El coraz¨®n es un callejero en blanco
Mi mujer me abandon¨® el s¨¢bado durante el verm¨² y Madrid cambi¨® de golpe. Se desorden¨® entera. Tard¨¦ en moverme, y eso que ten¨ªa la seguridad de que una comida podr¨ªa suavizar el l¨®gico desarreglo del cuerpo. El cuerpo tambi¨¦n cambia una barbaridad en estos casos. Segu¨ª en el bar, uno de esos locales desolados donde a uno le detallan todo en lo que ha fallado, ante un repertorio de vasos vac¨ªos. La verdad es que ten¨ªa hambre. Cuando viv¨ªa con ella, las cosas estaban ordenadas y dispon¨ªa de un conocimiento sobre lugares y movimientos que me permit¨ªa sobrevivir inconscientemente. La ¨²nica clase de supervivencia soportable. Pero todo eso se esfum¨® en el instante de la despedida. Lo curioso es que no estaba padeciendo una de esas tristezas que se esparcen por el pecho hasta eliminar el aire. 0 uno de esos dolores que nacen atrincherados en un ventr¨ªculo estrat¨¦gico del cerebro. Mi padecimiento ten¨ªa que ver con el nuevo desorden. Una explosi¨®n de desorden, un barullo, no de las emociones, sino de los edificios, las calzadas, los locales p¨²blicos y lo dem¨¢s. Me dej¨® mi mujer y yo me puse a vivir en otro sitio, es lo que quiero decir.Pens¨¦ que lo m¨¢s sensato ser¨ªa actuar como alguien que est¨¢ de visita, que necesita acompa?antes, conversaci¨®n, gu¨ªa tur¨ªstico o folletos, en su defecto. Sal¨ª del bar con el prop¨®sito de apropiarme de la primera cabina telef¨®nica y marcar los n¨²meros que llevaba encima hasta encontrar a ?alguien que me llevara a cenar, me diera despu¨¦s un paseo y, por ?ltimo, me depositara en casa, confiando en que la persona disponible recordara la direcci¨®n. No s¨¦ si yo la hab¨ªa olvidado, lo que no estaba es en condiciones de hacer el esfuerzo.
Hab¨ªa cola. Una de esas colas que parecen instaladas al mismo tiempo que la cabina. Una especie de cola imposible. Saqu¨¦ la agenda para entretener el tiempo y hacer una primera selecci¨®n de candidatos. Mientras la cola segu¨ªa inconmovible, hice un descubrimiento. La persona con quien ten¨ªa m¨¢s confianza y que m¨¢s veces hab¨ªa respondido a mis llamadas de auxilio, era precisamente ella. Adem¨¢s, puesto que me hab¨ªa conocido y abandonado, comprender¨ªa perfectamente mi estado de desorientaci¨®n. Tendr¨ªa que insistir en que esta desorientaci¨®n no era ni mucho menos sentimental, sino estrictamente urbana. Un callejero en blanco. No le costar¨ªa tanto entenderlo. Justo en ese momento la cola comenz¨® su avance. Y cuanto m¨¢s deprisa iba, m¨¢s dudas ten¨ªa sobre su capacidad de comprensi¨®n. ?Dir¨ªa que mi llamada era un pretexto? La cola iba disparada. De repente me encontr¨¦ ante la caja del tel¨¦fono, le dirig¨ª una mirada ofendida y me march¨¦. Estaba caminando muy deprisa cuando ca¨ª en la cuenta de que no iba a ninguna parte. Plomo en las piernas, una sensaci¨®n muy mala. Una cosa tenia por cierta, y es que o me dirig¨ªa enseguida a alg¨²n sitio o acabar¨ªa por perder totalmente la memoria de esta ciudad. Tuve la curiosa impresi¨®n, en ese momento en que vagabunde¨¦ con la vista por el espacio de alrededor, de que la gente corr¨ªa en todas direcciones. Por comparaci¨®n, me sent¨ªa un difunto expuesto a la visita de unos parientes nerviosos que Regar¨ªan tarde a otro sitio. Hubo un instante en que parec¨ªa decidido a seguir a cualquiera de ellos y tener al menos la experiencia vicaria de un destino de s¨¢bado por la noche. Si me sub¨ªa a la direcci¨®n de alguno de los transe¨²ntes, acabar¨ªa depositado en alg¨²n sitio, como cualquier ciudadano ocupado.
Ten¨ªa la espalda fr¨ªa. Me despegu¨¦ del escaparate en que hab¨ªa estado apoyado y en el que alguien ofrec¨ªa un sol de cart¨®n y una fotograf¨ªa de barco por el sueldo de tres meses. No s¨¦ de qu¨¦ forma aquello me convenci¨® de que no ten¨ªa sentido seguir en una ciudad que no conoc¨ªa, a pesar de treinta a?os de tiempo empleado. Si vengo de otro lado, me dije, lo mejor ser¨¢ que regrese a ¨¦l. Todo se reduc¨ªa a marchar a casa y preparar las maletas. Pero para las dos cosas necesitaba ayuda. No pod¨ªa volver a casa solo ni hacer unas maletas solo. Alguien tendr¨ªa que llevarme y alguien tendr¨ªa que hacer los nudos, yo no tengo habilidad. Ella era la persona, y tendr¨ªa que entenderlo. No pod¨ªa seguir deambulando el resto de mi vida. Saqu¨¦ la libreta. Despu¨¦s me puse p¨¢lido y murmur¨¦:
-Dios m¨ªo, si no s¨¦ d¨®nde ha ido. Nunca podr¨¦ marcharme.
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