El Estudiantes cumpli¨® el tr¨¢mite ante su vecino
LUIS G?MEZ, El Estudiantes le encasquet¨® al Real Madrid una derrota que qui¨¦n sabe cu¨¢n dolorosa puede llegar a ser. No fue una an¨¦cdota, aunque pueda afirmarse que el equipo estudiantil, fiel a su tradici¨®n, se apunt¨® su victoria anual sobre su eterno enemigo. El Madrid puede verse obligado a recuperar terreno en canchas m¨¢s dif¨ªciles, el Madrid se est¨¢ jugando jugar en casa el partido decisivo del play off. Y ayer hubo una diferencia: el Madrid no tuvo fe en el triunfo del Estudiantes.
Esta vez, y sin que sirva de precedente, Corbal¨¢n fall¨® en su an¨¢lisis del partido. Quiso dirigirlo desde su despacho, con esa distancia m¨¦trica que a veces impone para dar a sus colegas la impresi¨®n de que son dirigidos limpiamente, de que uno piensa y los dem¨¢s pueden limitarse a buscar la posici¨®n. Pero ayer esa distancia favoreci¨® la defensa estudiantil y Corbal¨¢n termin¨® desconectado de sus compa?eros. Tanto fue que durante su mandato el Madrid, en diez minutos, s¨®lo cosech¨® siete tantos, los tantos de la derrota.
Hasta ese momento, m¨¢s o menos, el partido llevaba un cauce entretenido, con ambiente de gala, pero progresivamente destinado a ser resuelto por el equipo madridista, que lleg¨® a cosechar una ventaja de 15 tantos (58-43). La tradicional fe estudiantil parec¨ªa que no iba a dar mejor resultado, porque se le escapaba la victoria. Hasta ese momento, adem¨¢s, el Madrid hab¨ªa decidido, por fin, establecerse en una zona, que es un sistema defensivo que Lolo Sainz hab¨ªa eludido cabezonamente en choques anteriores, como un acto de orgullo. El Madrid, deb¨ªa pensar Sainz, no puede rebajarse ajugar en zona con el Estudiantes. Era como una especie de derrota t¨¢ctica, moral incluso. Y Sainz mandaba a sus hombres a la guerra, a la lucha hombre a hombre.
Pero ayer, para no comprometerse m¨¢s, para no provocar la ambici¨®n de su vecino, opt¨® por la zona. Y perdi¨® con ella -la zona no estuvo bien trabajada por otra parte-, por lo que cabe imaginarse el disgusto que debe tener el t¨¦cnico.
El Madrid perdi¨® por muchos motivos: fracasaron sus dos tiradores, Alexis y Biriukov, Romay pas¨¦ mucho tiempo en el banquillo y la lucha por el rebote se igual¨®, el juego cerca de la canasta qued¨® relegado a Antonio Mart¨ªn -su hermano Fernando, lesionado, no intervino y Branson se apag¨® estrepitosamente en la reanudaci¨®n- y, finalmente, Corbal¨¢n dirigi¨® con tanta distancia que apenas rompi¨® nunca la formaci¨®n defensiva del rival.
Con todo ello, un Estudiantes que empezaba a estar convencido de su derrota, recobr¨® instant¨¢neamente la fe cuando comprob¨® que los ataques madridistas fallaban consecutivamente, una y otra vez. En tres minutos, con el p¨²blico entregado, el Estudiantes se encontr¨® a tres tantos del Madrid (64-61). A un equipo como el Estudiantes, que tiene casa en F¨¢tima y en Lourdes al mismo tiempo, no tiene por qu¨¦ sorprenderle, no tiene por qu¨¦ temblarle la mano, si de pronto, como una aparici¨®n, advierte que el rival desfallece milagrosamente. El Estudiantes no tiembla, se dispara.
Por entonces, Russell hab¨ªa logrado adquirir unos cuantos metros cuadrados, graciosamente cedidos por la defensa madridista, para intentar sus penetraciones. Algo m¨¢s tarde la sangr¨ªa de balones perdidos en el ataque local regalaba al Estudiantes su gusto por el contraataque. Russell empez¨® a levitar y, con ¨¦l, el marcador gir¨® bruscamente.
As¨ª que el Estudiantes gan¨® y lo hizo holgadamente, mientras el Madrid parec¨ªa limitado a ser espectador de lo que estaba pasando. Y es que el Estudiantes, que alcanza su raz¨®n de ser cuando se enfrenta a un grande, cree en sus milagros, pero sus rivales no siempre. El Madrid no tuvo fe, nunca crey¨® que pod¨ªa ganar su rival. Cuando pudo ver las llagas en la mano, o sea el marcador adverso, qued¨® paralizado, quieto, absorto en el milagro, n¨²entras Corbal¨¢n aumentaba a¨²n m¨¢s los metros de distancia con sus colegas. Corbal¨¢n no lleg¨® a quitarse el frac, ni siquiera desanud¨® su pajarita. Y as¨ª vio la derrota en traje de gala, mientras sus compa?eros buscaban el vomitorio con el gesto descompuesto.
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