Espa?a y Europa
Una parte de Espa?a, identificando a Europa con la cuna de toda idea nociva, ha estado pronta, cuando no a redimirla, a cerrar nuestras fronteras a su influjo pernicioso. La otra Espa?a, fascinada por Europa, exaltaba como buena cualquier teor¨ªa por el hecho de ser for¨¢nea y copiaba mim¨¦ticamente toda costumbre que de Europa viniera. Los espa?oles en raras ocasiones mantuvimos el t¨¦rmino medio. Frente a Europa o entregados a Europa, contra Europa o en busca neur¨®tica de Europa, al margen de Europa o idolatrando a Europa. Muy pocas veces en Europa, dentro de Europa, parte de Europa. Este antagonismo esquizofr¨¦nico de nuestra historia hizo decir a Unamuno que tanto los que piden que cerremos, o poco menos, las fronteras y pongamos puertas al campo como los que piden, m¨¢s o menos expl¨ªcitamente, que nos conquisten se salen de la aut¨¦ntica realidad de las cosas.Europa ha servido tambi¨¦n de pretexto. La unidad religiosa europea se utiliz¨® de coartada para el empobrecimiento de Espa?a y la esquilmaci¨®n de Am¨¦rica en inter¨¦s de las locas ideas imperialistas de una dinast¨ªa. El aislamiento europeo a un r¨¦gimen fascista fue la excusa para despertar el orgullo nacionalista y la xenofobia popular que afianzasen y apuntalasen al propio r¨¦gimen. Hoy d¨ªa todos estamos prestos a refrendar nuestras ideas con la comparaci¨®n europea. El simple hecho de que tal o cual medida haya sido adoptada por alg¨²n pa¨ªs europeo parece ya un argumento incuestionable para su defensa.
En ese p¨¦ndulo en que se ha movido la historia de Espa?a, hoy nos sentimos m¨¢s pr¨®ximos a esa admiraci¨®n bobalicona que da por bueno, sin examen previo, todo aquello que provenga de alguna otra parte de nuestro continente. Despu¨¦s de muchos a?os de aislamiento, despu¨¦s de largo tiempo de sentirnos rechazados, de casi creernos que ?frica comenzaba en los Pirineos, nuestra incorporaci¨®n a la Comunidad Econ¨®mica Europea (CE) nos ha llenado de orgullo. Nos hemos acercado a Europa agradecidos, sin estar seguros de merecerlo; acomplejados, hemos hecho el firme prop¨®sito de demostrar a nuestros vecinos que nadie nos gana a europeizantes.
Nuestro af¨¢n integrador ha alcanzado tal nivel que hasta se ha podido llegar a pensar y escribir que poca diferencia puede existir en que est¨¦ en el poder un Gobierno de izquierdas o de derechas. La pol¨ªtica a aplicar tiene que ser pr¨¢cticamente la misma: la europea. Para ser realistas y pragm¨¢ticos, para modernizarse, no s¨®lo los Gobiernos, sino hasta los mismos partidos deber¨ªan revisar sus teor¨ªas y programas para aggiornarlas a las corrientes imperantes en Europa. ?Qu¨¦ grado de autonom¨ªa puede tener nuestra pol¨ªtica econ¨®mica? ?sta es sin duda una pregunta clave despu¨¦s de nuestra incorporaci¨®n al Mercado Com¨²n.
Es cierto que nuestra econom¨ªa, incluso con anterioridad a nuestra entrada en la CEE, presenta un grado elevado de dependencia del exterior que l¨®gicamente se ve incrementada despu¨¦s de nuestro ingreso. No es menos cierto, sin embargo, que el margen de maniobra existente en la actualidad para hacer una pol¨ªtica econ¨®mica progresista es a¨²n tremendamente amplio, quiz¨¢ porque estamos a¨²n muy alejados de las cotas europeas. Europa, durante las ¨²ltimas d¨¦cadas, ha conseguido unos niveles de bienestar social que han sido vedados a los espa?oles y que los ¨²ltimos Gobiernos de derechas europeos no han podido deshacer. Son conquistas ya firmes de la clase trabajadora y cuya involuci¨®n es pr¨¢cticamente imposible.
Lejos de Europa
Espa?a est¨¢ lejos de Europa en materia de salarios, de empleo, de servicios p¨²blicos, de protecci¨®n social, de impuestos, de tama?o del sector p¨²blico, de reparto de renta. El margen existente es a¨²n importante. Acercarnos a Europa no consiste tanto en copiar las pol¨ªticas econ¨®micas de los Gobiernos de derechas como en recorrer el camino que la mayor¨ªa de los pa¨ªses europeos anduvieron con anterioridad. La imitaci¨®n indiscriminada de pol¨ªticas que ignorasen el distinto punto de partida podr¨ªan no s¨®lo no acercarnos a Europa, sino alejarnos de ella.La pertenencia a la Comunidad Econ¨®mica Europea significa ciertamente una p¨¦rdida progresiva de soberan¨ªa nacional. En aras de una uniformidad necesaria, algunas decisiones en materia de pol¨ªtica econ¨®mica no se adoptar¨¢n dentro de nuestras fronteras, sino por los ¨®rganos comunitarios. En la actualidad es a¨²n muy limitado este condicionamiento, tanto m¨¢s en el caso de Espa?a, cuya plena integraci¨®n no se realizar¨¢ hasta finales del a?o 1992; pero es indudable que si la unidad econ¨®mica avanza, ser¨¢n importantes las ¨¢reas de decisi¨®n que se transferir¨¢n del ¨¢mbito nacional al comunitario. Este fen¨®meno no tiene por qu¨¦ implicar, no obstante, la p¨¦rdida por parte de los partidos y sindicatos de su propio ideario, sino tan s¨®lo la toma de conciencia de que el campo de juego, de presi¨®n y de decisi¨®n se ha trasladado en parte de Madrid a Bruselas. Lo contrario ser¨ªa una vez m¨¢s adoptar frente a Europa una postura pasiva y renunciar a cualquier protagonismo pol¨ªtico.
Desde una ideolog¨ªa progresista, la unidad europea presenta una faceta preocupante: el hecho de que la integraci¨®n pol¨ªtica no se realice al mismo ritmo que la econ¨®mica. La libertad de empresa, el capitalismo condenaron en el siglo pasado a grandes capas de poblaci¨®n a la m¨¢s estricta miseria. "Libertad para morirse de hambre". La asunci¨®n por el Estado de determinadas competencias y el abandono del laissez-Jaire, laissez-passer gener¨® en gran medida en el mundo occidental la salida de esa situaci¨®n de explotaci¨®n. El poder pol¨ªtico presionado por los movimientos sociales ha sido frecuentemente el contrapeso del poder econ¨®mico y el ¨²nico obst¨¢culo a la consolidaci¨®n del darwinismo social.
Una integraci¨®n econ¨®mica descompasada de la integraci¨®n pol¨ªtica podr¨ªa ser el germen de la involuci¨®n del proceso; sin un poder pol¨ªtico comunitario, las grandes empresas volver¨ªan a instalar en Europa el liberalismo m¨¢s ortodoxo y salvaje. Los Estados nacionales se ver¨ªan impotentes frente a las grandes compa?¨ªas multinacionales para defender los derechos de los asalariados y consumidores, y el capital podr¨ªa lograr toda clase de privilegios con la utilizaci¨®n pura y simple del chantaje econ¨®mico: situarse all¨ª donde las condiciones sean m¨¢s favorables.
La libre circulaci¨®n de capitales, por 5jemplo, que contempla el Acta ?nica no puede ir desligada de la uniformidad en materia fiscal, no tan s¨®lo ya en su normativa, sino tambi¨¦n en el grado de exigencia en el cumplimiento de la misma.
Incorporaci¨®n al SME
El liberalismo econ¨®mico, sin correctivos, no solamente castiga a las capas m¨¢s pobres de poblaci¨®n, sino a los pa¨ªses m¨¢s d¨¦biles frente a las grandes potencias. Este hecho hist¨®rico deb¨ªa ser considerado por aquellos que demandan una incorporaci¨®n inmediata de Espa?a al Sistema Monetario Europeo (SME). Qui¨¦rase o no, la situaci¨®n econ¨®mica de nuestro pa¨ªs, con una tasa de paro del 20%, es muy distinta a la de Alemania, con un 6%, y nuestra funci¨®n de preferencias econ¨®mico-sociales, y no tiene por qu¨¦ ser id¨¦ntica a la de aqu¨¦lla. Espa?a, si no quiere condenar definitivamente a amplias capas de poblaci¨®n al paro y a la miseria, tiene que fijarse para los pr¨®ximos a?os objetivos de crecimiento econ¨®mico y, por tanto, de su demanda interna superiores a los que un pa¨ªs como Alemania est¨¢ dispuesto a asumir, al menos en los momentos presentes. El liderazgo alem¨¢n, con su profunda aversi¨®n a la inflaci¨®n, ha arrastrado a los otros pa¨ªses europeos a cotas de crecimiento quiz¨¢ inferiores a las qu se hubiesen podido alcanzar e los actuales momentos de recu peraci¨®n econ¨®mica si no se hu biese establecido el objetivo alem¨¢n de inflaci¨®n cero, content¨¢ndose con las reducidas tasas de inflaci¨®n ya alcanzadas. Es por ello por lo que pa¨ªses como Francia e Italia, con ¨ªndices de paro relativamente altos -10% y 12%, respectivamente-, han denunciado la asimetr¨ªa del sistema y que la pertenencia al SME haya garantizado a la RFA y a Holanda la mejora de sus posiciones competitivas a expensas de los pa¨ªses m¨¢s inflacionistas.En este contexto del SME, la precipitaci¨®n en el ingreso de Espa?a carece totalmente de fundamento, tanto m¨¢s cuanto que nuestro tipo de cambio real est¨¢ expuesto en los pr¨®ximos a?os a los shocks provenientes de los desarmes arancelarios y dem¨¢s modificaciones econ¨®micas que se derivan de cumplir los plazos transitorios de la adhesi¨®n. El sistema de tipo de cambios fijos, si bien puede ser eficaz para acomodar los shocks monetarios, se encuentra impotente para neutralizar las perturbaciones de los shocks reales. Fijar en la actualidad un tipo de cambio nominal sin conocer cu¨¢l puede ser el cambio real de equilibrio a medio plazo es sumamente arriesgado. No puede olvidarse que un sistema de tipo de cambios fijos no garantiza la ausencia de inflaci¨®n cuando el tipo cambio nominal fijado es irreal, como demuestra la reciente experiencia liberalizadora aplicada en el Cono Sur americano. Ciertamente, las condiciones econ¨®micas de Espa?a no son las de Argentina, Chile o Uruguay, pero es una realidad que conviene tener en cuenta.
Por ¨²ltimo, la incorporaci¨®n de Espa?a al SME sin haber alcanzado la plena liberalizaci¨®n en cuanto a movilidad laboral es cuando menos un contrasentido, asumi¨¦ndose un riesgo m¨¢s que probable de aumentar los actuales niveles de desempleo.
La defensa de la incorporaci¨®n inmediata s¨®lo puede estar basada en una desconfianza radical de la futura pol¨ªtica econ¨®mica espa?ola, intentando dejar atada y bien atada una orientaci¨®n de la misma y la pretensi¨®n de disciplinar a los agentes econ¨®micos que se traduce en la pr¨¢ctica por la imposici¨®n a los sindicatos de la moderaci¨®n salarial.
es economista.
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