?Una derrota del pensamiento?
Cada 10 a?os m¨¢s o menos, una pol¨¦mica cultural inflama a Francia y va m¨¢s all¨¢ de los medios intelectuales, para convertirse, algo as¨ª como en la antigua Grecia, en lo que se discute en la plaza p¨²blica. Uno de los gestores de la pol¨¦mica actual es Alain Finkielkraut, que anoche habl¨® en el C¨ªrculo de Bellas Artes.
La ¨²ltima de esas petites guerres fue la que, despu¨¦s de Mayo del 68, culpabiliz¨® al estructuralismo y a sus anonadados practicantes como una secta larvada de conservatismo y hasta de reacci¨®n y vio en la revuelta de los estudiantes una bofetada contra la eficacia del m¨¦todo.
La pol¨¦mica de hoy implica a tres pensadores franceses: Michel Henry -La barbarie, Grasset-, Bernard-Henry L¨¦vy -Elogio de los intelectuales, Grasset- y Alain Finkielkraut -La derrota del pensamiento, Gallimard, en Francia, y Anagrama en Espa?a-, adem¨¢s de un verdadero gur¨² americano del catastrofismo cultural, Alan Bloom -El alma desarmada, Julliard.
Lo primero que denuncia Finkielkraut es el hecho de que hoy d¨ªa, debido sobre todo a la premura y al car¨¢cter espectacular de los grandes cotidianos -?menos ¨¦ste en que escribo yo, por supuesto!- y de la televisi¨®n, y a los tics del vocabulario de moda, para el que todo es sublime o genial, cualquier bober¨ªa se convierte en un hecho cultural o, cuando menos, en un fen¨®meno de sociedad. As¨ª, dice Finkielkraut, Shakespeare se pone en el mismo plano que un par de botas, un buen eslogan publicitario da lo mismo que un poema de Apollinaire, un partido de foot equivale a un ballet de Pina Bausch y un costurero relumbr¨®n se compara con Manet, Picasso y Miguel ?ngel. De m¨¢s est¨¢ decir que la tentaci¨®n de hispanizar estas comparaciones es grande: tal cantante melifluo ser¨¢ un Antonio Machado y un travestido de retour el equivalente de Vall¨¦-Incl¨¢n.
Esto no ser¨ªa tan asombroso si no fuera porque en el origen de este nivelamiento el polemista franc¨¦s ve la huella de esos trabajos cient¨ªficos sobre la literatura que acapararon la escena francesa -y luego mundial- a partir de los sesenta y que analizaban con el miso entusiasmo y con el mismo rigor un relato de James Bond o uno de Balzac; huella tambi¨¦n de esa ret¨®rica de la imagen que des-constru¨ªa con la misma meticulosidad un anuncio de la pasta Panzani o la imagen de un filme de Eisenstein.
Pero hay m¨¢s: Finkielkraut se insurge contra la disoluci¨®n actual de la cultura en el marasmo de las llamadas identidades culturales y arremete en particular contra un fil¨®sofo alem¨¢n del siglo XVIII, Herder -?nunca confesar¨¦ que era la primera vez que o¨ªa ese nombre!-, que tuvo la idea de inventar en 1779, en medio de sus tortuosas elucubraciones, lo que en alem¨¢n se llama volkgeist y que en castellano pod¨ªa ser una cultura o un saber o un genio nacional o local.
Cosas del esp¨ªritu
Herder lleg¨® a hablar de una "nacionalizaci¨®n sistem¨¢tica de las cosas del esp¨ªritu", idea que, si se consideraran esas cosas a fondo, han defendido o defienden desde Joseph de Maistre hasta Barr¨¦s, pero yo dir¨ªa que tambi¨¦n desde la Unesco hasta el ¨²ltimo etn¨®logo que descubre una tribu y que no trata de imponer los valores de Occidente -y de colonizar en nombre de ellos- a los salvajes felices o aletargados fuera del tiempo con que acaba de tropezar.
Como puede verse, el debate, sobre todo por sus implicaciones ideol¨®gicas y pol¨ªticas, es de talla y no se limita a un simple desacuerdo de perfumados melanc¨®licos alrededor de una taza de t¨¦. De talla son tambi¨¦n las contradicciones que la diatriba pone a flote: en nombre de la tradici¨®n universalista del siglo XVIII se llega a negar la igualdad en la diversidad de las culturas; en nombre del racionalismo se llega a dudar de que las artes puedan ser objeto de una investigaci¨®n cient¨ªfica. La mayor incoherencia, pero ¨¦sta es de orden parisino, es que todo esto brota de un medio pr¨®ximo a Michel Foucault, de entre sus herederos.
Como era previsible, las respuestas a esta mitigada inquisici¨®n no han tardado. Lo que era menos previsible, en este medio en que todo el mundo parece estar de regreso de todo, es su particular vehemencia. G¨¦rard Genette se?ala en Le Monde que el hecho de estudiar la complejidad -sea fon¨¦tica, sem¨¢ntica, estructural o intertextual- de una escritura dada es, por el momento, el mejor recurso que existe para determinar su riqueza y su importancia; y que precisamente esos instrumentos de trabajo son los que permiten hacer la diferencia, de un modo objetivo, entre la letra de cualquier valsecito tr¨¦mulo y el Quijote. Los seguidores de Barthes afirman que en ning¨²n mensaje publicitario se puede encontrar ese tercer sentido, irreductible y parad¨®jico, que ¨¦l llam¨® punctum en su libro sobre la fotograf¨ªa y que precisamente hace pasar la imagen de la banalidad m¨¢s gris de lo anodino a otro registro, que-pod¨ªamos llamar el de lo real. Para los etn¨®logos est¨¢ claro que el estudio de cada cultura en su especificidad implica inmediatamente el respeto a las diferencias y el rechazo de toda comparaci¨®n apresurada; es decir, de todo juicio de valor. De m¨¢s est¨¢ decir que en los argumentos de los tres pensadores franceses etn¨®logos y otros no ven m¨¢s que un avatar reciente del antiintelectualismo m¨¢s rancio o del m¨¢s solapado antitercermundismo.
Para terminar con un fil¨®sofo que no se limita a darse cabezazos contra la pantalla parpadeante del televisor, sino que trata de encontrar el porqu¨¦ de todo lo que aparece, Vattimo dir¨ªa sin duda que todo lo que ocurre hoy d¨ªa es que estamos, al menos en nuestros pa¨ªses, sumergidos por un exceso de historia y de comunicaci¨®n, y que, por ende, hemos dejado de creer en la energ¨ªa renovadora de todas las vanguardias, de todo lo que se presenta como novedoso o impugnador. Por el momento, no podemos m¨¢s que escuchar algo as¨ª como una conversaci¨®n entre todas las figuras de la realidad. M¨¢s que una oposici¨®n entre el esclarecido siglo XVIII y el gris¨¢ceo cambalache del XX, se trata de identificar lo intr¨ªnseco de una ¨¦poca: en la nuestra, como en un r¨¢pido informativo de la televisi¨®n, es como si todo estuviera en el mismo plano, sin jerarqu¨ªa de valores ni de gravedad.
Raz¨®n de los imprecadores
Algo, sin embargo, hay que confesarlo, da una aparente raz¨®n a los imprecadores, a los denunciadores del nivelamiento a todo precio y del valor id¨¦ntico de todo hecho cultural. Es, por una parte, la extrema mediocridad de la pintura actual que, bajo pretexto de no ser dogm¨¢tica, no hace m¨¢s que oscilar entre la cursiler¨ªa de los almanaques de bombero y lo informe de la m¨¢s perversa acumulaci¨®n. Sin hablar del regreso, en la novela, de las formas de psicolog¨ªa y de narraci¨®n m¨¢s formolizantes para el desocupado lector.
Por otra parte, es verdad que si aceptamos totalmente las identidades culturales y el derecho a la diferencia tenemos que aceptar esas culturas y esas pr¨¢cticas en su conjunto, ¨ªntegramente, sin dejar fuera o culpabilizar en nombre de Occidente o de la raz¨®n ninguno de los gestos que las caracterizan.
No se puede, pues, criticar, como dice Bernard-Henry L¨¦vy, la imposici¨®n estricta del velo negro y total -el tchador- en Ir¨¢n ni tampoco la escisi¨®n del cl¨ªtoris en varios pueblos de ?frica.
Ni los sacrificios aztecas.
?Se puede hablar de una derrota del pensamiento? Mi opini¨®n es que no, que la hecatombe denunciada no existe. Y esto, para ver las cosas desde otro ¨¢ngulo, por un hecho: hoy d¨ªa todo el mundo pertenece a una minor¨ªa, a una volkgeist, aunque sea la del bar de la esquina. Se puede incluso pertenecer a dos o tres minor¨ªas. En todo caso, no hay nadie que no sea algo. Y ese algo quiere sobrevivir, sin que ning¨²n pensamiento normativo, aunque sea el de las luces, venga a enceguecerlo, a juzgarlo. Las aberraciones de ese algo -y a veces son monstruosas- no pueden eliminarse m¨¢s que desde el interior, desde el propio saber local, que por estar vivo siempre es autocr¨ªtico, siempre genera sus disidentes, siempre est¨¢ impugnando su propia identidad. Pero no har¨ªan m¨¢s que agravarse si son tratadas -casi en el sentido m¨¦dico del t¨¦rmino- desde un equilibrio exterior.
Eso no quiere decir, por supuesto, que todo se nivele. Aunque s¨ª quiere decir que, sin por ello confundir todos los niveles, podamos seguir disfrutando -de un modo algo impuro, es verdad- al mismo tiempo de G¨®ngora y de Lola Flores. O de Mozart y Cella Cruz.
escritor de origen cubano residente en Francia, es autor de las novelas Maitreya y De donde son los cantantes, adem¨¢s de numerosos ensayos sobre est¨¦tica.
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