La mujer en el teatro de Eugene O'Neill
Mujer madre, mujer diosa, mujer tierra, as¨ª son las mujeres en el teatro del dramaturgo norteamericano Eugene O'Neill, del que ahora se cumple el centenario del nacimiento. El autor de este art¨ªculo, ponente del Simposio Internacional Eugene O'Neill, que ayer comenz¨® en Madrid, analiza a estas hero¨ªnas, propias de una tragedia griega, que indignaron a Norteam¨¦rica.
El gesto de Nina Leeds en Extra?o interludio todav¨ªa sigue vivo en Broadway. Una mujer que odia tanto a su padre que buscar¨¢ eternamente un hombre que sea como ¨¦l, para as¨ª poder seguir sufriendo. La tortura como plenitud y el castigo como ¨¦xtasis. El padre tirano, esta vez un profesor de una universidad de Nueva Inglaterra, que ser¨¢ siempre motivo de idolatr¨ªa, y en la ¨²ltima escena la hija exclamar¨¢: "?Extra?o interludio! ?S¨ª? ?Nuestras vidas son simplemente extra?os y sombr¨ªos interludios!... Siento tanta serenidad a tu lado, Charlie... Me parece que he vuelto a ser ni?a y que t¨² eres mi padre". Por fin Nina ha encontrado la paz y habla de "recogeremos flores juntos en las envejecidas tardes de la primavera y el verano". Tres a?os despu¨¦s, en 1931, otra muchacha, Lavinia, en El luto le sienta bien a Electra, construye con su hermano Orin, en pleno Connecticut, un Hamlet americano, una nueva Orestiada. El padre, el coronel Erza Mannon, ha sido asesinado al volver glorioso de la guerra de Secesi¨®n. En casa le esperaba, con todo cari?o, la muerte en la figura de su esposa Christine y su amante Adam. Los hijos vengar¨¢n este crimen, pero en ese ceremonial Orin se va enamorando de su hermana, incluso ¨¦sta reconoce c¨®mo sus hombres adorados eran su padre y Adam. Al final, Orin se suicidar¨¢ y ya los culpables han desaparecido y se queda sola Lavinia en la mansi¨®n maldita, quien exclama llorando: "?Debo castigarme a m¨ª misma? ?El vivir aqu¨ª, a solas con los muertos, es un acto de justicia peor que la muerte o la c¨¢rce! Jam¨¢s saldr¨¦ ni ver¨¦ a nadie! ?Cerrar¨¦ herm¨¦ticamente las persianas para que no pueda entrar la luz! ?Vivir¨¦ sola con los muertos y custodiar¨¦ sus secretos y dejar¨¦ que me obsesionen, hasta que se cumpla la maldici¨®n y muera el ¨²ltimo de los Mannon!", y este lenguaje es nuevo. Ninguna mujer hab¨ªa hablado as¨ª en un escenario americano.
Guardiana de muertos
Estas mujeres indignan a Am¨¦rica. Parecen salidas de Esquilo y que hubieran ido directamente a Ibsen, tras leer a Freud. Lavinia como guardiana de los muertos, vestida de un negro intenso, "su rostro como la m¨¢scara de los Mannon", con profundas arrugas, con faz dolorida, llevando un gran ramo en los brazos dici¨¦ndole a su doncella que quiere ver toda la casa llena de flores. Una tragedia en tres partes, que dura muchas horas, que comienza en abril de 1865 y que termina ahora mismo, hoy mismo, cuando la vemos en cualquier teatro del mundo. Christine, la madre asesina, era muy hermosa, esbelta y voluptuosa, luc¨ªa en tiempos un vestido de raso verde y su rostro era tambi¨¦n una "p¨¢lida m¨¢scara que imitaba maravillosamente a la vida y donde s¨®lo viven los ojos, hundidos, de un tono violeta oscuro". Sensual como lo era Abbie Putnam en El deseo bajo los olmos, que ya en 1923 asombra con su "plena vitalidad" y su "mirada obstinada". Esta mujer tiene 35 a?os, es tan "desenfrenada, salvaje y desesperada" como su nuevo esposo de 75, y ser¨¢ codiciada por uno de los hijos. Un nuevo Hip¨®lito, una nueva Fedra en un mundo que transcurre "m¨¢s all¨¢ del horizonte". Donde, como en Anne Christie, los mares unen y son c¨®mplices del amor. Donde la vida es demasiado dolorosa. Un ejemplo atroz y sublime puede ser largo viaje de un d¨ªa hacia la noche (1956). Una vez m¨¢s, la magia de los t¨ªtulos espl¨¦ndidos de O'Neill. De nuevo la familia que se destruye, los Tyrone, el padre actor retirado, la madre drogada y los hijos, amando y culpando a sus padres. Estamos en Connecticut y en el segundo acto "la comedia se desvanece y aparece la tragedia". Estamos en un viaje, un marino escribe el m¨¢s cruel viaje de toda su vida, una aventura sin salir de una casa, que tiene como destino la nada, el vac¨ªo y el dolor. Sartre y Strindberg son ahora los dioses, en una obra que es, en realidad, un "teatro dentro del teatro", en la que dos hermanos ri?en y se destruyen, uno enfermo y que ama a la madre, el otro borracho y que ama al padre. Esta obra es el testamento espiritual de O'Neill.
Resaltemos Mansiones m¨¢s majestuosas. Imaginemos, por un instante, un hombre entre su esposa Sara y su madre Deborah. Ambas se disputan la presa con pasi¨®n. La madre es "asombrosamente juventud y va vestida de blanco, y el hijo le ha dicho que la encuentra m¨¢s joven, m¨¢s bella que nunca, y al final, tras una escena en la que Sara se arrodilla y besa la mano a Deborah, toma a su esposo como un ni?o, lo acuna como un reci¨¦n nacido y con posesiva ternura le susurra c¨®mo a partir de ese momento ser¨¢ como su madre.
La m¨¢scaraEl ciclo ha concluido. Todav¨ªa recordamos a Mary Tyrone drogada bajando por las escaleras de la casa, vestida de novia, en una pesadilla que nunca termina. Pero vayamos mucho m¨¢s lejos hasta M¨¢s all¨¢ del horizonte (1920) y veamos a dos hermanos: uno, ama el mar, otro, la tierra, y ambos desean a la misma mujer, Ruth, y tendr¨¢n que cambiar de metas y destino como si fuera una obra de Sam Sephard. La mujer madre, la mujer diosa, la mujer tierra. Olvidaba decir que la primera vez que aparece Lavinia en el escenario ya va vestida de negro y est¨¢ triste, con un gesto de dolor en sus ojos. Lavinia, en realidad, aunque no la veamos, lleva una m¨¢scara. Todos llevamos una m¨¢scara.
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