Rostropovich: la otra cara de un mito
ENVIADO ESPECIALLa presencia del simple nombre de Rostropovich en la programaci¨®n de un festival garantiza una difusi¨®n extra de ¨¦ste. Sin embargo, ello no presupone necesariamente unos resultados art¨ªsticos de nivel cuando el extraordinario chelista cambia este instrumento por la batuta. Rostropovich es un director de gusto si se quiere preciso, pero tosco en sus temperamentales dictados desde el podio. Hay m¨¢s claridad en la intenci¨®n que en el propio mensaje. Le acompa?an fuertes dosis de personalidad y musicalidad, mas ¨¦stas, siempre trasladadas a las notas con su violonchelo, no lo son frecuentemente en el mismo grado con la batuta. Tampoco viene a ayudar la participaci¨®n de la Sinf¨®nica de Washington, una digna orquesta de segunda fila americana que, aunque desde 1975 haya realizado grandes progresos de la mano de Rostropovich, no puede equipararse a otras de las que visitan festivales paralelos miembros de la asociaci¨®n internacional. La de Washington suena afinada, con empaste,y volumen, pero sin especial virtuosismo o refinamiento en sus elementos.
Orquesta Sinf¨®nica Nacional de Washington
Obras de Rossini, Haydn, Shostakovich y Chaikovski, Director: M. Rostropovich. Plaza Porticada. Santander, d¨ªas 14 y 15 de agosto.
En estas condiciones sus dos primeros conciertos de los tres programados han deparado una de cal y otra de arena. El primero se abri¨® con una obertura de la Sem¨ªramis rossiniana de mero tr¨¢mite, para pasar a la Sinfon¨ªa militar, una de las m¨¢s alegres y desenfadadas de Haydin, expuesta con una patente falta de sutileza tanto en la forma como en el fondo. Priv¨® en ella la monoton¨ªa ocasionada por la falta de contrastes din¨¢micos y la finalidad de tempos. Ni el pensamiento de Rostropovich pareci¨® correr paralelo al de Haydn ni la agrupaci¨®n pudo soslayar la discrepencia conceptual por medio de esos refinamientos con los que algunas extraordinarias orquestas compensan en ocasiones.
Cambio
Afortunadamente, el panorama cambi¨®, como era de esperar, al llegar la Quinta de Shostakovich, compositor que fuera amigo de Rostropovich, y con cuya obra dice ¨¦ste identificarse. Tras un aceptable primer tiempo vino un mejor allegretto y, sobre todo, un extraordinario largo para concluir a algo menor nivel dentro de una coherente y matizada verde sorprendente que el momento m¨¢gico se produjese en el tiempo que, sobre el papel, se adapta en menor grado a la ac¨²stica de la Porticada, pero toda la plaza vibr¨® con la tensi¨®n, el lirismo y la profundidad desarrollada por Rostropovich. S¨®lo un aut¨¦ntico m¨²sico puede lograr algo as¨ª. La segunda cita present¨® un programa un tanto discutible, tanto en la selecci¨®n de piezas para un monogr¨¢fico Chaikovski como en el orden de las mismas. Ni la Pat¨¦tica ni la Obertura 1812 figuran entre lo m¨¢s granado de su autor y el cierre del concierto a bombo y platillo con la obra militar parece m¨¢s propio de otras manifestaciones que de un certamen con la seriedad del de Santander. M¨¢xime cuando los efectos especiales, simulando ca?onazos emitidos por los altavoces, apagaron completamente a la orquesta. Las versiones de la Pat¨¦tica y la Obertura de Romeo y Julieta respondieron a un Chaikovski s¨®lido y tradicional, cuya principal virtud fue la ausencia de afectaci¨®n, lo que no es poco, y mayor defecto, su escaso gancho para captar la atenci¨®n de cualquier o¨ªdo a media saturaci¨®n de esta obra.
Muchos hubi¨¦ramos cambiado sendos conciertos -a excepi¨®n del tercer tiempo de Shostakovich- por una simple media hora de recital del m¨¢s extraordinario chelista del mundo, pero la gran mayor¨ªa del p¨²blico aplaudi¨® enfervorizado en las obras apuntadas y en las dos propinas -una polka de Strauss con arreglos de Shostakovich y un fragmento del Romeo y Julieta de Prokofiev- concedidas la primera jornada. Queda pediente su tercera intervenci¨®n acompa?ando el viol¨ªn de Isaac Stern y la danza de Julio Bocca. Tres grandes nombres para la noche m¨¢s esperada del festival.
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