Graham Greene, cat¨®lico agn¨®stico
El novelista brit¨¢nico acaba de publicar su novela n¨²mero 25, 'El capitan y el enemigo'
IRENE BIGNARDI, El hombre alto y muy delgado, un poco encorvado, de ojos dolientes, transparentes, incre¨ªblemente azules, sentado en un sof¨¢ y enmarcado en la vista oto?al del puerto de Antibes, que me ofrece y se ofrece -son las once de la ma?ana- un gran vaso de vodka con hielo, tambi¨¦n afirma, con un incre¨ªble sentido de la autodestrucci¨®n, con un gran understatement (subestima), que El capit¨¢n y el enemigo [editada en Espa?a por Seix Barral] no es su novela preferida. ?Por qu¨¦? "Porque quiz¨¢ me ha estado rondando durante largo tiempo. Comenc¨¦ a escribirla hace 15 a?os, la abandon¨¦ porque pens¨¦ que no era buena y la retom¨¦ para descubrir que ten¨ªa demasiados ecos de mis otros libros, que les deb¨ªa demasiado".
Seg¨²n parece, las deudas literarias son una obsesi¨®n para Graham Greene. Durante a?os ha cultivado una gran pasi¨®n por Conrad, que fue, y sigue siendo, su autor preferido. "Sin embargo, me gust¨® demasiado El coraz¨®n de las tinieblas. Me gust¨® demasiado El negro del Narcissus. Me gusto demasiado El agente secreto. Y debo decir que, si bien no me gust¨®, ha influido mucho en m¨ª aquel horrible libro, La flecha de oro. Por este motivo, en cierto momento decid¨ª dejar de leer a Conrad. Lo hice durante 20 a?os, hasta que sent¨ª que hab¨ªa adquirido mi propio estilo".La leyenda viviente que es Graham Greene puede permitirse una autocr¨ªtica semejante. Tambi¨¦n puede permitirse sugerir que la literatura no es lo m¨¢s importante de su vida.
A sus 84 a?os -acaba de cumplirlos el 2 de octubre- Greene se prepara para partir hacia la Uni¨®n Sovi¨¦tica, donde participar¨¢ en un congreso sobre un tema que parece inspirado en los di¨¢logos entre su Don Quijote y su Sancho Panza, entre cristianismo y comunismo. Pero sobre todo parte hacia all¨ª porque se ha reconciliado con la Uni¨®n Sovi¨¦tica, porque est¨¢ "convencido al ciento por ciento de la seriedad de las intenciones de Gorbachov", porque est¨¢ fascinado.
Cat¨®lico converso por amor a su primera mujer, sin "ninguna relaci¨®n emotiva con el catolicismo hasta que lo vi brutalmente perseguido en M¨¦xico, en 1937", Greene se define ahora como un "cat¨®lico agn¨®stico". Pero insiste en que desde sus primeros libros ha sido siempre un hombre de izquierda, utilizando el papel como un campo de batalla.
Invitado por Pablo VI
Como cat¨®lico, fue invitado una vez por el papa Pablo VI. "El Papa empez¨® a nombrar los libros m¨ªos que hab¨ªa le¨ªdo, comenzando por uno no demasiado serio, Orient Express. Despu¨¦s me habl¨® con entusiasmo de El poder y Za gloria. Tuve que interrumpirle: 'Pero, Santidad, ?sabe usted que ese libro est¨¢ en el Index?'. Me pregunt¨® qui¨¦n lo hab¨ªa condenado. 'El cardenal Pizzardo', le respond¨ª. Y ¨¦l sigui¨® diciendo: 'Mi estimado se?or Greene, siempre habr¨¢ cosas en sus libros que hieran a al¨¢¨¹n cat¨®lico,'pero no se inquiete". Como simpatizante de la izquierda, ha visitado con asiduidad, dW rante a?os, la URS S. Rompi¨® con los rusos "por la condena a Siniavsky, comunic¨¢ndoles que no quer¨ªa que mis libros se siguieran publicando en la URSS".
Hace algunos a?os, su traductor ruso, "que no es un buen traductor, pero como persona me cae muy bien", le escribi¨®: "Es hora de que vuelvas; pasemos unas vacaciones rom¨¢nticas en Tashkent o en Samarcanda". Y pens¨¦: %Por qu¨¦ no?".
"Sin embargo, primero fui a Jerusal¨¦n como hu¨¦sped de su alcalde, Teddy Kollek, a quien habl¨¦ de mi inminente viaje. Y Teddy hizo que me encontrara con la se?ora Scharansky. Conoc¨ª al detalle la historia de su marido. Entonces comprend¨ª que las circunstancias a¨²n no me permit¨ªan volver a Rusia".
Pasaron algunos a?os y "despu¨¦s de la muerte de Breznev y Chernenko", Greene retorn¨® a Mosc¨². "Era un pa¨ªs nuevo. En mis viajes anteriores nunca hab¨ªa estado en casa de nadie. En las conversaciones siempre reinaba una cierta prudencia. En cambio ahora iba a las casas, hablaba con libertad". En estos a?os de Gorbachov, el feliz octogenario ha estado cuatro veces en la URSS: ha estado en Georgia, a orillas del mar Negro y en Siberia. "Gorbachov tiene frente a s¨ª un trabajo enorme. Los escritores tienen un gran poder en la URSS, ciertamente, m¨¢s que en Inglaterra o en Norteam¨¦rica. Y si tambi¨¦n se les pudiera ayudar un poco...".
Durante una de sus ¨²ltimas visitas a Mosc¨², Graham Greene se encontr¨® con Kim Philby. "Siempre me ha gustado Philby. Trabaj¨¦ a sus ¨®rdenes durante la guerra, en el Mi6 [servicio brit¨¢nico de espionaje]. Era una excelente persona, muy eficiente. Muchas veces tuve la sensaci¨®n de que en la base de su comportamiento exist¨ªa una gran ambici¨®n personal. S¨®lo m¨¢s tarde descubr¨ª que no se trataba de ambici¨®n personal, sino de la devoci¨®n a una causa, y he comprendido".
En cambio, los brit¨¢nicos, partiendo de su an¨¹go Evelyn Waugh, no han comprendido nada, tampoco el pr¨®logo de Greene al libro de Philby My silent war. "Escrib¨ª aquel pr¨®logo en nombre de una vieja amistad y tambi¨¦n porque Philby no traicion¨®, si ¨¦sta es la palabra, por dinero, sino por fe. No afirmar¨¦ que los ideales son lo m¨¢s importante de la vida, pero ciertamente son una buena excusa".
Su inagotable curiosidad le ha llevado, cada vez con mayor frecuencia, a las zonas calientes de Latinoam¨¦rica. "Todo comenz¨® con un telegrama de invitaci¨®n por parte del general paname?o Torrijos, all¨¢ por 1969. Desde entonces y hasta su muerte, en un atentado, nos ve¨ªamos todos los a?os, menos en 1979, cuando me operaron de c¨¢ncer".
Torrijos y Neruda
Fueron Torrijos y Neruda quienes le presentron a Allende. Fue Torrijos quien le puso en contacto con los sandinistas. "Fue el conocimiento directo de esta situaci¨®n lo que hizo volverme m¨¢s antinorteamericano que nunca, al menos en Iberoam¨¦rica. A decir verdad, ya era antinorteamericano desde mucho' antes: siempre pens¨¦ que la invasi¨®n norteamericana de la Rep¨²blica Dominicana fue algo vergonzoso, y mucho m¨¢s da?ina, por lo que supuso de ensayo general para la invasi¨®n rusa a Checoslovaquia, organizada de acuerdo al mismo modelo".
A la vuelta de sus viajes, desde su refugio veraniego de Anacapri o desde su base parisiense, Greene vuelve con regularidad, desde hace 30 a?os, a Antibes, "donde he venido por pan y por vino: ahora el vino es siempre bueno, pero el buen pan ya no se encuentra". Vuelve a su sencillo apartamento de dos habitaciones, con vistas sobre el fuerte de Vauban y sobre los yates, a sus viejos libros bien alineados, al cuadro del ramo de flores que le regal¨® Castro, al ¨²ltimo libro de Bery1 Bainbridge, abierto sobre la mesa, al juego del escarabeo, a las pol¨¦micas ya apagadas contra los negocios fraudulentos en la Costa Azul y a Y.
Es precisamente a "Y con todos los recuerdos / de casi treinta a?os / que tenemos en corn¨²n" a quien est¨¢ dedicado The captain and the enemy. Es madame Y, eternamente apartada por la discreci¨®n y el afecto al amigo, quien viaja con ¨¦l, quien responde al tel¨¦fono, quien selecciona las pocas entrevistas, quien desayuna con Greene en Chez Felix, un peque?o restaurante situado en los bajos de la casa.
Remolonea en la cama
Greene se despierta temprano, habla, remolonea en la cama. Escribe por la tarde, cuando el aire del puerto se vuelve cristalino. Ve a poca gente. Contesta cartas. El otro d¨ªa hab¨ªa una de Shirley Temple, contra quien lanz¨® sus dardos durante los a?os en que era cr¨ªtico cinematogr¨¢fico del Spectator, afirmando que la Fox utilizaba a la peque?a diva para excitar a los viejos. Despu¨¦s vinieron causa, proceso y condena. "Miss Temple me ped¨ªa, con gran amabilidad, permiso para utilizar citas tomadas de mis rese?as e incluirlas en una autobiograf¨ªa que est¨¢ preparando. Agregaba que sab¨ªa muy bien d¨®nde ten¨ªa colgada, durante la guerra, la sentencia condenatoria [encima del retrete]. Y con mucho cari?o dec¨ªa que si las bombas no hubieran destruido mi casa, ella habr¨ªa deseado profundamente ejercer sus influencias para que as¨ª lo hicieran...".
De aquellas bombas, de aquella guerra, Greene confiesa tener en sus sue?os un continuo recuerdo, carente de temores. Sue?os que, durante a?os, ha ido guardando, y con los cuales ha cubierto 800 p¨¢ginas que un d¨ªa u otro piensa utilizar.
Todo comenz¨® cuando ten¨ªa 16 a?os y, por indisciplinado, termin¨® en el psicoanalista. "Viv¨ª seis meses de felicidad en Londres, en Kensington Gardens, leyendo libros de historia y yendo al analista, de cuya mujer acab¨¦ enamor¨¢ndome. Y pas¨¦ un mal momento cuando tuve que contarle al terapeuta que su mujer hab¨ªa sido la protagonista de uno de mis sue?os er¨®ticos. Ella entraba en mi habitaci¨®n con los senos desnudos y yo se los besaba... ?l se limit¨® a mirar el cron¨®metro y a preguntarme: '?Qu¨¦ es lo que en primer lugar asocia usted con los senos?'. No s¨¦ por qu¨¦ le respond¨ª: 'Los vagones del metro'. Ni pesta?e¨® y pasamos al tema siguiente. Sin embargo, resolvi¨® el problema convirti¨¦ndome en el baby sitter de sus hijos".
Al cabo de seis meses todo hab¨ªa terminado: amor, baby sitter y an¨¢lisis. De todo esto Greene sali¨®, recuerda, con una gran sonrisa dedicada a aquel muchacho de hace 70 a?os, "muy seguro de s¨ª mismo, con un gran sentimiento de libertad y una indomable pasi¨®n por los sue?os".
Copyright La Repubblica.
Traducc¨ª¨®n: C. Scavino.
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