George Bush, la historia de un l¨ªder no probado
?Qui¨¦n es realmente George Bush, el nuevo presidente electo de Estados Unidos, y en qu¨¦ cree, cu¨¢l es su ideolog¨ªa? Esta pregunta no tiene, aunque parezca extra?o, una respuesta f¨¢cil. Porque este patricio de 64 a?os, que parecen menos, 1,89 metros de altura, 87 kilos, perfecto estado de salud, que con su triunfo electoral acaba de poner la guinda a un impresionante curr¨ªculo, no ha dejado huellas apreciables en 22 a?os de vida p¨²blica. ?Ser¨¢ su Administraci¨®n pragm¨¢tica o mediocre, d¨¦bil o fuerte?
Por primera vez en su larga carrera de segund¨®n, caracterizada por su capacidad de acomodaci¨®n, su deferencia con la autoridad, sus instintos de s¨ª, se?or, Bush llega a un cargo en el que deber¨¢ ser ¨¦l mismo y decidir, en solitario, cuestiones de las que pueden depender la paz o la guerra internacionales, la prosperidad o la crisis econ¨®mica en m¨¢s de medio mundo.?Es un l¨ªder o, simplemente, un fiel escudero? Richard Nixon dijo de ¨¦l: "George es capaz de cualquier cosa por la causa". "Su legado pol¨ªtico", ha escrito The New York Times, "es tan ef¨ªmero como sustancial su buena voluntad". Se siente c¨®modo dejando a otros que piensen por ¨¦l, que le programen, como se ha demostrado en esta campa?a. Su capacidad de juicio est¨¢ insuficientemente probada, y la decisi¨®n de escoger como vicepresidente al vac¨ªo senador Dan Quayle refuerza las dudas en este sentido.
Te¨®ricamente, Bush est¨¢ muy preparado. Lo ha sido todo, incluso presidente en funciones durante seis horas, en julio de 1985, cuando Reagan estaba en el quir¨®fano someti¨¦ndose a una operaci¨®n de c¨¢ncer de colon. Pero tampoco entonces Bush tuvo que hacer nada. Se puso a jugar al tenis y se cay¨®, mare¨¢ndose en aquel momento hist¨®rico. Es el primer director de la CIA, la agencia del espionaje norteamericana, que llega a la presidencia.
El ganador
Se cometer¨ªa un error despreciando a Bush, equivocaci¨®n que ha pagado muy cara Michael Dukakis. Ronald Reagan, el hombre que realmente ha ganado esta elecci¨®n, convertida en un refer¨¦ndum sobre la paz, la prosperidad econ¨®mica y los valores conservadores del reaganismo, era un ide¨®logo. George Bush no lo es. En octubre de 1987, cuando lanz¨® su candidatura a la presidencia (ya lo hab¨ªa intentado en 1980, compitiendo contra Reagan), declar¨®: "Soy un hombre pr¨¢ctico. Me gusta lo que es real, no lo abstracto. Lo que funciona. No suspiro por dirigir una cruzada".
Meses despu¨¦s explicaba: "No soy lo que se considera b¨¢sicamente un intelectual". Pero Bush ha tenido el instinto pol¨ªtico e ideol¨®gico suficiente para darse cuenta de que la elecci¨®n no era, como Dukakis la plante¨® con ceguera tecnocr¨¢tica, sobre competencia, sino sobre ideas. Una vez adoptada esta decisi¨®n, Bush el pragm¨¢tico enarbol¨® los valores ultraconservadores de la ley, el orden -al igual que Nixon en 1972, para aplastar al liberal MeGovern-, y la bandera.
Este Bush, que ha dejado en el armario la noci¨®n de nobleza obliga yJair play en la que se form¨®, en los jardines inmaculados de las escuelas y universidades de elite de la costa Este, ha puesto as¨ª de relieve otro rasgo de su car¨¢cter pol¨ªtico. Una sorprendente capacidad de camaleonismo que, en aras de la flexibilidad y de lo pr¨¢ctico.
Si "la historia es biografia", como gusta decir el presidente electo, hay que comenzar por el 12 de junio de 1924 en Milton (Massachusetts). George Herbert Walker Bush nace en el seno de una familia rica de la aristocracia estadounidense. Su padre, Prescott Bush, era un hombre de Wall Street, socio de una banca de inversiones, y m¨¢s tarde, senador en Washington.
Un hombre conservador, pero no reaccionario. El peque?o George -le llamaban Poppj, pasa en seguida a vivir a una casa victoriana en Greenwich (Connecticut), suburbios de lujo de Nueva York, donde se cr¨ªa en un mundo de tenis y vela en los veranos y en una escuela privada a la que era conducido en limousine por el ch¨®fer familiar.
All¨ª tuvo que leer Guerra y paz, que recuerda como un libro.
Recibi¨® una educaci¨®n basada en los valores de la lealtad, el esp¨ªritu de servicio al pa¨ªs y a las instituciones, el respeto a la autoridad y la cortes¨ªa. Y la generosidad. Cuentan que el peque?o Bush siempre estaba repartiendo lo que ten¨ªa. "Demasiada buena persona para ser presidente", ha escrito uno de sus bi¨®grafos. Sigui¨® los pasos l¨®gicos de la ar¨ªstocracia norteamericana de entreguerras. Un colegio privado, la academia Andover, un centro austero, como las instituciones brit¨¢nicas donde se educa la realeza que impresion¨® su mente, poco amiga de la lectura que no sea la novela de intriga, y conoci¨® a Shakespeare, "muy denso", recuerda ahora. Ya entonces, George era un tipo popular, f¨¢cil en el trato personal. Una caracter¨ªstica que le ha ayudado mucho en su vida pol¨ªtica, construida sobre todo en su capacidad de relacionarse con las personas adecuadas en los momentos precisos, dejando la ideolog¨ªa en un segundo plano.
En Andover suspendi¨® en Qu¨ªmica, pero destac¨® en baloncesto, b¨¦isbol y f¨²tbol. Sus compa?eros le votaron el m¨¢s respetado y el tercero m¨¢s guapo, m¨¢s popular y m¨¢s atl¨¦tico.
El d¨ªa que cumpli¨® 18 a?os, George se fue a la guerra. Se convirti¨® en el piloto m¨¢s joven de la Marina. Vol¨® 1.228 horas en combate, y su avi¨®n torpedero fue derribado por los japoneses sobre el Pac¨ªfico. Pero George, rescatado por un submarino norteamericano, pudo contarlo y regres¨® a Estados Unidos para ser condecorado como un h¨¦roe.
Esta historia de valor b¨¦lico le ha servido, h¨¢bilmente explotada a principios de la campa?a, para desmontar una sensaci¨®n cultivada por sus cr¨ªticos de que Bush era un pelele ?o?o, hijo de pap¨¢, sin personalidad alguna. M¨¢s que al valor risico, bien probado en su caso, se refer¨ªa a su amorfismo ideol¨®gico, a una insulsez natural producto de una vida demasiado f¨¢cil. Lo primero que hizo al regresar fue casarse con su novia, Barbara, su primer y ¨²nico amor. Una chica tambi¨¦n de buena familia.
A Yale
Y los Bush, ya con su primer hijo -tienen cinco-, se fueron a otra cuna de los mejores y los m¨¢s brillantes, la universidad de Yale, de la liga de las universidades elitistas de la hiedra. George prob¨® ser un buen estudiante y en tres a?os se gradu¨®, con matr¨ªculas, en Econom¨ªa.
Quiso probarse a s¨ª mismo, como ya lo hab¨ªa hecho en la guerra, y salir del cascar¨®n de un padre que ya le hab¨ªa designado para seguir su camino financiero en Wall Street. George y B¨¢rbara se subieron a un Studebaker y, como muchos miembros de su clase, se dirigieron hacia el Oeste, deteni¨¦ndose en Tejas. Bush estaba dispuesto a demostrar que era capaz de ganar dinero por s¨ª solo. Fund¨® una compa?¨ªa de prospecci¨®n petrol¨ªfera a la que bautiz¨® Zapata por la pel¨ªcula Viva Zapata, de Marlon Brando. Y, en cierto modo, se hizo tejano, lo que ha explotado pol¨ªticamente hasta ahora. Mantiene su domicilio legal en un hotel de Houston.
En Tejas sufri¨® lo que ha calificado de "golpe m¨¢s devastador" de su vida. Su hija Robin muri¨® de leucemia con tres a?os. Bush es un hombre que sit¨²a a la familia como el valor m¨¢s importante de su vida. Acept¨®, confiesa que sin hacerle demasiado gracia al principio, que su segundo hijo, Jeb, se casara con una mexicana. Pero ahora est¨¢ orgulloso de sus nietos hispanonorteamericanos, a los que llama los morenitos.
El presidente electo tiene su refugio preferido en una amplia casa, la ¨²nica que posee, asomada al mar en la costa de Maine, en Kennebunkport. Es feliz rodeado de sus hijos y de sus 10 nietos, jugando al tenis y al lanzamiento de herraduras -es un experto y se cree que reservar¨¢ un lugar en los jardines de la Casa Blanca para practicar este curioso deporte- y volando bajo sobre las olas en su lancha r¨¢pida Fidelity.
Atra¨ªdo por la pol¨ªtica, vendi¨® en 1966 su empresa petrol¨ªfera por un mill¨®n de d¨®lares, y posteriormente, a pesar de sus amistades bien colocadas, no ha sido un ¨¢guila para los negocios.
Derrotado en 1964
En 1964 intent¨® ser senador por Tejas, pero fue derrotado. Dos a?os m¨¢s tarde consigui¨® un acta de congresista por un distrito de Houston, al que represent¨® en Washington cuatro a?os. Se distingui¨® por su defensa de los derechos civiles de los negros.
En 1970, impulsado por Nixon, intenta de nuevo la senadur¨ªa por Tejas, pero es derrotado por el dem¨®crata Lloyd Bentsen. Nixon, convertido en su padrino pol¨ªtico, le nombra en 1971 delegado en las Naciones Unidas. Pasa sin pena ni gloria por Nueva York, donde defendi¨® la pol¨ªtica de las dos Chinas para ser puenteado por Henry Kiss¨ªnger y el propio presidente, que ya preparaban la gran jugada hist¨®rica de la apertura a Pek¨ªn.
Vuelve a Washington en 1973 con la idea de recibir un alto puesto en el Departamento de Estado, pero Nixon vuelve a utilizarle y le pone al frente del Partido Republicano. Bush cumple lealmente, lo pasa mal cuando tiene que cerrar filas con el presidente durante el esc¨¢ndalo Watergate. Pero, finalmente, el 7 de agosto de 1974, cuando ya la presidencia Nixon ard¨ªa por los cuatro costados, el siempre leal George Bush dirige una carta al presidente en la que, en nombre del partido, le pide que abandone la Casa Blanca.
Bush cree que los servicios prestados al partido en tiempos muy difficiles le hac¨ªan acreedor a la vicepresidencia con Gerald Ford. Pero, en cambio, ¨¦ste se la ofrece a Nelson Rockefeller, y George obtiene, como consolaci¨®n, el puesto de representante en China, donde todav¨ªa no hab¨ªa embajada. En Pek¨ªn (1974-1975) cay¨® simp¨¢tico, jug¨® bastante al tenis y se pase¨® en bicicleta con Barbara. A su regreso a Estados Unidos vuelve a.ser preterido para la candidatura vicepres¨ªdencial en las elecciones de 1976; esta vez le gana Robert Dole, y Ford le pide un ¨²ltimo favor: restaurar la confianza y la moral hundidas de la CIA. George vuelve a decir que s¨ª y dirige la Agencia Central de Inteligencia durante 365 d¨ªas. Limpi¨® la agencia, que recuper¨® credibilidad y prestigio bajo su mandato. De esa ¨¦poca data su fe en las operaciones encubiertas.
Tras su intento presidencial de 1980, se sube al carro de Reagan y a la vicepresidencia de Estados Unidos. No tiene personalidad propia, carece de convicciones. Adem¨¢s, el pasado martes jugaba en su contra el maleficio hist¨®rico de que desde Martin van Buren, en 1836, ning¨²n vicepresidente llegaba, por elecci¨®n, a la presidencia. Predicciones que han resultado err¨®neas.
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