Praga 68: la reforma cercada
Para unos y otros sirvi¨® de excepci¨®n que confirma la regla. Con la intervenci¨®n. militar el 21 de agosto de 1968, la Uni¨®n Sovi¨¦tica consagr¨® la doctrina de la soberan¨ªa limitada para los pa¨ªses del Este - europeo, reforzando la imagen de un espacio cerrado en cuyo interior quedar¨ªan estabilizadas bajo su tutela las formas de organizaci¨®n social y pol¨ªtica del socialismo real. Para la cr¨ªtica occidental, el final abrupto del comunismo reformador tambi¨¦n represent¨® un alivio: ven¨ªa a probar que las sociedades de tipo sovi¨¦tico eran irreformables y que ah¨ª estaba, en cualquier caso, el hermano mayor para devolver las cosas a su sitio.No es preciso insistir en el cambio de perspectiva cuando la reestructuraci¨®n sovi¨¦tica devuelve a la actualidad el tema de la transformaci¨®n de las sociedades socialistas; las particularidades de la primavera de Praga se convierten ahora en piedra de toque para valorar las expectativas y los obst¨¢culos que se alzan ante la perestroika.
La coincidencia m¨¢s clara se da en cuanto a la g¨¦nesis econ¨®mica de ambos procesos, aunque la naturaleza de las respectivas crisis haya sido muy diferente, en Checoslovaquia se trataba de modificar un sistema que provocara el atraso relativo de la econom¨ªa socializada, por contraste con aquellos pa¨ªses de Europa occidental que se encontraban a su mismo nivel en los a?os treinta. En la reforma econ¨®mica para el relanzamiento de la sociedad industrial, pensada por hombres como Radovan Richta y Ota Sik, surgi¨® la exigencia de superar el anquilosamiento pol¨ªtico heredado de la era de Stalin. Para entender c¨®mo fue posible que el impulso resultara encabezado -desde el propio partido comunista conviene recordar que, a pesar de las purgas de los a?os cincuenta, el partido checo -contaba con una tradici¨®n de enraizamiento en su sociedad, plasmado despu¨¦s de 1945 en un porcentaje de votos cercano al 40%. Su punto de referencia hubiera sido la situaci¨®n del Partido Comunista Italiano, no las posiciones marginales de los comunistas de Polonia o Hungr¨ªa, y, cerrando el c¨ªrculo, la presi¨®n brutal del estalinismo no hab¨ªa llegado a anular la riqueza intelectual de la sociedad checoslovaca, lo que va a conferir a intelectuales y profesionales un papel decisivo en la reactivaci¨®n de la vida pol¨ªtica en los a?os sesenta que les permite servir de puente entre el malestar social y el partido comunista, de forma tal que las presiones en favor del cambio no pusieran en tela de juicio la consolidaci¨®n del propio sistema socialista.
Quiz¨¢ sea este rasgo el que otorga mayor originalidad a la primavera de Praga y la separa de los movimientos de disidencia y oposici¨®n en pa¨ªses como Hungr¨ªa y Polonia. Por una parte, el protagonista del cambio fue el propio comunismo reformador, encarnado a partir de enero de 1968 por la direcci¨®n de Dubeek del Partido Comunista de Checoslovaquia (PCCh), con un creciente apoyo social. La explosi¨®n democr¨¢tica de los primeros meses de 1968 concern¨ªa a la desestalinizaci¨®n de la vida pol¨ªtica y cultural, a la reforma econ¨®mica en el marco de lo que entonces se llam¨® la revoluci¨®n cient¨ªfica y t¨¦cnica, pero no representaba una voluntad de regreso al capitalismo, como trat¨® de hacer ver posteriormente la argumentaci¨®n intervencionista de la URSS. Incluso se vio incrementada la cohesi¨®n entre el partido comunista y la clase obrera, seg¨²n muestra el espl¨¦ndido episodio del congreso del partido en Visocany, celebrado bajo la protecci¨®n de los trabajadores del cintur¨®n industrial de Praga cuando ya los carros de combate del Pacto de Varsovia se hab¨ªan adue?ado de la capital. En abril en 1968, el Programa de Acci¨®n del PCCh vino a dar forma a ese proyecto de articular una sociedad pluralista en los ¨¢mbitos cultural y pol¨ªtico, incluida una ordenaci¨®n federal efectiva de la rep¨²blica, con el mantenimiento del papel dirigente del partido. La libertad de expresi¨®n r¨¢pidamente alcanzada, el respaldo popular a las medidas y el propio desconcierto de los dirigentes provisionales que resurgir¨¢n s¨®lo a partir de agosto son otros tantos indicadores de que la estabilidad interna no se hallaba amenazada en el verano de 1968. Lo que s¨ª supon¨ªa el proceso era un referente dese stabiliz ador para los dem¨¢s pa¨ªses gobernados por el comunismo burocr¨¢tico. El ejemplo de Praga era peor que una disidencia: los fundamentos del sistema resultaban conmovidos, y desde el interior, por un partido comunista, de ah¨ª que dirigentes como Gomulka, fracasados en su reformismo, presionen por la intervenci¨®n al lado de la RDA. Y la invasi¨®n tiene lugar, al parecer, con el consentimiento impl¨ªcito de Estados Unidos, si es cierto que Johnson confirm¨® a Breznev hacia mediados de agosto la val¨ªdez de las ¨¢reas de influencias heredadas de 1945: no era mal apoyo ideol¨®gico ante las dificultades y la inseguridad provocadas por la intervenci¨®n en Vietnam. Cuando en su panfleto de justificaci¨®n la URSS hablaba de la "defensa del socialismo", en Praga hubiera debido hacerlo del reparto del mundo en dos bloques antag¨®nicos, presidido cada uno de ellos por una potencia tutelar. Desde esa ¨®ptica no exist¨ªa espacio alguno para que un peque?o pa¨ªs centroeuropeo jugara a compaginar comunismo y democracia.
Cabe, no obstante, preguntarse por la viabilidad de ese desarrollo arm¨®nico de la reforma truncado por los ej¨¦rcitos del Pacto de Varsovia. Y no por qu¨¦ las expresiones radicalismo e impaciencia, como el Manifiesto de las 2.000 Palabras, encerrasen el germen de enfrentamiento con el socialismo que les asignara la propaganda sovi¨¦tica. Las dudas no se plantean a partir del estado de la cuesti¨®n en agosto de 1968, sino de lo sucedido despu¨¦s en el proceso de normalizaci¨®n al desintegrarse la mayor¨ªa reformadora y cambiar de posici¨®n figuras claves de la direcci¨®n del PCCh. El relato que de las distintas trayectorias hace Mlynar en La helada es, en la superficie, un tratado sobre la fragilidad y la doblez humanas. Un hombrd como Gustav Husak, antigua v¨ªctima del estalinismo, maniobra hasta conseguir un poder basado en la fidelidad a la URSS que le servir¨¢ para reconstruir lo esencial del sistema que la primavera intent¨® cambiar. Cisar Cernik tampoco sale bien parado. Pero, sin llegar al giro copernicano, lo que impera a partir de agosto es una l¨®gica de acomodaci¨®n donde el dirigente espera salvar la piel a costa de cumplir la regla de oro de probar su sumisi¨®n a la tendencia dominante del partido. Ciertamente nada esencial de la primavera podr¨ªa haberse salvado tras los acuerdos de Mosc¨². No obstante, s¨ª hubiera sido deseable evitar que el partido v¨ªctima de la agresi¨®n asumiese luego el papel de ejecutor de su autoinmolaci¨®n. En los altos niveles, conductas como las Krlegel o Smkovsky fueron minoritarias. La responsabilidad no reside, pues, ¨²nicamente en los invasores, sino en una forma de cultura pol¨ªtica, la espec¨ªfica del centralismo burocr¨¢tico, versi¨®n estaliniana del partido leninista que implica ese tipo de adaptaci¨®n a lo irracional no tan distante en la Checoslovaquia de la normalizaci¨®n de la de los a?os cincuenta.
Obviarriente, esta apreciaci¨®n no excluye el reconocimiento de la conducta alternativa. En el dur¨ªsimo exilio interior o fuera de Checoslovaquia, los reformadores de 1968, con Alexander Dubcek a la cabeza, han sabido dar un ejemplo de coherencia en el mantenimiento de unas posiciones ¨¦ticas y pol¨ªticas. Muy pocos se vieron afectados por el s¨ªndrome del renegado, tan frecuente en los ex militantes del movimiento comunista. Y su temprana sensibilidad hacia la perestroika es un signo de su agilidad intelectual. Hombres como el propio Dubcek, Goldst¨¹cker, Pelikan, Mlynar, Reimann, Hajek, las decenas de miles de comunistas exp ulsados del partido desde 1969, nos recuerdan la exigencia de un compromiso activo para borrar la miseria de estos 20 a?os y acabar con el neoestalinismo en Checoslovaquia. Pero este reconocimiento no borra las dudas razonables de que sin cambiar en profundidad el partido instrumento de la reforma ¨¦sta podr¨ªa haberse consolidado sin que sobreviniera, bajo una u otra f¨®rmula, la normalizaci¨®n destinada a cancelar la aventura del comunismo democr¨¢tico. La secuencia hist¨®rica de algunos partidos comunistas de Europa occidental constituye algo m¨¢s que una ilustraci¨®n de la citada posibilidad.
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