Las grietas de la condici¨®n humana
Quiz¨¢ sea Byron uno de los escritores m¨¢s citados y menos le¨ªdos de todos los tiempos. A¨²n en la actualidad, siendo escasos sus lectores, los cr¨ªticos siguen discutiendo sobre el alcance real de su obra literaria. Y, sin embargo, la leyenda de Byron ha sido asombrosamente perdurable, no s¨®lo a lo largo del siglo XIX, sino tambi¨¦n del nuestro. El poeta erigido en h¨¦roe, el aventurero convertido en modelo de rebeld¨ªa, el dandy elevado a transgresor de la moral son figuras que han alimentado la imaginaci¨®n de una ¨¦poca, proyectando sombras inquietantes sobre los tiempos posteriores. Posiblemente sea Goethe quien ha emitido uno de los juicios m¨¢s estimulantes, a la par que m¨¢s enigm¨¢ticos, acerca del fen¨®meno del magnetismo espiritual provocado ,por Byron. Ya anciano, en sus conversaciones con Eckermann, califica de dem¨®nico al escritor ingl¨¦s. De modo indudable identificamos en esta opini¨®n la huella de la fascinaci¨®n que en el viejo Goethe produce el hombre de acci¨®n. Tambi¨¦n, de alguna manera, puede pesar en el ¨¢nimo del autor de Fausto el aura sat¨¢nica que rodea la silueta byroniana. Pero, indiscutiblemente, la utilizaci¨®n del calificativo dem¨®nico implica una carga de mayor profundidad cuando se asimila, como lo hace Goethe, con aquellos aspectos que escapan a la raz¨®n humana. 0, m¨¢s exactamente, con aquellas conductas, acciones o creaciones que emanan del hombre mas escapan a * su comprensi¨®n. Forma parte de la ¨²ltima lecci¨®n de Goethe: la condici¨®n humana es a veces inexplicable; ambigua, siempre.M¨¢s all¨¢ de su controvertido valor literario, Byron encarna el m¨¦rito hist¨®rico de haber reunido, alrededor de su leyenda, a algunos de los fantasmas que amenazan con socavar el pulcro desarrollo de la mente moderna. De ah¨ª que podamos tomarlo como representativo de la conciencia rom¨¢ntica. Byron, por su actitud, por su voluntad de sembrar grietas en el edificio de la moral occidental, puede ser, desde nuestros d¨ªas, un atractivo referente para abordar el pol¨¦mico alcance del romanticismo en la cultura europea actual.
?Hasta qu¨¦ punto experimentamos la actualidad del romanticismo? Aun haciendo caso omiso de su utilizaci¨®n meramente sentimentalista en el lenguaje cotidiano, el t¨¦rmino rom¨¢ntico est¨¢ sometido a tal n¨²mero de tergiversaciones que apenas es reconocible como exponente de una mentalidad y, ni siquiera, de una concepci¨®n art¨ªstica. Hay lacras que interfieren el di¨¢logo abierto con un horizonte est¨¦tico e intelectual que, por su riqueza, desborda el marco hist¨®rico de una ¨¦poca. Las visiones nacionalistas y academicistas han contribuido no poco a distorsionar la reflexi¨®n sobre el romanticismo. Otra lacra, sin embargo, llama en los ¨²ltimos tiempos la atenci¨®n, la que ata?e a la creatividad art¨ªstica: el neorromanticismo o, si se quiere, los neorromanticismos. En otras palabras, el ejercicio manierista de recuperaci¨®n de las formas rom¨¢nticas. Escribir a la manera de los rom¨¢nticos, simulando una relaci¨®n verbal con el mundo semejante a la que ellos ten¨ªan, es no s¨®lo un monstruoso atentado contra el sentir contemporaneo, sino, as¨ªmismo, un obst¨¢culo para comprender las dimensiones del propio romanticismo. Este amaneramiento, a medio camino entre el agotamiento expresivo y la rendici¨®n a los fluctuantes reclamos de la moda, contribuye a reforzar las im¨¢genes epid¨¦rmicas, blandas, de las propuestas rom¨¢nticas._
Estulticia neorrom¨¢ntica
El neorromanticismo, como en general todos los movimientos encabezados por un neo, auspiciados con fines propagand¨ªsticos y asumidos por escritor'e incautos o est¨¦riles, entra?a junto con el peligro de vacuidad .est¨¦tica, la malversaci¨®n del paradigma cultural al que obs cenamente se remite. Se trata para decirlo de un modo rotundo, de preservar el patrimonio rom¨¢ntico de la estulticia neorrom¨¢ntica.
?En qu¨¦ sentido? ?Es que, pesar de todo, tiene de nuevo vigencia el romanticismo? Nun ca ha dejado de tenerla. Al me nos interpretado desde una de terminada perspectiva a la que apenas afectan los juegos de moda y las recurrencias estil¨ªs ticas. Una perspectiva en la que se proyecta, con mayor o menor radicalidad, el entero trayecto de la modernidad: un itinerario en el que persistentemente se vislumbran las heridas abiertas en el seno de la raz¨®n y el progreso por la conciencia rom¨¢ntica. Son, precisamente, estas heridas y su ahondamiento en el tiempo las que le otorgan valor de actualidad. Se hace indispensable, por ello, no examinar el romanticismo desde una ¨®ptica unilateral. En cuanto a nueva sensibilidad, pone al descubierto el profundo desgarro de la civilizaci¨®n occidental. Como concepci¨®n tr¨¢gica de la existencia, enuncia el autoexilio inevitable del individuo. Pero, siendo importantes las respuestas que el romanticismo, hist¨®ricamente considerado, opone a su ¨¦poca, de mucha mayor importancia son las preguntas que vierte sobre el futuro. A m¨¢s de un siglo de distancia, los caminos rom¨¢nticos -a menudo callejones sin salida, y tal vez por este motivo- ofrecen poderosos atractivos. Muchos no podemos dejar de conmovernos ante la transmutaci¨®n m¨ªtica de H?lderlin o los viajes on¨ªricos de Nerval, ante la afirmaci¨®n heroica de Keats o la pasi¨®n tan¨¢tica de Novalis. No obstante, por encima de estos vigorosos caminos, acaso nos intrigue todav¨ªa m¨¢s esa com¨²n atm¨®sfera de incertidumbre que flota sobre todos ellos. Esa atm¨®sfera de interrogantes no desvelados, de enigmas que se multiplican en el af¨¢n de conocimiento. Advertimos, entonces, que la conciencia rom¨¢ntica ofrece escasas soluciones y, como compensaci¨®n, detecta multitud de s¨ªntomas que siguen afectando a nuestra civilizaci¨®n. La trascendencia temporal del romanticismo estriba en su capacidad de anticipaci¨®n, de intuici¨®n cultural. En su capacidad de constituirse en diagn¨®stico del hombre moderno.
Por eso nos sigue interesando Byron, aunque, con justicia o no, lo sigamos reduciendo a su leyenda. Nos interesa ese Byron que interesaba al viejo Goethe. Quiz¨¢ ya no por todas las razones de ¨¦ste. S¨ª, al menos, por una: como rastro seductor de un desasosiego y una fuerza que nacen de constatar que el hombre s¨®lo empieza a explicarse a s¨ª mismo cuando acepta lo que de inexplicable hay en ¨¦l.
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