Don Am¨¦rico en su realidad
Ya pasaron los d¨ªas del centenario de don Am¨¦rico Castro. Conviene ahora trazar un perfil, siquiera sea esquem¨¢tico, tanto de la figura humana de don Am¨¦rico, como de su trabajo indagador en todos los ¨®rdenes de la b¨²squeda de la verdad, desde un comienzo con la met¨®dica positiva hasta, ya caminado gran trecho de su existencia, el empleo de otro instrumental que, para entendernos, vamos a llamar intuitivo-vitalista.Con todo, a m¨ª me parece que algo habr¨ªa que a?adir; a saber, el desciframiento, la exploraci¨®n del punto de juntura entre una y otra instancia castrianas. Dicho de otro modo: ser¨ªa menester preguntarnos por una instancia oculta; a saber, la de la articulaci¨®n entre la persona que se llam¨® Am¨¦rico Castro y su producci¨®n intelectual. ?Hay, por ventura, alg¨²n nexo oculto y fatal entre una y otra instancia?
?Hasta qu¨¦ punto el hombre Am¨¦rico Castro y sus libros se interpretan e intercambian sus especificidades? He aqu¨ª, a mi manera de ver, la cuesti¨®n, la b¨¢sica cuesti¨®n.
Para poder contestar a estas preguntas con un m¨ªnimo de inter¨¦s, perm¨ªtaseme que traiga a colaci¨®n algunos recuerdos castrianos.
Vino don Am¨¦rico a Santiago de Compostela en el verano de 1958. Se hosped¨® en mi casa de La Rosaleda. Fueron para m¨ª y para mi familia d¨ªas de entra?able y muy alegre convivencia. Recuerdo todav¨ªa, con emoci¨®n no abolida, las veladas despu¨¦s de la cena, en mi biblioteca, cambiando puntos de vista sobre Espa?a, sobre su ser aparencial y sobre su ser profundo. No siempre est¨¢bamos de acuerdo, gracias a Dios.
Trato cotidiano
As¨ª pues, y desde aquellos memorables d¨ªas, a la frecuentaci¨®n ya anterior de la obra castriana se a?adi¨® en m¨ª el conocimiento radical que da el trato cotidiano con el autor.
Seg¨²n mi experiencia, don Am¨¦rico Castro, personalmente, se distingu¨ªa, entre otras cosas de menor sustancia, pero, eso s¨ª, importantes, por ejemplo, por su exquisita cortes¨ªa, su cordial atenci¨®n a los dem¨¢s; se distingu¨ªa, digo, por las siguientes notas:
1. La sensibilidad. Ante la plaza del Obradoiro en su primer encuentro con Compostela, afirm¨®: "Esto es superior a la plaza de la Se?or¨ªa de Florencia". En trance, totalmente embelesado ante la belleza formal del lugar y olvid¨¢ndose de sus propias doctrinas, cosa que casi nunca suced¨ªa, all¨ª permaneci¨® inm¨®vil, minutos y minutos, en rendida afirmaci¨®n, en recogido silencio.
2. El predominio de la intuici¨®n. Ante la imagen del Santiago a caballo en el llamado T¨ªmpano de Clavijo, en la catedral de Santiago, comenz¨® inmediatamente a elaborar algo as¨ª como un r¨¢pido y sutil complemento a su doctrina hist¨®rica.
3. El juego constante entre ambas instancias -sensibilidad e intuici¨®n-, que secundariamente pon¨ªan en movimiento su capacidad dial¨¦ctica y con ella la capacidad suscitadora de nuevas ideas.
4. La b¨²squeda mental en todas direcciones y su apoyo en los datos concretos. As¨ª, sus visitas a las excavaciones de la catedral, sus preguntas constantes sobre cualquier rinc¨®n ciudadano, sus incansables paseos por la ciudad, a todas horas, para captar el esp¨ªritu tradicional de la vieja urbe, etc¨¦tera.
5. El no rehuir la confrontaci¨®n doctrinal, esto es, la pol¨¦mica. Don Am¨¦rico ten¨ªa condici¨®n de batallador. Se ha hablado de intransigencia. Es posible. Pero de lo que no cabe duda es de que lo que a don Am¨¦rico le irritaba y le sacaba de sus casillas -yo soy testigo mayor de ello- no era que se le atacara, sino que no se le entendiera. Porque, desde luego, a lo que no estaba dispuesto bajo ning¨²n pretexto era a modificar sus concepciones por obra de reparos concretos de tipo positivo y, por ende, limitado.
6. Con esto llegamos a otra l¨ªnea de fuerza esencial en la manera de ser delhombre Am¨¦rico Castro. ?sta: su autenticidad. Su dura, inconmovible, irrefrenable autenticidad. Que a la vez nac¨ªa del primado de los valores morales, del primado de la ¨¦tica sobre cualquier otro motivo orientador de la conducta. Era un ser moral de los pies a la cabeza.
Si ahora apretamos en un haz la suma de estas notas antropol¨®gicas y las trasladamos a la obra que ellas hicieron posible, para m¨ª salta a la vista algo decisivo; a saber, el rastreo de la realidad; esto es, la exploraci¨®n de la realidad por debajo de las apariencias que la encubren y deforman. O lo que es lo mismo: el despiece, sin concesiones ni flaquezas patrioteras, de la irrealidad fabulosa en que Espa?a consisti¨® durante siglos.
Si nos atenemos al prop¨®sito castriano, enseguida nos percatamos de que para alcanzar algo tangible, esto es,, claridad y rigor en la consideraci¨®n de los hechos hist¨®ricos, hab¨ªa que darle la vuelta a lo que hasta aqu¨¦l momento inicial de la tarea castriana se ten¨ªa por intocable.
He hablado de la intuici¨®n castriana y del juego constante entre ella y la sensibilidad. Sin duda. Pero sucede que ambas instancias, como la inteligencia misma en su momento cognoscitivo, tienen que ponerse al servicio de la vida. Y m¨¢s a¨²n si de lo que se trata es de la vida colectiva.
Entonces es menester dar un salto -no exento de riesgos desde las ideas a las realidades, si se me permite la expresi¨®n, reales. Unas realidades que est¨¢n y no est¨¢n en las cr¨®nicas. Unas realidades a las que hay que cazarles la virtual sacudida.
Percepci¨®n
Pero sabemos, desde Dilthey, que hay una esencial diferencia entre las ciencias naturales -el estilo positivo: a este hecho sigue este otro, y a este otro el subsecuente, etc¨¦tera- y las ciencias del esp¨ªritu -el estilo intuitivo- Para las primeras, las cosas aparecen dadas como simples hechos. Las segundas, en cambio, van consignadas a la percepci¨®n interna.
Esa dimensi¨®n de vida que nuestro historiador -a favor de la intuici¨®n, de la sensibilidad, de la b¨²squeda de lo aut¨¦ntico y real, y, c¨®mo no, del mucho saber- fue descubriendo en los entresijos de los pergaminos, los cronicones, los secretos del lenguaje, la literatura, el arte, etc¨¦tera. Y porque algo nuevo descubri¨® es por lo que tuvo necesidad de acu?ar originales, in¨¦ditas palabras. Cuando se pone al aire una objetividad, una realidad hasta ese momento nonata, lo primero que siente el descubridor es la insuficiencia del lenguaje para delimitar los perfiles de lo reci¨¦n nacido. Y as¨ª surgieron la morada vital y la vividura.
As¨ª, por otro costado, las diferencias entre el ser y el valer, dado que, como sostiene nuestro hombre, el vivir humano, el objeto historiable y el que lo historia, pertenecen a la misma categor¨ªa ontol¨®gica.
Pero ?no vemos acaso en esto la proyecci¨®n misma de la persona que fue don Am¨¦rico Castro? ?No asistimos aqu¨ª al goce que la compa?¨ªa de don Am¨¦rico nos produc¨ªa? ?No vemos, no estamos casi tocando el bulto humano del gran amigo, su cordial insistencia en dirigir nuestra mirada hacia lo que importa, sus m¨¢s que justificadas iras ante la estupidez o la ignorancia, sus arrebatos nobil¨ªsimos frente a lo injusto y lo arbitrario? Y, por otra parte, ?no revivimos -una conmovedora revivencia- el gesto conciliador, reposador y complaciente del hombre de cultura? ?No o¨ªmos de nuevo su voz un tanto titubeante, que aconseja lecturas, que desecha otras, que procura nuestra formaci¨®n en hondura y rigor simult¨¢neos, que recibe la discrepancia con agrado, con excelente talante de di¨¢logo? ?No es esto, en definitiva, la iluminaci¨®n totalizadora?
En ¨²ltimo t¨¦rmino, de lo que se trata, de lo que trata el lector ingenuo -y a ¨¦l va dirigida siempre la empresa hist¨®rica elucidadora-, es de entender. De despertar. De aquello a lo que aspiraba Stephen, uno de los protagonistas del Ulises joyceano: "La historia es una pesadilla de la que trato de despertarme". A esta vigilia que espanta pesadillas nos invita desde los libros y desde el recuerdo, vivo y actuante, que es como el trasunto de su bien ganada permanencia, don Am¨¦rico Castro.
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