Madrid, agosto interior
La pel¨ªcula comienza por la ma?ana a la sombra de la piscina y a la caza de mujeres levemente vestidas; contin¨²a por la costa de la Castellana, entre famosos y cucarachas, y desemboca en el cansancio et¨ªlico de la madrugada. Es agosto en Madrid.
Agosto interior, exterior d¨ªa. Madrid, geom¨¦tricamente disparatada, como una zorra decadente, se limpia el sudor de la entrepierna. Representada por un escenario de calles donde ladran los perros que empiezan a luchar cuando acaba el calor. El calor, desde temprano, va imponiendo su poder de asfixia. Obliga a buscar las sombras de fachada y las piscinas. Y la conversaci¨®n de la amiga que, llegada la hora de las brujas, quiz¨¢ proporcione un calor m¨¢s saludable. La temperatura se mezcla poco a poco con los olores del municipio. Con el de las tuber¨ªas de gas, como de v¨®mito; con el de las personas hacinadas en el metro; con el del aire sucio; con el de los coches. Pero el agosto de Madrid compensa. Se puede pasear por Gran V¨ªa sin ser empujado, o ir al cine y desparramarse sobre cuatro butacas a observar c¨®mo besa Victoria Abril, c¨®mo besa esa mujer... O sentarse en Las Ventas a contemplar una faena de torero grande, y al maestro Palomo Linares, que conoce el toro. Tambi¨¦n cabe la posibilidad de estudiar el cuerpo femenino, ligero de ropa, mientras muestra el escote al desaparecer tras una calleja. Igualmente, recostarse e imaginar aquella playa que las cosas de la vida ha negado. El bullicio del malec¨®n con el t¨ªpico vendedor de helados ofreciendo un cornete a la morena que ojal¨¢ te pida fuego. Y se lo das todo. Suponerse con los amigos en un rinc¨®n de la mar hablando de viejas peleas, de una metedura de pata y el labio partido. Recordar con ellos al compa?ero que ha crecido y a lo mejor no se divierte.Agosto interior, exterior noche, 10 horas. Uno abre la puerta temiendo descubrir el sol. Por fortuna la luna lo ha barrido. Es tiempo de tomar algo. Los amigos, los contados que quedan, esperan en el bar. Comienza el ¨¦xodo a los sitios de siempre. El calor permanece y las alcantarillas se plagan de cucarachas. Hace un par de a?os han llenado la Castellana de terrazas, y de sillas con nombres famosos, y de gente guapa, gente de m¨¢s, tambi¨¦n de gente normal. Surgen en Atocha, pasan por Col¨®n, aqu¨ª la estatua del conquistador se?ala un punto que al parecer no existe. Atraviesan la ciudad al ritmo de las luces, las motos y las marcas. Se rodean de ruido y borrachos grotescos. Terminan en la plaza de Castilla. M¨¢s all¨¢, el Norte, la mar, su querencia.
Agosto interior, exterior madrugada. Ahora los rostros ense?an el cansancio de la mirada et¨ªlica. Algunos se esfuerzan en continuarla en los bares que, bajo el silencio de la ciudad vac¨ªa, despachan caf¨¦ y churros rancios. No es dif¨ªcil encontrar un conocido en los recovecos de Chueca, ni en el entramado de Malasa?a, ni siquiera en un portal derrotado por la marcha. Madrid, en agosto, un mes cualquiera, ¨²nicamente cambia la altitud del mercurio en los term¨®metros. Quitando un amigo m¨ªo al que metieron dos pu?aladas por defender a su chica.
Agosto interior, exterior muerte.
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