Apta para cardiacos
El cine de terror, como todos los g¨¦neros, tiene sus clich¨¦s, cuya mera utilizaci¨®n no determina la funcionalidad del producto. Como principales apoyos gen¨¦ricos, la banda sonora y los efectos especiales suelen gozar de especial atenci¨®n en las narraciones f¨ªlmicas de este tipo de cine. En el presente t¨ªtulo, ninguno de estos elementos aparece dignamente representado, y su evidente bajo presupuesto no es paliado por la imaginaci¨®n, mostr¨¢ndose incapaz para crear y mantener la expectaci¨®n m¨ªnima que requiere una pel¨ªcula.Su mayor exotismo t¨¦cnico consiste en la utilizaci¨®n por los protagonistas de dos ordenadores para comunicarse en el transcurso de la narraci¨®n, que est¨¢ repleta de f¨¢ciles y burdos recursos; que, tras acumular falsas sospechas, riza el rizo en un final presuntamente inesperado.
Al filo del hacha
Direcci¨®n: Jos¨¦ R. Larraz. Gui¨®n: Joaqu¨ªn Amichatis, Javier Elorrieta, Jos¨¦ Frade. Fotograf¨ªa: Tote Trenas. Producci¨®n: Jos¨¦ Frade. Espa?a, 1988. Int¨¦rpretes: Burton Faulks, Christina Marie Lane, Page Moseley, Fred Hollyday, Jack Taylor, Patty Shepard, Alicia Moro, Conrado San Mart¨ªn. Estreno en Madrid: cine Imperial.
El tema del asesino que atemoriza a una peque?a localidad, asesinando mujeres con un hacha, promete en su enunciado lo que no cumple, sin que tan siquiera surja el componente morboso o repugnante, que puede tener algunos seguidores. Una pel¨ªcula de terror que ni aterroriza ni crea inquietud, convirtiendo la butaca en un balneario, es tan in¨²til como fallida.
A la precariedad del rodaje, plagado de pobres y tramposos recursos, se suma la presencia de unos personajes sin fuerza ni entidad. Sin poder echar mano de la distracci¨®n visual est¨¦tica, apartado en el que tambi¨¦n es nula, pocas alternativas quedan al espectador, como no sea mirar el reloj, pues el metraje de la cinta, aunque comedido, crea m¨¢s terror que el hacha asesina.
Y por si fuera poco, al ser tambi¨¦n v¨ªctima del mani¨¢tico, Patty Shepard, que aqu¨ª pudiera recordar en su fisico a Kathleen Turner, se elimina uno de los pocos refugios voyeuristas que el espectador se inventa para amortizar la entrada.
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