La colecci¨®n Phillips, historia del arte, contempor¨¢neo
La muestra se inaugura hoy en el Centro Reina Sof¨ªa de Madrid
El Centro de Arte Reina Sof¨ªa presenta a partir de hoy y hasta el 15 de febrero la exposici¨®n de las obras maestras de la colecci¨®n Phillips, de Washington, una de las m¨¢s importantes colecciones privadas de Estados Unidos. Los cuadros forman parte de la historia del arte contempor¨¢neo, con firmas como Renoir, El Greco, C¨¦zanne, Van Gogh, Picasso, Manet, Seurat, Monet, Rousseau, Kandinsky, Gris, Modigliani, Mondrian, Braque, Klee, Bacon, Morandi, Mir¨® y Rothko. Duncan Clinch Phillips inici¨® la colecci¨®n a principios de siglo, y se abri¨® al p¨²blico en 1921. Sus fondos est¨¢n formados por m¨¢s de 2.000 obras, de las cuales se ha seleccionado casi un centenar para una muestra itinerante, que antes de Espa?a ha visitado Australia, el Reino Unido y la Rep¨²blica Federal de Alemania.
Mucho mejor de lo que era previsible esperar, las 84 obras de la colecci¨®n Phillips han aguantado el traslado de la casa se?orial, convertida en museo, de donde proceden, a las salas del Reina Sof¨ªa. Es evidente que si la selecci¨®n de los cuadros hubiese sido hecha en funci¨®n de las posibilidades de nuestro Centro de Arte, el efecto global habr¨ªa mejorado; pero no hemos sido nosotros los ¨²nicos en alquilar temporalmente la colecci¨®n, que, previamente, ha sido exhibida en tres lugares de Australia y dos de Europa, y, tampoco nos ha correspondido elegir qu¨¦ piezas, desde un punto de vista cr¨ªtico, podr¨ªan constituir el argumento vertebral que representase el esp¨ªritu art¨ªstico de la colecci¨®n Phillips.De todas formas, en modo alguno estas precisiones pretenden descalificar lo aportado en esta empresa, que nos trae obras mayoritariamente relacionadas con el arte de vanguardia de nuestro siglo. En este sentido, que se comience con un cuadro de El Greco -Las l¨¢grimas de san Pedro (c. 1600)-, a, pesar de ser una obra no s¨®lo importante sino, por su pedigr¨ª, llena de melanc¨®licas connotaciones, no deja de ser una extravagancia.
No resultan, sin embargo, tan chocantes las obras hist¨®ricassituadas en la sala siguiente, donde cuelgan cuadros del siglo XIX franc¨¦s, flanqueados por un Chardin, cuyo Frutero con ciruelas (c. 1728), a pesar de pertenecer al XVIII, encaja a la perfecci¨®n con el esp¨ªritu de la naturaleza muerta moderna y, en especial, con las de C¨¦zanne, del que, unos pasos m¨¢s all¨¢, hay tres obras. En esta primera sala del XIX, la deslumbrante presencia de la marina de G. Courbet titulada El Mediterr¨¢neo (1875) llena todo el espacio con la solidez y la tensi¨®n de las obras maestras. La secuencia de Delacroix, Ingres, Daumier, Corot, Manet y Puvis de Chavanne, acompa?a m¨¢s que decorosamente, incluso siendo desigual la envergadura de la representaci¨®n de cada uno de los citados el brillo de esa pieza excepcional.
Ahora bien, por buenas que sean algunas de estas obras ?c¨®mo compararlas, con los tres Klee, el Gris, el Schwitters, el Mir¨® y, sobre todo, con los dos Mondrian, uno de los cuales est¨¢ enfrentado con un Matisse, mientras que el otro, el sublime Pintura n? 9 (1939-1942), ocupa en solitario el altar de la capilla que corona el eje transversal?
En realidad, despu¨¦s de esta impresi¨®n cuesta trabajo continuar, temiendo otra decepci¨®n que inevitablemente se produce aunque, seguramente para no amargar el final, se nos reserva a¨²n un par de sorpresas: un fant¨¢stico Philip Guston -El regreso del nativo (1957)- y los Rothko, dos momentos de subida de tensi¨®n art¨ªstica a los que no estorban el Stella y el Morandi.
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