Ladrillos de una casa por hacer
El autor hace una propuesta de celebraci¨®n diferente del llamado descubrimiento de Am¨¦rica y sostiene que ya es hora de que Am¨¦rica se descubra a s¨ª misma, y lo haga desde la esperanza y no desde la nostalgia, reivindicando el modo comunitario y de vida fundado en la solidaridad y no en la codicia.
Ni leyenda negra ni leyenda rosa. Los dos extremos de esta oposici¨®n, falsa oposici¨®n, nos dejan fuera de la historia: nos dejan fuera de la realidad. Ambas interpretaciones de la conquista de Am¨¦rica revelan una sospechosa veneraci¨®n por el pasado, fulgurante cad¨¢ver cuyos resplandores nos encandilan y nos enceguecen ante el tiempo presente de las tierras nuestras de cada d¨ªa. La leyenda negra nos propone la visita del Museo del Buen Salvaje, donde podemos echarnos a llorar por la aniquilada felicidad de unos hombres de cera que nada tienen que ver con los seres de carne y hueso que pueblan nuestras tierras. Sim¨¦tricamente, la leyenda rosa nos invita al Gran Templo de Occidente, donde podemos sumar nuestras voces al coro universal, entonando los himnos de celebraci¨®n de la gran obra civilizadora de Europa, una Europa que se ha derramado sobre el mundo para salvarlo.La cara ocultaLa leyenda negra descarga sobre las espaldas de Espa?a, y en menor medida sobre las de Portugal, la responsabilidad del inmenso saqueo colonial, que en realidad benefici¨® en mucho mayor medida a otros pa¨ªses europeos y que hizo posible el desarrollo del capitalismo moderno. La tan mentada crueldad espa?ola nunca existi¨®: lo que s¨ª existi¨®, y existe, es un abominable sistema que necesit¨®, y necesita, m¨¦todos crueles para imponerse y crecer. Sim¨¦tricamente, la leyenda rosa miente la historia, elogia la infamia, llama "evangelizaci¨®n" al despojo m¨¢s colosal de la historia del mundo y calumnia a Dios atribuy¨¦ndole la orden.
No, no: ni leyenda negra ni leyenda rosa. Recuperar la realidad: ¨¦se es el desaf¨ªo. Para cambiar la realidad que es, recuperar la realidad que fue, la mentida, escondida, traicionada realidad de la historia de Am¨¦rica.
Se nos vienen encima cataratas de discursos de buen sonar y ceremonias de buen ver: se acercan los 500 a?os del llamado Descubrimiento. Creo que Alejo Carpentier no se equivoc¨® cuando dijo que ¨¦ste ha sido el mayor acontecimiento de la historia de la humanidad. Pero me parece a todas luces evidente que Am¨¦rica no fue descubierta en 1492, del mismo modo que las legiones romanas no descubrieron Espa?a cuando la invadieron en el a?o 218 antes de Cristo. Y tambi¨¦n me parece evidente de toda evidencia que ya va siendo hora de que Am¨¦rica se descubra a s¨ª misma. Y cuando digo Am¨¦rica me refiero principalmente a la Am¨¦rica que ha sido despojada de todo, hasta del nombre, a lo largo de los cinco siglos del proceso que la puso al servicio del progreso ajeno: nuestra Am¨¦rica Latina.
Este necesario descubrimiento, revelaci¨®n de la cara oculta bajo las m¨¢scaras, pasa por el rescate de algunas de nuestras tradiciones m¨¢s antiguas. Es desde la esperanza y no desde la nostalgia que hay que reivindicar el modo comunitario de producci¨®n y de vida, fundado en la solidaridad y no en la codicia, la relaci¨®n de identidad entre el hombre y la naturaleza y las viejas costumbres de libertad. No existe, creo, mejor manera de rendir homenaje a los indios, los primeros americanos, que desde el ?rtico hasta la Tierra del Fuego han sido capaces de atravesar sucesivas campa?as de exterminio y han mantenido viva su identidad y vivo su mensaje. Hoy d¨ªa, ellos contin¨²an brindando a toda Am¨¦rica, y no s¨®lo a nuestra Am¨¦rica Latina, claves fundamentales de memoria y profec¨ªa: dan testimonio del pasado y, a la vez, encienden fuegos alumbradores del camino. Si los valores que ellos encarnan no tuvieran m¨¢s que un sentido arqueol¨®gico, los indios no seguir¨ªan siendo objeto de encarnizada represi¨®n ni estar¨ªan los due?os del poder tan interesados en divorciarlos de la lucha de clases y de los movimientos populares de liberaci¨®n.Fantasmas y verdugos _No soy de los que creen en las tradiciones por ser tradiciones: creo en las herencias que multiplican la libertad humana, y no en las que la enjaulan. Parece obvio aclararlo, pero nunca est¨¢ de m¨¢s: cuando me refiero a las remotas voces que desde el pasado nos ayudan a encontrar respuesta a los desaf¨ªos del tiempo presente no estoy proponiendo la reivindicaci¨®n de los ritos de sacrificio que ofrec¨ªan corazones humanos a los dioses ni estoy haciendo el elogio del despotismo de los reyes incas o aztecas.
En cambio, estoy celebrando el hecho de que Am¨¦rica pueda encontrar en sus m¨¢s antiguas fuentes sus m¨¢s j¨®venes energ¨ªas: el pasado dice cosas que interesan al futuro. Un sistema asesino del mundo y de sus habitantes, que pudre el agua, aniquila la tierra y envenena el aire y el alma, est¨¢ en violenta contradicci¨®n con culturas que creen que la tierra es sagrada porque sagrados somos nosotros, sus hijos: esas culturas, despreciadas, ninguneadas, tratan a la tierra como madre y no como insumo de producci¨®n y fuente de renta. A la ley capitalista de la ganancia oponen la vida compartida, la reciprocidad, la ayuda mutua, que ayer inspiraron a Tom¨¢s Moro para crear su utop¨ªa y hoy nos ayudan a descubrir la imagen americana del socialismo que hunde en la tradici¨®n comunitaria su m¨¢s honda ra¨ªz.
A mediados del siglo pasado, un jefe indio, llamado Seattle, advirti¨® a los funcionarios del Gobierno de Estados Unidos: "Al cabo de varios d¨ªas, el moribundo no siente el hedor de su propio cuerpo. Contin¨²en ustedes contaminando su cama y una noche morir¨¢n sofocados por sus propios desperdicios". El jefe Seattle tambi¨¦n dijo: "Lo que ocurre a la tierra ocurre a los hijos de la tierra". Yo acabo de escuchar esta misma frase, exactamente la misma, de boca de uno de los indios mayas-quich¨¦s, en una pel¨ªcula documental recientemente filmada en las monta?as de Ixc¨¢n, en Guatemala. En este testimonio, los indios mayas, perseguidos por el Ej¨¦rcito, explican as¨ª la cacer¨ªa que su pueblo padece: "Nos matan porque trabajamos juntos, comemos juntos, vivimos juntos, so?amos juntos".
?Qu¨¦ oscura amenaza irradian los indios de las Am¨¦ricas, qu¨¦ amenaza porfiadamente viva, a pesar de los siglos del crimen y el desprecio? ?Qu¨¦ fantasmas exorcizan los verdugos? ?Qu¨¦ p¨¢nicos?
A fines del siglo pasado, para justificar la usurpaci¨®n de las tierras de los indios sioux, el Congreso de Estados Unidos declar¨® que "la propiedad comunitaria resulta peligrosa para el desarrollo del sistema de libre empresa". Y en marzo de 1979 se promulg¨® en Chile una ley que obliga a los indios mapuches a parcelar sus tierras y a convertirse en peque?os propietarios desvinculados entre s¨ª: entonces, el dictador Pinochet explic¨® que las comunidades son incompatibles con el progreso de la econom¨ªa nacional. El Congreso norteamericano no se equivoc¨®. Tampoco se equivoc¨® el general Pinochet. Desde el punto de vista capitalista, las culturas comunitarias, que no divorcian al hombre de los dem¨¢s hombres ni de la naturaleza, son culturas enemigas. Pero el punto de vista capitalista no es el ¨²nico punto de vista posible.
Desde el punto de vista del proyecto de una sociedad centrada en la solidaridad y no en el dinero, estas tradiciones, tan antiguas y tan futuras, son una parte esencial de la m¨¢s genuina identidad americana: una energ¨ªa din¨¢mica, no un peso muerto. Somos ladrillos de una casa por hacer: esa identidad, memoria colectiva y tarea compartida, viene de la historia, y a la historia vuelve sin cesar, transfigurada por los desaf¨ªos y las necesidades de la realidad. Nuestra identidad est¨¢ en la historia, no en la biolog¨ªa, y la hacen las culturas, no las razas; pero est¨¢ en la historia viva. El tiempo presente no repite el pasado: lo contiene. Pero ?de qu¨¦ huellas arrancan nuestros pasos? ?Cu¨¢les son las huellas m¨¢s hondamente marcadas en las tierras de Am¨¦rica?
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