El arte de lo conocido
Helen Merrill es una chica formal. Su actuaci¨®n empez¨® diez minutos tarde, lo cual, visto lo sucedido en conciertos anteriores, es un derroche de puntualidad. En todos los avances, programas y hojillas volanderas sobre el festival se anunciaba para esta primera parte a Helen Merrill sola; aunque se trata de una vocalista a la antigua usanza todo pod¨ªa pasar, y no ser¨ªa el primer caso; basta con acordarse de Bobby McFerrin. Pero no, lo que pasaba era que esos programas se olvidaban de mencionar al pianista Bill Mays, el contrabajo Ned Mann y el bater¨ªa Terry Clarke. Olvido imperdonable, porque forman un tr¨ªo estupendo.Helen Merrill es una chica cl¨¢sida, pues. Tambi¨¦n es honrada -un pol¨ªtico dir¨ªa honesta-, porque no dej¨® que el tr¨ªo consumiera mucho tiempo, y a la segunda canci¨®n ya estaba en escena. Su My favorite things auguraba un repertorio t¨ªpico, y la previsi¨®n se cumpli¨® con creces. Pero Helen Merrill es una cantante de jazz y el jazz, seg¨²n una c¨¦lebre definici¨®n, no es lo que haces sino c¨®mo lo haces. Por eso My favorite things esta vez no fue un vals, Wave se convirti¨® en balada, Autumn leaves se disfraz¨® de samba, y el All blues de Miles se mezcl¨® con Sant Louis blues.
Helen Merrill
Oscar PetersonPalacio de Deportes. Madrid, 17 de noviembre.
Lo dicho, el jazz es c¨®mo lo haces. Helen Merrill lo hace muy bien y, cuando no, se disculpa. Present¨® en ingl¨¦s, japon¨¦s e italiano, y es una pena que no hablara tambi¨¦n franc¨¦s, idioma en el que ha tenido buenos maestros. Menuda de apariencia, es una contralto como un castillo, con una voz preciosa, much¨ªsimo swing y una dicci¨®n perfecta. Las cantantes de jazz son algo milagroso: se entiende todo lo que dicen en ingl¨¦s, mientras que a muchas de aqu¨ª que pasan por buenas no se les coge una palabra cantando en castellano.
Por entresacar un ejemplo de las virtudes de Helen Merrill, cito su versi¨®n de I'm a fool to want you. En el disco con Gil Evans le sale perfecta, y en este concierto no le qued¨® peor, ni peor acompa?ada.
Oscar Peterson va de estrella como Miles Davis pero, a diferencia de ¨¦ste, sale el ¨²ltimo y con los m¨²sicos tocando. Recoge la ovaci¨®n, engancha There will never be another you y, sin dejar que los ¨¢nimos se calmen, sigue con Soft winds. A partir de ah¨ª el jazz, arte de la sorpresa, se convierte en el arte de lo conocido. En las entrevistas, Peterson declara que ¨¦l no sale a lucirse, sino a matar. Pero ¨¦ste debe de ser el ¨²nico objetivo que no se cumple en sus actuaciones. Nadie sufre en los conciertos de Oscar Peterson. Ni siquiera el orgulloso piano de cola, porque los golpes que le atiza el maestro est¨¢n dados con sabidur¨ªa.
Gord¨ªsimo
Dicen que el jazz no debe juzgarse m¨¢s que por la m¨²sica, pero el tr¨ªo de Oscar Peterson no tendr¨ªa tanto swing si no se pusiera como se pone, con los m¨²sicos api?ados en donde hacen los regates los delanteros finos, un palmo de terreno. Y mira que Peterson ocupa espacio ¨¦l solo, porque est¨¢ inconmensurablemente gordo. Gord¨ªsimo. Antes hab¨ªa que decir que era el m¨¢s grande, pero ahora salta a la vista. El bajista Steve Wallace, aunque no tiene la genialidad de Niels Pedersen, entra mejor en el juego y, con el gran Bobby Durham a la bater¨ªa, se las arregla para sacar adelante una f¨®rmula que siempre funciona porque tiene al p¨²blico ganado de antemano. Y es que a Oscar Peterson hay mucho que agradecerle.
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