Miller y Marilyn
A sus 72 a?os, Arthur Miller acaba de publicar su autobiograf¨ªa. Podemos considerarla como una alegor¨ªa de las pruebas y los limitados triunfos de los intelectuales americanos en una ¨¦poca que equiparaba el pensar claramente y la intuici¨®n creadora a una especie de traici¨®n. Miller hizo algo m¨¢s que resquebrajar el sue?o americano (en La muerte de un viajante) o interpretar la pesadilla de McCarthy (en El crisol): se atrevi¨® a cruzar el fuego que rodeaba al m¨¢s poderoso s¨ªmbolo sexual del siglo. Si Marilyn Monroe fue la Brunilda americana, Miller, un jud¨ªo neoyorquino con gafas, era un inveros¨ªmil Sigfrido. Aquel matrimonio ha sido considerado como un intermedio fant¨¢stico en la vida de los dos, pero lo que nos cuenta Miller nos ense?a que, por su parte, fue un aspecto de la inextinguible preocupaci¨®n humana que informa sus obras teatrales y, por parte de ella, un camino, de salvaci¨®n temporal. No hab¨ªa nada, en todo caso, que pudiera salvar a Marilyn de sus demonios internos, pero Miller era el ¨²nico hombre que los pod¨ªa haber exorcizado. Este intelectual era, y es, un hombre apasionado.Marilyn ya era suficiente problema, pero lo que ten¨ªa que ser combatido era aquella sociedad que la hab¨ªa concebido. Las fisuras de la misma son expuestas en el libro de Miller de una manera que es trivial tan s¨®lo en apariencia. Tras el estreno de La muerte de un viajante en el Morocco, Theatre de Nueva York (un local demasiado bello como para haber podido sobrevivir), Miller vio, "en un glorioso sue?o de recompensas y grandes ¨¦xitos", c¨®mo preparaban un banquete, incluso con cubos de champa?a. Deseaba con toda su alma tomar una copa para celebrar su triunfo, pero aquellos camareros, exquisitamente vestidos, lo pusieron, con toda su sed, en la calle. Robert Dowling, cuya City Investing Company era la propietaria de Morocco, daba una fiesta de la que estaban excluidos los simples artistas. El concepto de artista, salvo los de variedades, parec¨ªa ajeno al estilo de vida de Am¨¦rica.
Cuando se hizo una lectura de La muerte de un viajante en Filadelfia, Bernard Gimbel, director de una cadena de almacenes, orden¨® que no se despidiera en el futuro a nadie por razones de edad; pero esto era m¨¢s bien consecuencia de la moraleja de la obra, m¨¢s que del reconocimiento de su perfecci¨®n art¨ªstica. Si un artista llega alguna vez a la conciencia de los ricos es como proveedor did¨¢ctico de verdades insanas. Por lo dem¨¢s, se cre¨ªa que el artista americano era de izquierdas, por lo que el arte se consideraba como una especie de traici¨®n.
Clifford Odet fue un t¨ªpico dramaturgo de izquierdas. Los temas de Miller, como los de Odet, son sobre cuestiones sociales, pero para ¨¦l lo esencial del arte dram¨¢tico ha sido siempre el personaje. El crisol, con su caza de brujas (literal), en Salem, en el siglo XVII, puede ser interpretado como un ataque al senador McCarthy y a sus investigaciones sobre las supuestas actividades antiamericanas, pero el significado de la obra, que se desarrolla en Salem, en el siglo XVII, es por qu¨¦ hay gentes que se transforman en monstruos como McCarthy. La evasi¨®n de la verdad para alcanzar la supervivencia -y que culmina con la frase de Orwell "creo que el Sol gira en torno a la Tierra porque lo dice el partido gobenante"- es, en opini¨®n de Miller, uno de los rasgos m¨¢s fascinantes de nuestra ¨¦poca. Miller, un buen humanista liberal, tuvo que sufrir una acusaci¨®n por actividades antiamericanas. Uno de sus supuestos cr¨ªmenes fue que, pese a la prohibici¨®n del Departamento de Estado, hab¨ªa visitado Checoslovaquia. Esto ten¨ªa dos respuestas: a) en el momento de la visita, Checoslovaquia no era comunista; b) Miller nunca visit¨® Checoslovaquia. El punto de vista de estos maestros en la evasi¨®n de la verdad parece ser era que la propia verdad es un tipo de evasi¨®n.
En un pa¨ªs donde, incluso ahora, hay inocentes ciudadanos que est¨¢n dispuestos a ver un manifiesto comunista cuando se les ense?a la Declaraci¨®n de Independencia, Miller ten¨ªa que pasar por un tipo subversivo cuando simplemente transformaba su verdad en teatro. Es una pena el que sus notables talentos art¨ªsticos no sean apreciados y se exagere su activismo.
Sus obras, aunque censuradas por razones ideol¨®gicas, han sido populares en los pa¨ªses comunistas, y Miller fue el claro candidato para presidente del PEN internacional, ya que era el artista que pod¨ªa traer a otros compa?eros artistas "del otro lado de la Luna" y promover la libertad de expresi¨®n para todos. En este papel, que ¨¦l no pudo rechazar, ha sido genial cuando mostr¨® las maquinaciones de los escritores rusos fieles al partido que quer¨ªan desvirtuar los estatutos del PEN. Ha tenido un encuentro recientemente con Gorbachov, que afirma haber le¨ªdo todas sus obras (lo que, seg¨²n Miller, no es cierto: una de ellas fue prohibida con mala intenci¨®n), y se le puede considerar uno de los autores del prometido rapprochement. Miller, el luchador por la libertad, y MiBer, el amante, tienden a oscurecer a Miller, el dramaturgo.
Pero Miller, el amante, es importante para nosotros, pues compartinios, aunque ileg¨ªtimamente, la misma pasi¨®n por Marilyn la m¨¢rtir laica. Se puede decir que si Miller fue incapaz de aliviar la tortura de este martirio, en parte sufrido por voluntad propia, nadie m¨¢s hubiera sido capaz de hacerlo. A los americanos, que consideraron su matrimonio con el as del b¨¦isbol Joe d¨ª Maggio como una uni¨®n de mitos nacionales, no les gust¨® su matrimonio con un intelectual subversivo, pero Miller, al menos, la comprendi¨®, supo estimar su talento e ingenio, que eran grandes, y le dio todo el amor que ella estaba preparada para recibir. Si Marilyn era a la vista la perfecci¨®n f¨ªsica, en s¨ª misma una especie de monstruosidad, su fisiolog¨ªa estaba destrozada por los barbit¨²ricos. Criatura rencorosa, fue aceptada por el p¨²blico americano no por las debidas razones; estaba atormentada entre su deseo de acimitir esta aceptaci¨®n y su asco a la misma: su verdadera naturaleza -la de una criatura t¨ªmida, con un inagotable deseo de pensamientos m¨¢s elevados- quedaba oculta por la imagen sexual con la que se ganaba el pan y una adoraci¨®n masturbatoria. Miller entendi¨® todo, pero no pudo rasgar los velos. Hizo todo lo que un hombre pod¨ªa hacer, pero no fue suficiente.,
Se ha acusado a Miller de explotar el dolor y preparar su suicidio al darle a Marilyn el papel de Maggie en Despu¨¦s de la ca¨ªda. Pero esta obra, a la que su autor llama "la paradoja de la negaci¨®n", trataba en primer lugar de Alemania y de su "brutalidad negada ideal¨ªsticamente, s¨ªmbolo del dilema de nuestros tienipos", y fue escrita mientras que Marilyn "llevaba una vida de trabajo todo lo buena que el cine permite".
Pero cuando se identific¨® a Marilyn con Maggie, Miller lo consider¨® menos como un abrir las heridas de ella, algo impertinente, aunque prof¨¦tico, que como el ennoblecimiento de un s¨ªmbolo sexual a la altura de una hero¨ªna tr¨¢gica. Si aceptaba el elemento prof¨¦tico de esta obra era porque su misi¨®n es la de presentar, en personajes imaginarios, ese eterno complejo en que lo pol¨ªtico, lo social y lo personal se combinan en una agon¨ªa ¨²nica. Si ¨¦stos son temas propios de S¨®focles o de Esquilo, Miller, que con una conveniente modestia no pretende: tener estatura ¨¢tica, no niega que sigue a los griegos.
Como autor en activo, no puede ignorar los problemas del mundo del espect¨¢culo. El teatro serio siempre tiene problemas en Am¨¦rica, por un lado, a causa de los empresarios que piensan en el ¨¦xito de p¨²blico y en los mayores beneficios posibles y, por otro, a causa de hombres como Lee Strassburg, que puso por obra sus caprichosas teor¨ªas sobre interpretaci¨®n. (Digamos de paso que su esposa, profesora de arte dram¨¢tico, no le hizo ning¨²n bien a Maxilyn.) En Europa, Miller adn*a la mayor libertad de que gozan las obras teatrales de las m¨¢s zafias cr¨ªticas. Los cr¨ªticos siguen siendo los m¨¢s tenaces enemigos de los autores dram¨¢ticos americanos, y no parece justo que el ¨¦xito de un espect¨¢culo pueda quedar en peligro por la simple declaraci¨®n de: The New York Times. Miller ha luchado toda su vida contra el oscurantismo y la estupidez en muchos frentes, pero, mientras que MeCarthy est¨¢ muerto, los cr¨ªticos gozan de buena salud.
Miller vive ahora en una serenidad filos¨®fica que reconoce la tr¨¢gica situaci¨®n del mundo, pero reconoce igualmente la posibilidad de mejorarlo en peque?as cosas. Su presidencia del PEN, por ejemplo, ha servido para librar a escritores disidentes de la prisi¨®n o del hacha del verdugo, puesen su calidad de ser el mejor autor teatral americano ha detenido la mano de los peque?os tiranos. Ha vivido durante 40 a?os en Connecticut, rodeado del bosque y, los coyotes. "En la oscuridad exterior", escribe, "ven mi luz y se detienen con el hocico en alto. Se preguntan qui¨¦n soy yo y qu¨¦ hago en esta caba?a bajo la luz. Yo soy un misterio hasta que se cansan. Pero la verdad, la verdad primera, es que todos estamos conectados, mir¨¢ndonos unos a otros. Incluso los ¨¢rboles". Esta creencia en. la unidad de la vida es la que da fuerza a su obra.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.