El valor del fragmento
El romanticismo fue el gran valorizador del fragmento, de la obra inacabada, de lo que qued¨® por decir. El violento ingreso de la vida-muerte en el proceso de creaci¨®n, en un momento en que arte y vida configuraban precisamente un todo indisociable, sedujo irremisibiemente a los music¨®grafos, dando pie a una literatura sugestiva, aunque no siempre conforme con la realidad.El caso paradigm¨¢tico de interrupci¨®n creativa es sin duda el R¨¦quiem de Mozart, que expir¨® con su autor en el Lacrimosa. Como es bien sabido, las circunstancias de composici¨®n y el destino de este monumento funerario generaron una apasionada literatura rom¨¢ntica.
Pero si de una Inacabada -con may¨²scula- hay que hablar, ¨¦sta es sin duda la Octava Sinfon¨ªa de Schubert, escrita en 1822, es decir, seis a?os antes de la muerte del autor. En este caso no fue la muerte la responsable del incumplimiento -Schubert la escribi¨® en realidad antes de la que est¨¢ catalogada como la s¨¦ptima-, sino la propia tensi¨®n creativa: la hip¨®tesis m¨¢s corriente sostiene que el compositor se vio incapaz de superar la grandeza de sus dos primeros movimientos.
Cabr¨ªa citar muchas otras interrupciones de obras por defunci¨®n: empezando por El arte de la fuga, de Bach, y acabando por la Atl¨¢ntida, de Manuel de Falla, pasando por la Novena Sinfon¨ªa de Bruckner o la D¨¦cima de Mahler.
Acaso sea lo m¨¢s normal que puede ocurrirle a una obra musical, como producto del hombre que es. Y acaso quepa dar la raz¨®n a Adorno cuando afirma que, "en la situaci¨®n actual, todo cuanto posee un efectivo relieve espiritual est¨¢ destinado a permanecer fragmentado".
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