La carga maldita
Acabo de o¨ªr las declaraciones de Solchaga, implacable en su santa c¨®lera contra los obreros de Al¨²mina, y creo que hay que felicitar al Gobierno, ya que gracias a la enorme torpeza de estos tratajadores se est¨¢n tapando muy bien otras estupideces inmediatamente anteriores: las perpetradas aqu¨ª a mansalva por los hombres que nos gobiernan. Aunque, en este caso concreto, la estupidez no es tanta como el maquiavelismo, porque es evidente que este conflicto artificiosamente provocado le ha venido a alguien como anillo al dedo.Nadie en su sano juicio puede entender el motivo, como no sea el de una podrida maquinaci¨®n, de haber prolongado la original zona de alarma hasta un lugar tan distante. El siniestro ocurri¨® en Fisterra, casi en la r¨ªa de Corcubi¨®n, en cuyas aguas bien abrigadas pudo y debi¨® hacerse el transbordo (como se est¨¢ haciendo ahora, naturalmente) de los bidones rescatados del Cason. All¨ª pueden incluso embarcarse desde tierra, en el puerto de Brens, en Cee, dentro de la misma r¨ªa. Y en cambio, contra toda l¨®gica, se dispuso embarcar esos bidones en el lejano puerto de Xove, organizando su traslado por estas nuestras carreteras, de la vertiente atl¨¢ntica a la cant¨¢brica, entre puntos tan opuestos del mapa de Galicia. El convoy de camiones con su carga maldita se ha ido abriendo paso con dificultades por distintas localidades de tr¨¢nsito, originando no pocas tensiones y enfrentamientos entre los vecinos y las fuerzas del orden. De un orden muy relativo, por cierto. Y cuando, por fin, llega esa carga a su absurdo puerto de embarque, se encuentra con un ambiente ya muy caldeado, con los ¨¢nimos tensos al m¨¢ximo; con unos hombres excitados, rabiosos, que se sienten agredidos, enga?ados y despreciados por unas autoridades de lo m¨¢s incompetentes. La reacci¨®n de los obreros es ciertamente censurable, ?pero a qui¨¦n puede extra?ar siendo asimismo tan previsible?
Precisamente su car¨¢cter de previsible es el que indica una m¨¢s que probable manipulaci¨®n de esta gente, provocando una reacci¨®n tan irreflexiva por abajo como programada por arriba, contando con la irresponsabilidad o, en el peor de los casos, complicidad de un lamentable comit¨¦ de empresa. Es muy f¨¢cil acusar de irresponsabilidad a los de abajo, a los trabajadores de Al¨²mina, disimulando as¨ª la irresponsabilidad de los de arriba, tanto del Gobierno aut¨®nomo como del central (inefable el delegado del Gobierno que padecemos), donde nadie parece haber dado esa orden que promovi¨® ins¨®litamente nuevas zonas de conflicto, coronado ahora (por ahora, que a¨²n veremos) en las cuantiosas p¨¦rdidas proclamadas por Al¨²mina. No es justo magnificar la irresponsabilidad de los obreros cuando no es menor la de las autoridades competentes. Y asimismo hay que tener en cuenta que, ante el mismo pecado com¨²n a unos y otros, es indudable que peca m¨¢s el que m¨¢s sabe.-
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