Exorcismo en Dallas
El turista, listo para la foto, se?ala con una mano hacia el lugar aproximado por el que circulaba el autom¨®vil de John Fitzgerald Kennedy, tal d¨ªa como ayer, hace 25 a?os, en el centro de Dallas (Tejas). Con la otra mano apunta a un edificio rojizo, distante apenas 40 metros, del que, seg¨²n el informe de la Comisi¨®n Warren, parti¨® el disparo que acab¨® con la vida del presidente.Se puede entrar al edificio e incluso apretar el bot¨®n del sexto piso, junto a una de cuyas ventanas estaba apostado, supuestamente, el presunto asesino, Lee Harvey Oswald. Pero sin resultado. La planta est¨¢ cerrada en tanto se re¨²nen, con aportaciones privadas, los fondos necesarios para instalar una exposici¨®n hist¨®rica permanente sobre el magnicidio. Una especie de exorcismo final contra los demonios empe?ados en culpar en parte a la ciudad del crimen. Ser vecino de Dallas fue durante a?os la peor tarjeta de presentaci¨®n posible en Estados Unidos. Un precio que, sin embargo, no tuvieron que pagar Los Angeles y Memphis por los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King.
Una encuesta efectuada a nivel nacional, por encargo de The Dallas Morning News, muestra, sin embargo, que el tiempo est¨¢ curando esta herida. S¨®lo un 11% asocia a la ciudad y el magnicidio (la mitad que hace cinco a?os) y apenas un 4% cree que el clima pol¨ªtico y social de Dallas tuvo relaci¨®n indirecta con el asesinato.
Entre un bosque de rascacielos en los que predomina el cristal, dos sencillos monumentos recuerdan, para consumo de turistas y lucro de Kodak, el tr¨¢gico suceso del 22 de noviembre de 1963. En uno de ellos, el m¨¢s pr¨®ximo al lugar de autos, dos placas muestran un plano con la ubicaci¨®n de los actores del drama y resumen los hechos. En el otro, a unos 150 metros de distancia, una estructura de hormig¨®n blanco, en forma de paralelep¨ªpedo, encierra una sencilla l¨¢pida de m¨¢rmol negro. Sobre ella, algunos ramos de flores. Uno de ellos deja ver una tarjeta en la que se lee: "Perd¨®nalos, Se?or, porque no saben lo que hacen". Y monedas, muchas monedas, algunas de ellas de medio d¨®lar, mostrando la cara del hombre que hace 25 a?os naci¨® como un mito.
The New York Times recog¨ªa recientemente el resultado del estudio elaborado por un psic¨®logo que reflejaba que los suicidios, asesinatos y muertes por ataque cardiaco aumentaron sensiblemente en Dallas durante el a?o posterior al magnicidio. Fue el precio a pagar por una indefinida culpa colectiva que ahora parece totalmente purgada.
La Dallas de 1988 es muy diferente de la de 1963. Por ejemplo, la poblaci¨®n de la ciudad como tal ha disminuido en m¨¢s de un 30%, hasta situarse en apenas medio mill¨®n de habitantes. Pero el ¨¢rea metropolitana se ha doblado: 3,7 millones. Hace 25 a?os, el 75% de la poblaci¨®n de Dallas era blanca; ahora no llega al 50%, y la presencia hispana progresa, aunque con lentitud, sin amenazar a¨²n la supremac¨ªa social y econ¨®mica de la comunidad dominante. JR y lo que ¨¦l significa son blancos.
El dinero del petr¨®leo ya no fluye a todo gas. La ca¨ªda de los precios fulmin¨® o recort¨® algunas grandes fortunas de la ciudad. Pero, como en otros lugares del Estado de la Estrella Solitaria, la crisis se ha ido remontando, aunque la nueva prosperidad sea menos estruendosa y huela m¨¢s a alta tecnolog¨ªa que a oro negro. El acelerador de part¨ªculas que se instalar¨¢ pr¨®ximamente en Tejas, con inversiones billonarias, es un buen ejemplo.
La herida del magnicidio est¨¢ ya casi cerrada en Dallas y el 252 aniversario puede cauterizarla por completo. Pero los turistas seguir¨¢n llegando, probablemente atra¨ªdos por el morbo, y continuar¨¢n apuntando con los brazos al lugar en que estaban la v¨ªctima y el asesino.
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