asombroso, sin dejar de serlo, se hace problem¨¢tico y da lugar a la investigaci¨®n intelectual, bien en el recinto de un laboratorio, bien en el interior de una biblioteca. Y si la respuesta a esa interrogaci¨®n engendra una interrogaci¨®n nueva, y si ¨¦sta, a trav¨¦s de ulteriores respuestas insatisfactorias, conduce a una pregunta a la cual la investigaci¨®n ya no puede responder satisfactoriamente, entonces el asombrado interrogante habr¨¢ de decidirse por una de las cuatro actitudes responsables ante lo que racionalmente no puede saberse: la desesperaci¨®n, la met¨¢fora, la iron¨ªa y la creencia. Antes hemos visto c¨®mo el asombro y la extra?eza de Julio Caro Baroja se transmutaban en iron¨ªa cuando llegaban a lo ¨²ltimo, y c¨®mo la dignidad de la inteligencia y el valor de la bondad se sit¨²an para ¨¦l m¨¢s all¨¢ de la iron¨ªa, y se constituyen, si se me permite decirlo as¨ª, en secretas ultimidades vitales de la existencia.
Asombro, asombrarse: formidables, significativas palabras, dec¨ªa yo antes. Mas no s¨®lo en cuanto a la g¨¦nesis de la filosof¨ªa y de la ciencia. Respecto de la vida del asombrado, la capacidad de asombrarse es la m¨¢s convincente se?al de que en ¨¦l perdura la juventud. Por viejo que sea, quien es capaz de asombrarse est¨¢ demostrando que en lo que m¨¢s importa de una persona, la actividad de su coraz¨®n y de su mente, sigue siendo joven. Non omnis moriar (no morir¨¦ todo yo), dec¨ªa Horacio. Non omnis imenesco (no envejezco todo yo), afirma con su asombro quien es capaz de asombrarse. Y ya no en el orden de la psicolog¨ªa, sino en el de la ¨¦tica, el asombro indica con evidencia que para el asombrado son ¨²ltimamente valiosas la realidad y la vida; que ¨¦l no es un pesimista radical, aunque tampoco pueda ser un p¨¢nfilo optimista; en definitiva, que en la vida y en la realidad hay algo ¨²ltimo, aunque uno pueda ser y sea respetuosa y amablemente esc¨¦ptico e ir¨®nico respecto de los varios modos de entender la consistencia y la ultimidad de ese algo.
As¨ª es, a mi modo de ver, el escepticismo del sabio Julio Caro Baroja.
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