Inteligencia en el error
El cineasta brit¨¢nico Stephen Frears se ha convertido, con s¨®lo un par de obras, situadas en el umbral de una madurez que ya parece tocar con las yemas de los dedos, en uno de los grandes del cine europeo.No ha realizado todav¨ªa una obra perfecta, aunque ?brete de orejas conten¨ªa ya maneras de cineasta mayor, y esta ¨²ltima pel¨ªcula suya, Sammy y Rosie se lo montan, no escapa de la carcoma y el acoso de la imperfecci¨®n, y el acoso de la imperfecci¨®n, sino que, por el contrario, se adentra en ella con mayores desequilibrios que los que se observaban en sus obras precedentes. Pero, aun siendo ¨¦ste un filme lleno de tropiezos, tiene dentro algunas tan fulgurantes dianas que bien merece la pena observarlas de cerca y aprender a ver cine en ellas.
Sammy y Rosk se lo monta
Direcci¨®n: Stephen Frears. Gui¨®n: Hanif Kureishi. Fotograf¨ªa: Oliver Stapleton. Director art¨ªstico: David McHenriy. M¨²sica Stanley Myers. Reino Unido, 1987. Int¨¦rpretes: Shashi Kapoor, Frances Barber, Claire Bloom, Ayub Khan Dim, Roland Gift, Wendy Gazelle, Badi Uzzman. Estreno en Madrid: cine Alphaville.
Es curioso descubrir c¨®mo Frears alterna tumultuosamente los errores con los aciertos, y c¨®mo -he aqu¨ª el signo del cineasta genuino- en aqu¨¦llos, en el coraz¨®n de sus mism¨ªsimas equivocaciones, hay siempre un rastro de inteligencia. A un buen cineasta se le nota su bondad como tal incluso cuando lo hace mal, y esto, en el caso de Frears, se multiplica.
Frears tropieza, balbucea, yerra, falsifica, pierde las riendas del relato en los momentos m¨¢s inoportunos, pero lo hace de tal manera que tales imperfecciones tienen el perfil exacto de las huellas dactilares de su personalidad: son entera, agresivamente suyas. La identidad de su estilo es tan pronunciada que existe con igual capacidad de distinci¨®n en los instantes de plenitud que en los de carencia.
Plenitud y carencia
Sammy y Rosie se lo montan comienza bien, e incluso mejor que bien: atrapa, engatusa al espectador con la incursi¨®n, sin guardarse las espaldas, de la c¨¢mara en el infierno de un barrio Iondinense el infierno de un barrio londinense de emigrantes, en el que Frears y su guionista, Hanif Kureishi, desvelan la nitidez que los perfiles del caos adquieren en una sociedad en descomposici¨®n, en un punto de cima de una guerra de clases.Se trata de escenas colectivas muy ¨¢giles y poderosas, en las que la c¨¢mara se desplaza con ligereza, conducida por la desenvoltura del v¨¦rtigo, de imagen en imagen, de violencia en violencia, de sorpresa visual en sorpresa visual. Estalla en ellas la doble cara de la verdad: muerte y vida como lados de una misma moneda; los imprecisos l¨ªmites entre la cercan¨ªa y la lejan¨ªa, que son el punto de encuentro de las respectivas demarcaciones de la c¨¢mara y el actor en el di¨¢logo sin palabras de una filmaci¨®n veraz. Y hay, por todo ello, aut¨¦ntico cine, ese que estalla, por ejemplo, en las escenas de la algarada nocturna con la energ¨ªa desusada que caracteriza al sarcasmo de este admirable y feroz cronista de los estertores del cad¨¢ver del Imperio brit¨¢nico.
La indagaci¨®n coral del filme en el escenario barriobajero londinense es fascinadora. Pero cuando esta coralidad inicial se dispersa y la representaci¨®n indaga en los individuos, la fuerza inicial comienza a debilitarse, y poco a poco acaba por desvanecerse en intentos frustrados de composiciones de personajes, que se quedan a medio camino de donde prometen llegar.
Es m¨¢s, hay incluso ramploner¨ªas mal cribadas por un gui¨®n no bien organizado y sin columna vertebral; hay efectismos baratos y signos evidentes de querer y no poder, en los que Frears pone sobre el asador toda su capacidad para empe?arla en una misi¨®n imposible, o imposibilitada por la cortedad del desarrollo dram¨¢tico del gui¨®n. Despu¨¦s de crear un escenario coral cre¨ªble, que rompe moldes y adentra al espectador en la esperanza de penetrar en lo impenetrable, Frears no ha sabido dar credibilidad a los pobladores de este escenario uno por uno. Y la pel¨ªcula se le va, en la segunda mitad, de las manos.
Babelia
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