El fuego gal¨¦s
El novelista brit¨¢nico Melvyn Bragg acaba de publicar la m¨¢s completa biograf¨ªa de Richard Burton
Se llamaba Richard Walter Jenkins, como su padre, pero Burton no era un nombre art¨ªstico. El padre, un minero capaz de desprender 20 toneladas de carb¨®n con un solo golpe de mandril del n¨²mero 2 y beberse por la noche 12 pintas de cerveza a modo de recompensa, era un sinverg¨¹enza que no se ocupaba de su familia, con un encanto celta apabullante y una seductora habilidad para contar mentiras, y que cuando muri¨® su mujer, tras largos a?os de sufrimiento, llev¨® a sus hijos al desastre.El joven Richard se fue a vivir con su hermana, a la que adoraba, y cuyo doble busc¨® en todos sus amor¨ªos y matrimonios. Despu¨¦s lo adopt¨® Philip Burton, un singular profesor angloirland¨¦s que brillaba como una luz en las tinieblas de Port Talbot. La historia del chico Pobre al que un protector desinteresado encamina por los senderos de la gloria se me antoja muy galesa. The corn is green, basada en la experiencia de Emlyn Williams, mitifica esta situaci¨®n. El hecho de que, a¨²n en vida del borracho de Jenkins, Philip Burton acogiera legalmente bajo su tutela a Richard, o Rich, demuestra hasta qu¨¦ extremo puede llegar la pasi¨®n educativa de los galeses. Durante toda su vida, Richard mantendr¨ªa una relaci¨®n padre-hijo id¨¦ntica a la de maestro-alumno.
Con respecto a su verdadero padre, Rich dec¨ªa: "Se parec¨ªa mucho a m¨ª; es decir, estaba picado de viruela, era astuto y sonre¨ªa mucho cuando ten¨ªa problemas". Tambi¨¦n le gustaban las palabras, "cuanto m¨¢s largas, mejor". Me refiero a las palabras inglesas, a pesar de que toda la familia hablaba gal¨¦s. S¨®lo una persona de lengua c¨¦ltica -brit¨®nico o ga¨¦lico- puede apreciar la riqueza del idioma de los tir¨¢nicos sajones.
El primer y ¨²ltimo amor de Rich fue el ingl¨¦s. Dec¨ªa que lo ¨²nico que importaba era el lenguaje, mientras Elizabeth Taylor lloraba a su lado al ver c¨®mo despreciaba el amor. Philip Burton ense?¨® a su pupilo a recitar a Shakespeare en los montes de Gales, pero Rich siempre ambicion¨® ser creador, no s¨®lo int¨¦rprete. A juzgar por los cuadernos que ha descubierto Bragg, pose¨ªa un extraordinario talento verbal, pero nunca encontr¨® el medio para explotarlo art¨ªsticamente.
Sent¨ªa una pasi¨®n similar por el saber y la vida acad¨¦mica, que atisb¨® brevemente cuando era cadete de aviaci¨®n en Oxford. Ten¨ªa buena cabeza pero una educaci¨®n insuficiente. Le¨ªa con voracidad pero sin m¨¦todo. El mejor regalo que pudo ofrecerle Elizabeth Taylor fue la Everyman Library completa, un placer para el aficionado, pero no para el aut¨¦ntico estudioso.
F¨ªsicamente, Rich estaba bien dotado. En las pel¨ªculas se aprecia su belleza, y tambi¨¦n la fortaleza que cuid¨® en los campos de rugby; pero ten¨ªa los huesos d¨¦biles y la piel salpicada de granos. Hasta su muerte, a los 58 a?os, arrastr¨® el estigma de los desnutridos y los desprotegidos.
V¨ªctima
Fue una v¨ªctima destacada de la explotaci¨®n capitalista inglesa en las minas de carb¨®n galesas, e incluso cuando se hizo multimillonario sigui¨® defendiendo la causa de los desvalidos y no abandon¨® su postura pol¨ªtica radical. Encarn¨® a Churchill, pero en un art¨ªculo que provoc¨® no poco esc¨¢ndalo expresaba con elocuencia lo mucho que aborrec¨ªa todo lo que representaba aquel gran hombre.
Permaneci¨® leal a su familia. galesa, t¨ªpica v¨ªctima de un sistema econ¨®mico deplorable, y a ella iba a parar gran parte de sus ingresos. Cuando empez¨® a ganar dinero en Hollywood, el Estado brit¨¢nico le reclam¨® el 91%, y lo vituperaron por instalarse en Suiza. Quiz¨¢ esta aparente falta de patriotismo obedeciera a los exiguos honores que le concedi¨® el Estado: le nombraron comendador de la Orden del Imperio Brit¨¢nico, como si se hubiera tratado de un simple escritor, en lugar de otorgarle el t¨ªtulo de sir, m¨¢s acorde con su categor¨ªa de actor.
Porque no cabe duda que en los escenarios de Inglaterra y de Estados Unidos hizo gala de aut¨¦ntica categor¨ªa. Castigaba su cuerpo con alcohol y su voz con cinco paquetes de cigarrillos al d¨ªa, pero desde Hamlet hasta Equus, sin olvidar Camelot, actu¨® como un aut¨¦ntico mago.
Bragg resalta lo instintivo de su personalidad, el aburrimiento que le produc¨ªan la t¨¦cnica a secas y la rutina de repetir un papel noche tras noche, pero demostr¨® sobradamente que conoc¨ªa todos los recursos del actor. Recuerdo que tras la muerte de sir Donald Wolfit, Burton escenific¨® en un programa de televisi¨®n los trucos que empleaba aquel c¨®mico.
Con respecto al cine, un medio que al principio le inspiraba cierto recelo, fue Elizabeth Taylor, una pasmosa combinaci¨®n de profesionalidad y cinismo, quien. le ense?¨® a desenvolverse ante las c¨¢maras. Si hizo muy pocas pel¨ªculas memorables, en parte hay que atribuirlo a su agente de Nueva York, Robert Lantz (que tambi¨¦n fue el m¨ªo durante una breve temporada). Adem¨¢s, nunca tuvo un gran director.
Richard Burton y Elizabeth Taylor se convirtieron en los legendarios Dick y Liz (a pesar de que ellos nunca se llamaron as¨ª) durante el rodaje de Cleopatra en Cinecitt¨¢. Esta pel¨ªcula no es tan mala como dijeron los cr¨ªticos en su d¨ªa, aunque las mejoras escenas se quedaron en el suelo de la sala de montaje. Pero el resplandor de la historia de amor entre Taylor y Burton eclips¨® el idilio de la pantalla, si bien adquiri¨® gran parte de su technicolor. Rich dijo: "Dwi am briodi'r eneth ma" ("voy a casarme con esa chica"), y dej¨® que su mujer, Sybil, se viera envuelta en el sue?o de cualquier publicista.
Elizabeth, enferma cr¨®nica, con frecuentes arrebatos suicidas, dotada de rara belleza y considerable astucia, so?adora pero igualmente realista, sale bien parada en este libro. Producto de la MGM (?c¨®mo iba a hacerle caso Robert Lantz a un simple escritor como yo cuando Elizabeth cobraba un mill¨®n de d¨®lares por pel¨ªcula, m¨¢s cuantiosos beneficios?), beb¨ªa, dec¨ªa tacos y tomaba drogas, pero manten¨ªa una actitud profesional que Burton admiraba profundamente. A pesar de que estaba gorda, adelgazaba con facilidad. Aunque muchas veces se qued¨® en blanco en los ensayos de Vidas privadas, obra que representaron juntos despu¨¦s de su segundo divorcio, la noche del estreno interpret¨® a la perfecci¨®n.
Intensidad
En muchos aspectos era demasiado para ¨¦l, lo que explica el primer divorcio, pero Burton no pod¨ªa vivir sin ella, y eso explica el segundo matrimonio. Incluso cuando su relaci¨®n conyugal volvi¨® a fracasar, Elizabeth no dej¨® de perseguirlo. Despu¨¦s de Mike Todd, era el hombre de su vida. Sin duda influyeron la intensidad de los sentimientos de Burton, su complejidad, su cultura y su honradez. Y tambi¨¦n su sexualidad.
Todos envidiaban las ganancias de aquella pareja de f¨¢bula, f¨¦nix y tortuga, pero gastaban una gran parte en protegerse a s¨ª mismos y a los hijos de ambos de las c¨¢maras y los secuestradores. Bragg nos presenta una cotidianeidad sin criados, con una Elizabeth que fregaba los cacharros tras haber dejado un portentoso anillo de diamantes en el escurreplatos.
Rich sent¨ªa hieraith o nostalgia del bar Miner's Arms, beb¨ªa de una forma sociable, b¨¢rdica, como Dylan Thomas, y cl alcohol le serv¨ªa adem¨¢s para aliviar los fuertes dolores que padec¨ªa. Cuando su carrera ya se hab¨ªa afianzado, confes¨® p¨²blicamente su alcoholismo, que por entonces no se consideraba una verdadera enfermedad. Dej¨® la bebida, pero un solo vaso de vino pod¨ªa desencadenar cat¨¢strofes, como ocurri¨® en la fiesta en honor de los que pose¨ªan t¨ªtulo de sir -Gielgud, Richardson, Olivier- durante el rodaje de Wagner. Despellej¨® a sus colegas, tild¨¢ndolos de impostores mecanicistas, mientras todos lo escuchaban con atenci¨®n y en silencio. Un d¨ªa, durante la gira de Camelot, que pas¨® en su mayor parte atormentado por la artrosis, se desplom¨® y lo abuchearon, gritando: "?Que le den otra
El fuego gal¨¦s
copa!", pero !o cierto es que no se encontraba en condiciones ni de levantar a Excalibur. Quer¨ªa representar a Lear, pero sab¨ªa que no ten¨ªa suficiente fuerza en los brazos para llevar a Cordelia.Bragg nos ofrece una descripci¨®n extensa y amable, con un estilo literario que no aparece en sus novelas. Deja volar la sintaxis y admite la ambig¨¹edad del mundo del espect¨¢culo, pero, como escritor h¨¢bil que es, adapta impecablemente la t¨¦cnica narrativa al tema tratado. A veces toma asiente en una butaca del fondo y deja hablar a Burton. Los cuadernos tienen un enorme inter¨¦s. Al enterarse de que iba a ser profesor de Oxford una breve temporada, Burton escribi¨® para s¨ª mismo:
"?Qu¨¦ divertido ser¨¢ dar clase en Oxford sin tener t¨ªtulo! Como las mujeres embarazadas, siempre he tenido un antojo, quiz¨¢ ilusorio, por la vida acad¨¦mica, y un trimestre de clases y conferencias me curar¨¢ definitivamente. Me gustar¨ªa hablar de los poetas medievales ingleses, franceses, italianos y alemanes, y tal vez de algunos celtas, como irlandeses y galeses, o limitarme a los fantasticks, Donne, Traherne, Henry Vaughan, George Herbert... Ese tipo, Herbert, s¨ª que es una caja de dulces condensados. La lengua inglesa me emociona tanto como una mujer hermosa o como los sue?os; verde como los sue?os y profunda como la muerte ?No pienso dejarles en paz hasta que les salgan pent¨¢metros y¨¢mbicos por las orejas! No saben lo afortunados que son por hablar, leer y pensar en la lengua m¨¢s bella que ha inventado el hombre".
Estas l¨ªneas resultan conmovedoras pero tambi¨¦n penosas. Como demuestran las grabaciones, era un magn¨ªfico lector de poemas, pero ¨²nicamente una voz, no un hombre de letras.
Uno de los aspectos m¨¢s lamentables de sus pel¨ªculas radica en que nunca le dieron la oportunidad de ejercitar esa voz con buenos di¨¢logos. Su ¨²nica pel¨ªcula basada en una obra de Shakespeare, La fierecilla, domada, de Zeffirelli, es una nulidad verbal y vocal. No se prepar¨® lo suficiente para El doctor Fausto, en la que Elizabeth Taylor interpretaba el Infierno y a Helen. Las actuaciones teatrales de Burton siguen mereciendo los elogios de sus colegas, pero se han perdido para el gran p¨²blico.
El hombre
Quiz¨¢ su mayor logro fuera Burton el hombre, generoso, modesto, querido. Cuando muri¨®, de una hemorragia cerebral. Sally, su cuarta esposa, dijo algo muy sensato: "As¨ª se hace! Al fin te has librado de ese viejo cuerpo para iniciar tu siguiente aventura. ?As¨ª se hice!".
El fuego que ard¨ªa en su interior consumi¨® su carne, y revel¨® que en cierto modo se encontraba muy por encima de la contingencia de la muerte. Sigue viviendo come imagen cinematogr¨¢fica, y gracias al encomiable libro de Melvyn Bragg renacer¨¢ para muchos bajo la forma de un ser humano encantador, sufriente y complejo, desgarrado por la culpabilidad galesa, apoyado por la decencia galesa y torturado por el fracaso de una ambici¨®n imposible. Tambi¨¦n podr¨ªa a?adirse a la lista de sacrificios celtas que reafirman a los ingleses en su autosuficiencia. Pero ¨¦sa es otra historia.
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