La reina est¨¢ vestida
La sensaci¨®n es que los reyes no se desnudan nunca. Por eso hizo tanta fortuna la historia que sit¨²a a un ni?o delante & un rey desnudo y despu¨¦s de las distintas incertidumbres sobre la vestimenta del monarca deja a todos boquiabiertos con el anuncio de lo obvio: "El rey est¨¢ desnudo".Acaso por ese atavismo preocupan tanto las ropas que usan los reyes. Y as¨ª no s¨®lo las revistas del coraz¨®n sino tambi¨¦n otros peri¨®dicos, como este mismo, han mostrado estos d¨ªas tanta preocupaci¨®n por los ropajes de la reina de Inglaterra. Todos lo contamos y daba la impresi¨®n de que la esencia del viaje estaba en la cadencia de los colores de la visitante.
Otra preocupaci¨®n se centr¨® en las comidas, y as¨ª la descripci¨®n de los men¨²s fue un plato habitual en las cr¨®nicas. No comi¨® nada de particular, pero los nombres que les pusieron a las cosas -charlota de paloma torcaz le ofreci¨® Arzak en la Moncloa- parec¨ªan hechos para que ella no se enterara de nada y comiera lo que se le pusiera delante. Como es una mujer discreta, por obligaci¨®n y por aspecto, se trag¨® circunspecta las palabras y no requiri¨® la traducci¨®n simult¨¢nea que le hubiera permitido comer en ingl¨¦s.
Atrajo la atenci¨®n, como es natural, de numerosos espa?oles, que salieron a la calle ataviados con la impaciencia que nuestros compatriotas tienen para ver llegar a los poderosos y cansarse de ellos en seguida, y tuvo tiempo para recibir a algunos de sus compatriotas, a los que sonri¨® con esa sonrisa que ya llevaba lord Wellington y que parece hecha para los que hablan en ingl¨¦s: muy horizontal, tirada hacia los lados, levemente inclinada hacia arriba, sin estridencia alguna. Es tan preciado un saludo suyo que dos conserjes del Colegio Brit¨¢nico, Remedios y Manolita, que llevan m¨¢s de 40 a?os guardando las llaves de esa instituci¨®n, le dieron la mano en el Museo del Prado y estimaron que aqu¨¦l hab¨ªa sido uno de los acontecimientos m¨¢s memorables de su vida.
Su brillo es muy lento, como el que dejan las an¨¦cdotas de la historia, de modo que se apaga en cuanto deja de estar presente, pero ella misma aparenta estar tan en segundo plano que ha hecho que su esposo, el duque de Edimburgo, parezca inexistente. Y es injusto. Viste muy bien, es un ser que padece la elegancia de los que caminan lentamente y comparte con su amigo el Rey de Espa?a la man¨ªa de caminar con las manos detr¨¢s, como si no tuviera nada que hacer. Tiene una mirada inquisitiva y se preocupa mucho de los peque?os detalles: dicen que es un hombre ausente y no es cierto. Le hemos visto estos d¨ªas ayudando a su esposa en las cosas humildes que convierten en cercanas las relaciones de las parejas, y sobre todo siempre le cede el paso. Y le hemos visto pregunt¨¢ndole al Rey de Espa?a por la naturaleza de unos extra?os signos dibujados sobre el suelo de madera del monasterio de El Escorial. Desconfiado sobre la explicaci¨®n, ¨¦l mismo sac¨® un min¨²sculo reloj de bolsillo y comprob¨® que don Juan Carlos le dec¨ªa la verdad revelada por Juan de Herrera y por el propio sol indeciso de aquel monacal. Vi¨¦ndola de cerca, se advierte que Isabel II tiene en el rostro la melancol¨ªa de los que est¨¢n obligados a portarse bien. Acaso por eso se ha vestido con ese aire que parece sacado de un cuadro del Turner de la ¨²ltima ¨¦poca, como una fuga del color, una huida de la realidad. Lo que es seguro es que cuando se viste de reina, de cualquier color, y a pesar de tanto s¨¦quito como le sigue a todas partes, parece clar¨ªsimo que esta reina vestida se viste sola.
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