Contra la sociedad perfecta
Si alguien quisiera detectar cu¨¢l es la visi¨®n que la sociedad espa?ola tiene hoy de s¨ª misma y recurriera para ello a la lectura de noticias, editoriales o columnas que aparecen en los medios de comunicaci¨®n, llegar¨ªa r¨¢pidamente a una conclusi¨®n: tras esos discursos subyace una ideolog¨ªa, sorprendentemente un¨¢nime, que bien pudiera resumirse en una sola frase: la sociedad espa?ola es perfecta. Los axiomas de semejante ideolog¨ªa son pocos y sencillos.1. No existen contradicciones dignas de menci¨®n en el seno de la sociedad espa?ola, ni entre individuos ni entre grupos. S¨®lo hay una contradicci¨®n esencial, a saber, la existente entre la sociedad civil y el Estado.
2. El Estado no se compone de un conjunto de instituciones complejas e individuos variados, sino que lo forman, apenas, el Gobierno, los inspectores de Hacienda y la polic¨ªa. Los jueces, los ingenieros de obras p¨²blicas, los abogados del Estado, los interventores, los m¨¦dicos del Insalud, los ense?antes, los ordenanzas o los carteros est¨¢n, naturalmente, muy a gusto en el lado bueno; es decir, forman parte de la sociedad civil.
3. Mientras el Estado est¨¢ plagado de individuos ineficaces perversos y, por supuesto, sospechosos, la sociedad florece, no s¨®lo en primavera, sino todo el a?o. Los individuos y grupos que la componen son ben¨¦ficos e ilustrados.
Desde esta particular visi¨®n los conflictos que toda sociedad genera, y que en democracia son el pan nuestro de cada d¨ªa, en la sociedad espa?ola s¨®lo se producen por culpa del Estado, incapaz de dar cumplida respuesta a tan variadas como razonables demandas.
La concepci¨®n maniquea que se acaba de describir en forma de caricatura existe, es operante y consumida a manos llenas. Puede demostrarse.
Esta ideolog¨ªa, por lo dem¨¢s profundamente reaccionaria, acaba generando una primera subideolog¨ªa, la de la gratuidad.
Un individuo rompe a bastonazos un buen n¨²mero de farolas. Los pilotos, los recogedores de maletas, los controladores o cualquier otro de los miles de gremios que, al parecer, son necesarios para hacer volar un avi¨®n acaban con las vacaciones y la paciencia de unos cientos de miles de personas. Un anestesista deja en el sitio a un joven durante una operaci¨®n de apendicitis. Un adolescente, diz que drogadicto, le arrima la navaja a un viandante y se le lleva la cartera a cambio de un susto de muerte. Un juez deniega la extradici¨®n a Estados Unidos de un capo de la coca¨ªna, lo env¨ªa a Colombia y all¨ª queda en libertad para seguir matando.
De estos titulares de peri¨®dico queda, sobre todo, la mentada sensaci¨®n de gratuidad. No hay responsabilidades. Es de balde. Ello ocurre en muchos casos gracias a que las instituciones p¨²blicas tienden apercibirse en un doble papel: como almoneda en donde obtener beneficios individuales y gremiales o como oscuro Leviat¨¢n donde cualquier mal tiene su origen y contra quien todo est¨¢ permitido.
La m¨¢s perniciosa conclusi¨®n de esta retr¨®grada ideolog¨ªa es su apuesta por la desarticulaci¨®n social.
En una sociedad moderna es cada vez m¨¢s dif¨ªcil delimitar con nitidez la sociedad civil y el Estado. Pese a los defectos, que son muchos y graves, Espa?a es una sociedad moderna. Por ello es cada vez m¨¢s falaz la machacona dicotom¨ªa Estado / sociedad. Si bien el Estado interviene en una cada vez mayor cantidad de demandas y conflictos sociales, el primer problema a resolver pasa por la sociedad civil, pues este problema no es otro que la decisi¨®n sobre la jerarquizaci¨®n de las demandas.
La ideolog¨ªa seg¨²n la cual todas las demandas son leg¨ªtimas frente al Estado acaba predicando que tales demandas son, adem¨¢s, igualmente urgentes e importantes. Alienta el gremialismo, para quien mi demanda es tan buena como cualquier otra, de donde se deduce que no puede haber jerarquizaci¨®n de las demandas ni de los conflictos ni de las soluciones.
Los sindicatos nacieron para defender colectivamente a los trabajadores de la explotaci¨®n capitalista. Hoy, adem¨¢s, intervienen (o debieran intervenir) en defensa de un conjunto m¨¢s complejo: el de los dominados en la sociedad posindustrial. Ello les obliga a globalizar las demandas, lo que implica el racionalizarlas y jerarquizarlas, teniendo en cuenta que la consecuci¨®n de una demanda social cualquiera suele no ser neutral respecto a las expectativas de mejora del resto de los grupos sociales. En otras palabras, la consecuci¨®n sectorial de expectativas sociales es un juego de suma finita; por tanto, la realizaci¨®n de demandas por parte de unos conduce a la p¨¦rdida de posiciones sociales, absolutas o relativas, de otros.
De lo expuesto se predica la importancia de unos sindicatos fuertes a la hora de construir una sociedad democr¨¢tica avanzada.
En Espa?a, esta conclusi¨®n es generalmente aceptada. Empero, su puesta en pr¨¢ctica choca con dificultades sin cuento, que vienen dadas por la propia ideolog¨ªa invertebradora de tanta presencia en estos lares y tambi¨¦n por la falta de una definici¨®n suficiente acerca del papel de los sindicatos. Por ejemplo, ?no ser¨ªa bueno que algunos servicios colectivos pasaran a ser gestionados por los sindicatos?
A favor de los sindicatos
Por otra parte, si los sindicatos han de dar servicios adicionales a sus afiliados, habr¨¢n de contar con una capacidad de autofinanciaci¨®n de la que hoy carecen.En coyunturas como la actual, caracterizadas por demandas sociales crecientes, la fortaleza de los sindicatos a la hora de la negociaci¨®n global, capaz de jerarquizar racionalmente las demandas, se echa en falta, y en su defecto aparece la soluci¨®n gremial o corporativista, en donde la ¨²ltima ratio es el Estado, convertido en ¨²nico instrumento de jerarquizaci¨®n de tales demandas. El riesgo es obvio: el conflicto tiende a convertirse en la forma com¨²n de expresi¨®n de las demandas. La fuerza disuasoria del conflicto -huelga, manifestaci¨®n o enfrentamiento- deviene la expresi¨®n indiscriminada de una lucha por llegar el primero a los beneficios. Resultado: quienes tienen m¨¢s capacidad de disuasi¨®n acaban arrancando los mejores trozos del pastel, con lo que la situaci¨®n nueva que as¨ª se construye tiende a ser m¨¢s injusta que la precedente. Obviamente, una negociaci¨®n global (lo que entre nosotros se ha dado en llamar concertaci¨®n social) favorece la jerarquizaci¨®n en las soluciones y, debe, aunque no siempre haya sido as¨ª, fortalecer a los sindicatos.
Por otro lado, mecanismos asamblearios y referendos ratificadores son pr¨¢cticas claramente fragilizadoras de la articulaci¨®n sindical. Pr¨¢cticas de las que los sindicatos debieran huir.
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