Gianluigi Colalucci
La reencarnaci¨®n de Miguel ?ngel en la capilla Sixtina
Nada hac¨ªa predecir que Gianluigi Colalucci, ni?o romano, estudiante de liceo cl¨¢sico e hijo de abogado, llegara a poner sus manos en una de las maravillas del mundo como jefe de los restauradores de la capilla Sixtina. Y, sobre todo, nada hac¨ªa predecir que, mezcla de amor y de teor¨ªa sobre la estrecha relaci¨®n que se establece entre el restaurador y la obra de arte, pudiera responder a la pregunta de si, cuando termine la Sixtina, Miguel Angel ser¨¢ un poco suyo con un "?Ah, totalmente!".
Michelangelo Buonarroti empezo a ser de Colalucci en junio de 1980, y pasar¨¢ a pertenecerle por entero en 1993, cuando al magn¨ªfico Juicio final se le caigan completamente los velos en toda la extensi¨®n de la palabra: los kilos de cola y sustancias extra?as y, como consecuencia de lo anterior, m¨¢s de un pa?alillo bien intencionado que a?adieron, con posterioridad a la realizaci¨®n de la obra, pinceles dispuestos a que no hubiera ¨¢ngel o santo personaje que ense?ara ni media verg¨¹enza.El itinerario profesional de Colalucci se inicia en el Instituto Central de Restauraci¨®n, sigue en la Superintendencia de Bienes Culturales de Sicilia y pasa por Creta y Padua. En 1960, cuando el hoy jefe de restauradores de la Sixtina ten¨ªa 30 a?os, los museos vaticanos pidieron al Instituto Central de Restauraci¨®n alguien, como explica el elegido, "bastante joven, pero con bastante experiencia". En 1979 llegar¨ªa a su actual cometido, en el que dirige a un equipo de 12 restauradores.
Gianluigi Colalucci tiene alg¨²n problema de obsesi¨®n con el verbo restaurar. Porque cuando deja su despacho y las conferencias y art¨ªculos que est¨¢ provocando su ¨²ltimo trabajo, va a Nettuno, un pueblecito mar¨ªtimo cercano a Roma, y ?saben lo que hace? Restaura. Restaura su velero. Menos mal que le da la risa cuando pronuncia el verbo. Porque lo cierto es que ha llevado la profesi¨®n hasta sus ¨²ltimas consecuencias: su mujer es restauradora del Instituto Central; su hijo mayor, de 32 a?os, restaurador en N¨¢poles, y el peque?o, de 25, es licenciado en Historia del Arte, pero de momento no le ha dado por conservar ni mejorar nada.
Cuenta Colalucci, un hombre cauto y con sentido del humor, que ha le¨ªdo cosas grav¨ªsimas con respecto al trabajo en la Sixtina, "hasta que lo ¨²nico que estamos haciendo es una operaci¨®n de embellecimiento para que a los japoneses les salgan m¨¢s bonitas las fotos". Y es que la conservaci¨®n -"porque s¨®lo es conservaci¨®n"- de la mayor obra de Miguel ?ngel ha puesto los pelos de punta a m¨¢s de uno, especialmente en Nueva York, donde el restaurador reconoce que est¨¢ el centro de la pol¨¦mica, hasta el punto de que los norteamericanos organizaron un viaje para ir a ver los trabajos y, a la vuelta, tranquilizar a los pintores. Explica que muchos, con la desaparici¨®n de sombras dadas posteriormente a la obra de Miguel ?ngel, piensan que el artista ha perdido dramatismo, "cuando es dram¨¢tico, pero en el sentido de la cultura florentina de su tiempo; por ejemplo, el orden arquitect¨®nico de la parte que ya hemos limpiado a¨²n hoy da miedo".
?El Papa ha visto la restauraci¨®n? "Sobre el andamio, no lo s¨¦; desde abajo, s¨ª". ?Y le ha gustado? "No lo s¨¦, porque conmigo no ha hablado, pero si no estuviera satisfecho hubiera parado los trabajos o, simplemente, me hubiera echado".
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