Presente y futuro agroindustrial en Espa?a
La alimentaci¨®n es un elemento retardatario, desestabilizador, refractario a la modernizaci¨®n, verdadero obst¨¢culo al desarrollo, que lo mejor que puede hacer es jubilarse y desaparecer de la escena, ya que lo que deje de producir lo podremos comprar m¨¢s barato en el mercado internacional.Viene esto a cuento cuando se han conocido recientemente los resultados del IPC de 1987, a?o en que la alimentaci¨®n ha acumulado una subida del, 2,7% frente al 5,6% del componente no alimentario. Y no es cosa s¨®lo de este a?o, ya que la media anual acumulativa del crecimiento de los precios de alimentaci¨®n entre 1976 y 1986 fue del 13,3% frente al 15,5% anual en que subieron los precios de los restantes componentes de la cesta de la compra. En esta direcci¨®n, 1987 acent¨²a a¨²n m¨¢s este diferencial de precios entre ambos conjuntos. ?Qu¨¦ ha sucedido?
Lo que viene sucediendo desde hace a?os es que los empresarios del sector agroalimentario responden cada vez menos al estereotipo tradicional. La agricultura est¨¢ cada vez m¨¢s integrada con las actividades directamente conexas (distribuci¨®n alimentaria e industria transformadora), y ello le obliga a una mayor tecnificaci¨®n y mejora de la calidad, al tiempo que le potencia una penetraci¨®n m¨¢s agresiva en el mercado. Y en 1987 ha sucedido -sobre todo- que nuestros agricultores, industriales y operadores comerciales han tomado el pulso al nuevo marco comunitario y est¨¢n aprovechando las oportunidades que se ofrecen por muy diversas v¨ªas: ayudas a la producci¨®n, ayudas de almacenamiento, restituciones a la exportaci¨®n, subvenciones a la inversi¨®n agroindustrial y otras ayudas estructurales. Por poner un ejemplo, si en 1985 las medidas de sostenimiento de mercados agrarios costaron al erario p¨²blico espa?ol 14.000 millones de pesetas, el a?o siguiente (ya con cargo al FEOGA/Garant¨ªa) esta factura super¨® los 37.000 millones, y 1987 ha terminado con 126.000 millones. Ello no s¨®lo conlleva una garant¨ªa efectiva a las rentas del agricultor sino -y funda mentalmente- una nueva expansi¨®n comercial que opera sobre un importante volumen de producciones que -sin estos mecanismos de apoyo- tendr¨ªan dificultades para situarse en el mercado. Todo ello repercute en una consolidaci¨®n del tejido econ¨®mico. Por lo que se refiere a nuestros productos t¨ªpicos de exportaci¨®n -aceite, frutas y hortalizas-, s¨®lo un insuficiente nivel de organizaci¨®n comercial ha fre nado hasta ahora y ha impedido apurar al m¨¢ximo nuestra natural penetraci¨®n en los mercados europeos. Si observamos que en los dos ¨²ltimos a?os estamos avanzando r¨¢pidamente en este terreno, y que -?qui¨¦n lo iba a decir!- en productos tradicionalmente ausentes de nuestro tr¨¢fico exterior nos estamos si tuando en una posici¨®n clara mente exportadora, ya sea por la precocidad y calidad de nuestras producciones -caso de los cereales- o por las restituciones a la exportaci¨®n -az¨²car, vino a granel- o por su mayor competitividad -carnes de vacuno, por ejemplo-. Si contemplamos, finalmente, que llegaremos al final de los per¨ªodos transitorios con la lecci¨®n bien aprendida de c¨®mo hay que vender en los mercados exteriores, sin ninguna de las trabas que pesan en la actualidad, puede comprenderse que 1987 no marca sino el inicio de una nueva etapa para el sector agroalimentario, que est¨¢ -perm¨ªtasenos parafrasear al poeta- "cargado de futuro".
El saber profesional
Lo que sucede es, en definitiva que nuestros agricultores, industriales y operadores comerciales trabajan sobre la base de un buen saber profesional, sobre una gama de productos extraordinariamente variada, sobre los que muchas veces concurren tres caracter¨ªsticas que los mercados saben valorar: calidad, bajo coste y precocidad. En estas condiciones, y con una mayor experiencia comunitaria, todas las bazas est¨¢n a nuestro favor. La agricultura y la agroindustria no son, en este contexto, un freno o una fuente de desajustes, sino una de las m¨¢s prometedoras locomotoras de nuestro desarrollo econ¨®mico de los pr¨®ximos a?os. Los datos de 1987 apuntalan esta afirmaci¨®n.
Conviene, por tanto, hacer una somera reflexi¨®n sobre tres aspectos que ofrecen especial inter¨¦s y guardan una fuerte relaci¨®n interna: la estabilidad de precios, el aumento de la producci¨®n y su creciente competitividad exterior.
La contenci¨®n del IPC se?ala el ¨¦xito de la pol¨ªtica de control de precios que se viene practicando en Espa?a durante los ¨²ltimos a?os, basada no en un arcaico intervencionismo (al parecer, y parad¨®jicamente, el ¨²nico sistema de control que han sabido aplicar hist¨®ricamente los conservadores en este pa¨ªs), sino en los propios mecanismos del mercado a trav¨¦s de la modernizaci¨®n del aparato productivo, lo que -entre otras cosas- le ha insuflado una mayor productividad y ha permitido algo que hasta ahora parec¨ªa imposible alcanzar en la econom¨ªa espa?ola desde que la crisis energ¨¦tica de 1973 dio al traste con los dorados a?os del endeble desarrollismo espa?ol de los a?os sesenta: un fuerte crecimiento de la renta en un contexto de estabilidad de precios.
Este esquema es en todo aplicable al comportamiento del sector agroalimentario. La estabilidad de precios ha alcanzado en primer lugar a los medios de producci¨®n agrarios, que han finalizado el a?o con un crecimiento inferior al 1% (recordemos que, por ejemplo, hace seis a?os esta tasa superaba el 20%). Tal estabilidad se ha transmitido a los precios pagados a los agnicultores, a los precios de la agroindustria y a los precios al consumo, que crecen un 2,7%, muy por de bajo de su nivel m¨ªnimo desde hace muchos a?os.
La producci¨®n agraria ha conocido uno de los mayores crecimientos de los ¨²ltimos a?os. Se ha afirmado hasta la saciedad que estos resultados no son, en realidad, sino el producto de un a?o excepcionalmente favorable desde el punto climatol¨®gico. Sin negar que tal circunstancia ha jugado un papel importante (aunque, no determinante) en el aumento de la producci¨®n final agraria, conviene hacer una comparaci¨®n -sumamente instructiva- con el comportamiento de las macromagnitudes en 1980, a?o calificado como la cosecha del siglo, r¨¦cord que a¨²n conserva.
Producci¨®n final
En el a?o que acaba de finalizar casi se ha alcanzado la misma tasa de crecimiento de la producci¨®n final agraria. Sin embargo: a) En 1980 la renta real por ocupado -en t¨¦rminos de poder adquisitivo- cay¨® un 13%, mientras que en 1987 ha aumentado un 6%; b) El IPC alimentaci¨®n acumul¨® un crecimiento del 12,3% frente al 2,7% del a?o actual.
En otras palabras, los aumentos de producci¨®n no se los ha comido la erosi¨®n del poder adquisitivo, que conllevaba la escalada inflacionista de finales de 1970 y de primeros de 1980. La producci¨®n agraria ha permitido mejorar el nivel de vida de los agricultores, sin repercutir en una desestabilizaci¨®n de precios.
Pero, adem¨¢s, la industria agroalimentaria ha superado la aton¨ªa de a?os anteriores, creciendo (media enero-octubre 1987 sobre el mismo per¨ªodo de 1986) en m¨¢s de un 9%. Este despertar viene alentado por las mejores perspectivas comunitarias y, previsiblemente, continuar¨¢, a juzgar por las fuertes inversiones que se est¨¢n realizando en el sector durante los dos ¨²ltimos a?os.
Ello no s¨®lo contribuye positivamente a crear m¨¢s riqueza y modernizar nuestro sistema agroindustrial, sino a estabilizar nuestras producciones agrarias, d¨¢ndoles un marco de referencia en cuanto a su salida al mercado.
Este a?o hemos producido m¨¢s, entre otras cosas, porque hemos podido vender m¨¢s. En lo que se refiere a alimentaci¨®n (y en contra de lo que ha sucedido con otros sectores), el tir¨®n de la demanda interna se ha podido satisfacer con producciones nacionales, m¨¢xime cuando la estabilidad de precios ha favorecido su competitividad.
As¨ª se explica que este a?o nuestras importaciones agroalimentarias hayan crecido un 6%, cuando durante los 10 a?os anteriores lo han hecho a una tasa media del 12% y cuando el resto de las importaciones ha crecido en 1987 un 26%. Pero, adem¨¢s, se ha registrado un crecimiento de las exportaciones agroalimentarias a tenor de una tasa del 21% (16% medio anual acumulativo entre 1977 y 1986). En otras palabras, nuestros productos est¨¢n aumentando r¨¢pidamente su penetraci¨®n exterior.
Pasado el choque inicial de 1986, hemos finalizado lo que pudi¨¦ramos considerar el primer a?o efectivo de integraci¨®n en la CE con unos resultados que -sin triunfalismos fuera de tono- hemos de calificar, cuando menos, de correctos y equilibrados. Resultados que han beneficiado a todos los colectivos relacionados con la actividad agroalimentaria: agricultores, industriales, comercializadores, exportadores y consumidores. Somos conscientes, sin embargo, que en el futuro habremos de afrontar problemas que no subestimamos y que se derivan de los ajustes que hay que introducir en la pol¨ªtica comunitaria para hacer frente a los excesos de producci¨®n.
La existencia de estos ¨¢rboles (por m¨¢s que tengan mucho porte) no nos impedir¨¢ percibir las verdaderas dimensiones del bosque. Jugamos con bazas importantes que est¨¢n siendo r¨¢pidamente comprendidas por los colectivos m¨¢s din¨¢micos de la sociedad espa?ola, lo que sin duda nos va a permitir ocupar -por fin- nuestro lugar dentro de la Comunidad Europea. Porque, en resumidas cuentas, lo cort¨¦s no quita lo valiente.
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