Una lecci¨®n de angustia radical
Nuestro problema ante Vallejo: ?cu¨¢l es ese problema? Todos los poetas que han atravesado en sus obras una l¨ªnea enigm¨¢tica tras de la cual se hace evidente ese acontecimiento -que es siempre indescifrable- al que llamamos la genialidad, nos plantean alguna clase de problema. Por lo general, y cuando menos, sacuden el adormecimiento de nuestra relaci¨®n con el lenguaje. Ante Vallejo, ese sacudimiento es radical. En frente del idioma o abrazados a ¨¦l, los poetas siempre creemos que nos mantenemos alertas. Esa creencia suele ser -como tantas otras creencias- un anestesiamiento. En realidad, hablamos a menudo -escribimos incluso- de memoria, de prestado o de o¨ªdas. Casi siempre llevamos colgando de la lengua cierto freno de inercia. A veces el error es a¨²n m¨¢s grave: buscamos la originalidad. O peor a¨²n: suponemos que la hemos encontrado: cuando quiz¨¢ no haya. nada m¨¢s tradicional, m¨¢s ortodoxo, m¨¢s conformista que el prop¨®sito de ser originales. Son formas aparentemente diversas del anestesiamiento. Y es entonces cuando llegan los genios: los leemos, nos enorgullecemos de volver a ser aprendices, nos asombramos de la grandeza del idioma, nos admiramos de la s¨²bita majestad que ellos, los genios, les reotorgan al numeroso misterio del idioma. En suma, nos desanestesiamos. Los grandes poetas, nos hacen sospechar una vez m¨¢s que nuestro oficio de escribir poes¨ªa es algo muy distinto a la soberbia de sentirnos satisfechos y relajados, y que en el espacio de esa distinci¨®n y esa tensi¨®n, la facilidad, el buen o¨ªdo, la originalidad, son asuntos triviales. Los genios nos ense?an que, ante la magia que se contiene en las palabras, lo m¨¢s l¨ªcito es vivir angustiados y escribir con angustia. Todos los genios nos regalan esa lecci¨®n de angustia. En el fondo, es una moral.Sobresalto sin alivio
Miramos con atenci¨®n los corredores, los destellos, y las penumbras de todos nuestros a?os de oficio y nuestra historia de lectores, y adivinamos que la lecci¨®n de angustia m¨¢s radical que a¨²n tenemos cierta oportunidad de seguir aprendiendo nos la entrega C¨¦sar Vallejo. El castellano de Vallejo es un sobresalto sin alivio, un testarudo y casi brutal desanestesiamiento. Tocamos sus palabras espa?olas y notamos que nos queman la mano. Abarcamos con nuestros ojos alguno de sus versos precipitados y escalofriantes, y notamos que nos crecen los ojos, de un modo parecido a como crecen en el miedo: se nos abren con ansia, como en leg¨ªtima defensa. "Muri¨® mi eternidad y estoy vel¨¢ndola": seismos verbales como ¨¦ste no hab¨ªan sonado nunca en el terremoto del genio del idioma. El poeta Cint¨ªo Vitier ha acertado a escribir que un buen verso, un verso que merezca ese nombre, es "una calidad s¨²bita del mundo". Algo que no exist¨ªa en el,universo s¨²bitamente existe, s¨²bitamente y con candor sucede, y se queda a habitar para siempre en el mundo, agrand¨¢ndolo. A ese milagro le solemos llamar revelaci¨®n. La poes¨ªa de Vallejo est¨¢ plagada de revelaciones.
Uso a conciencia la palabra plaga: esos versos caen como una plaga de langosta sobre nuestras modosas, originales, satisfechas cosechas expresivas. Algunos versos de Vallejo (a menudo poemas enteros, pues en ¨¦l lo prodigioso se dilata, igual que crece una pasi¨®n hasta casi romper el pecho), algunos versos granizan sobre nuestras plantas de uva, sobre nuestras lindas matas de flores y sobre nuestros naranjales, y pura y sencillamente las arrasan. Esa pureza, esa sencillez, esa inocencia en cierto modo demon¨ªacas nos resultan devastadoras. Nos hacen comprender que. nos pasamos la vida distra¨ªdos, que escribimos, casi siempre, aletargados por la aventura de la satisfacci¨®n, la originalidad, el anestesiamiento. Nos hacen sospechar que la original¨ªdad verdadera, la originalidad radical, es hija de la angustia, es hermana de la inocencia, pariente del candor. ?Tenemos, pues, que regresar? ?A d¨®nde? Tal vez a la severidad de la n¨²ra da originaria, esa mirada que tuvimos un d¨ªa y que la inercia, el ¨¦xito, la vanidad y otras maneras del apocamiento fueron cargando de presbicia. Hemos ido dejando de ser candorosos, renunciando a la severidad de la inocencia, y todo ese mont¨®n de dejadez amenaza con convertirnos en poetas ?con la vista cansada. Es un error escandaloso, pues la mirada de un poeta debiera ser infatigable, inocente y severa. Los genios nos lo prueban. Vallejo, de manera perturbadora y radical. En la revelaci¨®n po¨¦tica del espa?ol, la inocencia y severidad de Vallejo son ¨²nicas.
Ha sido escrito que Vallejo es el m¨¢s severo monasterio verbal levantado en las tierras americanas. Esa palabra, monasterio, nos reconduce al espacio de la inocencia: lo sagrado. En la poes¨ªa de Vallejo, el alivio -y el espanto- de lo sagrado frecuentemente nos asaltan juntos, en una especie de dentellada de cari?o, de ara?azo de amor: "Amado sea el que vela el cad¨¢ver de un pan con dos cerillas". ?Hemos visto de verdad ese verso? ?Lo hemos o¨ªdo verdaderamente? ?Lo hemos tocado de verdad? Abrasa. Ese verso calcina. Ese verso, de una claridad que es a un tiempo revelatoria e indescifrable, que est¨¢ lleno a la vez de evidencia y de enigma, de angustia y de consuelo, calcina, por de pronto, al anestesiamiento que suele segregar nuestra inteligencia peque?a y adulta de poetas distra¨ªdos, originales, incandorosos y desinocentados. La inteligencia po¨¦tica de Vallejo es ah¨ª distinta, es violentamente real.
Y ¨¦ste es nuestro problema, el severo problema que a nosotros, los poetas, nos plantea la poes¨ªa de Vallejo: que, apretado con el lenguaje, llenos ambos de compasi¨®n -el lenguaje y Vallejo- llenos ambos de angustia y de inocencia, nos dan una limosna. Y es entonces, en ese instante, cuando nosotros hemos de preguntarnos: ?seremos de nuevo capaces de vivir de limosna? ?Tendremos el coraje de regresar hacia el lenguaje con la inocencia y la exigencia del mendigo?
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