El quiste
Ex secretario general de la Presidencia y portavoz del Gobierno vasco, el autor, que acaba de publicar una novela de anticipaci¨®n pol¨ªtica en tomo a ETA, rememora algunas experiencias personales para ilustrar su escepticismo ante la posibilidad de enhebrar un di¨¢logo racional que acelere el fin de la violencia en Euskadi.
Fue hace ya a?os, pero jam¨¢s olvidar¨¦ la escena. Ni el semblante, entre incr¨¦dulo y despectivo, con el que me mir¨® el dirigente de ETA al decirle que la reacci¨®n de las gentes era por completo hostil a la colocaci¨®n de bombas en el Mediterr¨¢neo, y que no hab¨ªa escuchado un solo comentario favorable aquella ma?ana en San Sebasti¨¢n, horas antes de acudir a la cita que con tanta dificultad hab¨ªa conseguido. Sentado tras una mesa de un piso de San Juan de Luz, me espet¨® que me equivocaba, y que se trataba de la ¨²nica impresi¨®n negativa que hab¨ªan recibido desde que se hab¨ªa hecho p¨²blica la campa?a.Call¨¦, naturalmente, pero por primera vez tuve la impresi¨®n de que jam¨¢s lograr¨ªa convencerles. Otros le hab¨ªan dicho lo que quer¨ªa o¨ªr, y el resto de comentarios no serv¨ªan para nada. Ya se sabe, pura intoxicaci¨®n informativa. Me ocurri¨® m¨¢s de una vez a lo largo de aquel tiempo, trabajando como periodista. A¨²n recuerdo mi irritaci¨®n al comprender que, por muy buena voluntad que pusiera, no lograr¨ªa desviarlos un mil¨ªmetro del camino por el que hab¨ªan optado. Intent¨¦ ponerme en su lugar, hallar razones, comprender su situaci¨®n. Quise, en definitiva, saber la parte de verdad que todos llevamos dentro. Pero jam¨¢s consegu¨ª que ellos aceptaran la m¨ªa. Resultaba in¨²til. Me viene a la memoria la sensaci¨®n de que se me escapaban, de que no entraban en el juego. Iban a lo suyo, tomaban la parte que quer¨ªan -y no precisamente lo fundamental- y hac¨ªan caso omiso de lo que no les gustaba.
De verdad, no pod¨ªan entenderlo, porque mis interlocutores no eran delincuentes, sino gentes convencidas que afirmaban luchar por los dem¨¢s. Y eran j¨®venes, llenos de vida, en ocasiones simp¨¢ticos, e incluso en alg¨²n momento recuerdo rasgos de delicadeza personal. Al principio me resultaba incre¨ªble, por ejemplo, aceptar que quien tan animosamente hablaba conmigo, tal vez aquella misma ma?ana, o quiz¨¢ luego, pod¨ªa matar fr¨ªamente a un pobre hombre por sorpresa y en estado de total indefensi¨®n. ?Qui¨¦n era ¨¦l de verdad, me dec¨ªa, el que me serv¨ªa caf¨¦ y me preguntaba cari?oso por gentes de la Parte Vieja de San Sebasti¨¢n o el que ordenaba matar despu¨¦s ... ? Luego supe, tiempo m¨¢s tarde, que aquellas conversaciones fueron utilizadas en sus debates internos, sin que yo pudiera casi ni reconocer la informaci¨®n que se me atribu¨ªa.
Entonces comenc¨¦ a darme cuenta de que se trataba de un quiste. Un militante de ETA salido de la c¨¢rcel en 1977 y reincorporado a la organizaci¨®n tras la ampist¨ªa me coment¨® algo que en aquel momento no supe comprender: "Jam¨¢s hubiera pensado que en ETA pudiera ocurrir aquello",me dijo. "La organizaci¨®n que describ¨ªan mis amigos a mi salida de la c¨¢rcel no ten¨ªa nada que ver con la que yo dej¨¦ en septiembre de 1975". M¨¢s tarde tom¨¦ clara conciencia de lo que significaba. En el a?o 1968 si no recuerdo mal, un joven militante de ETA llamado Ibargutxi puso una bomba en los locales del peri¨®dico El Correo. Pero al darse cuenta de que hab¨ªa un operario en el lugar, baj¨® corrien do nuevamente en el af¨¢n de des conectar la bomba. No fue posible. Se destroz¨® ambas piernas. Hoy no hubiera ocurrido nada de esto: la bomba habr¨ªa estallado el operario estar¨ªa muerto y la culpa ser¨ªa de El Correo. Esto es exactamente lo que ha cambiado en ETA. ?sas son las consecuencias del enquistamiento.
Colaboraci¨®n
En el a?o 1983 Garaikoetxea, siendo yo a¨²n periodista, me llam¨® en el momento de preparar la Mesa por la Paz. Colabor¨¦ gustoso. Me acerqu¨¦ hasta un miembro de Herri Batasuna, que se mostr¨® encantado por la iniciativa y dispuesto a colaborar. Pasaron los d¨ªas y mi contacto parec¨ªa mantener tal grado de entusiasmo que logr¨® despertar en m¨ª el optimismo. Le pregunt¨¦ si hab¨ªa consultado o no con sus amigos del otro lado. Me contet¨® que no, pero que no hab¨ªa problemas. Supuse que se trataba de una actitud compartida. En cualquier caso, me acerqu¨¦ hasta ellos. No tuve que ir m¨¢s que hasta Hendaya. Alguien me dijo que la iniciativa de Garaikoetxea nada ten¨ªa que ver con lo que ellos exig¨ªan, y que no serv¨ªa m¨¢s que para demostrar que el Parlamento vasco era una filfa, que ellos ten¨ªan la raz¨®n y que no ten¨ªamos m¨¢s remedio que aceptarla. Bastar¨ªa dar unos cuantos golpes m¨¢s -utilizaron una expresi¨®n m¨¢s vulgar pero que no cambia en lo fundamental el sentido del relato- para conseguir, esta vez s¨ª, todo lo que ETA se propon¨ªa. Comuniqu¨¦ lo sucedido al lehendakari y a mi amigo de Herri Batasuna, convirti¨¦ndome sin querer, qui¨¦n iba a decirlo, en enlace entre ETA y HB. Por si hab¨ªa alguna duda, ETA puso una bomba en un banco y murieron tres. No volv¨ª a ver a mi contacto de HB en meses. Nuevamente hab¨ªa topado con el quiste.
Luego vino lo del anuncio de la tregua. Y cuando todos los hombres y mujeres de buena voluntad la saludaban con esperanza, pensando que por fin hab¨ªa un poco de cordura, un comunicado volvi¨® a poner las cosas en su sitio y a recordar aquello del todo o nada. Y naturalmente, una vez m¨¢s, qued¨® en nada. Alguien dijo entonces que era preciso enfrentarse con la realidad: si ten¨ªan trompa como los elefantes, patas del tama?o de elefantes, piel y cola como los elefantes, obviamente, ten¨ªa que tratarse de elefantes y no de gentiles gacelas, como algunos hab¨ªan mantenido con la mejor voluntad hasta aquel momento. Pero no le hicieron demasiado caso. Otro pregunt¨® si era posible negociar con un quiste, que c¨®mo se hac¨ªa eso y qu¨¦ se pod¨ªa dar a cambio.
Algo hay que me impide ver el final de la historia, posiblemente porque fueron muchos los acontecimientos que se desarrollaron, algunos de ellos no muy agradables.
Creo recordar que alcanzaron la tan ansiada derrota por la que durante tanto tiempo y de modo tan bravo lucharon. Lo malo es que estuvieron en trance de arrastrar con ellos al pa¨ªs que dec¨ªan defender. Pero, eso s¨ª, jam¨¢s renunciaron a nada.
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