Elecciones en el club
La tarde era invernal, pero tibia. Los altos ventanales de la Real Academia Espa?ola, el selecto club de la calle de Felipe IV, 4, derrochaban luz erudita.C¨¦sar, el ujier cojo de la instituci¨®n, segu¨ªa haciendo valer su autoridad. Por encima de eventos, elecciones, directores que vienen y van, ¨¦l sabe hacer ver como nadie a los no acad¨¦micos cu¨¢l es la puerta de servicio que deben emplear para penetrar en la casa. Ver a C¨¦sar enfundado en su uniforme, acudiendo sol¨ªcito a los timbrazos de sus se?or¨ªas y disuadiendo a los periodistas de que no lleven m¨¢s all¨¢ de lo conveniente su insaciable curiosidad, es ver que al menos hay formas que se mantienen pese al viento de secularizaci¨®n y al relajo de las costumbres que arrasa los antiguos salones.
Ayer, 15 minutos antes de la hora prevista para la deliberaci¨®n final, los acad¨¦micos depart¨ªan amigablemente en un sal¨®n espacioso y sobrio. Era gozoso verles dar cuenta de su tentempi¨¦, un piscolabis antes de la elecci¨®n de su m¨¢xima cabeza. Parec¨ªa un guateque de promoci¨®n. Hombres duchos en la lengua, de sonrisa afable, encorbatados, contenidos. Manuel Alvar y Fernando L¨¢zaro Carreter, en aquel momento s¨®lo cabezas favoritas, manten¨ªan las distancias amables, rodeados de sus pares.
Fernando L¨¢zaro Carreter rechaz¨® tajantemente, antes de comenzar el debate final, cualquier tipo de declaraci¨®n. "?Qu¨¦ le pedir¨ªa al nuevo director de la Academia?", se atrevi¨® a proponerle un incauto. "No pienso decir una sola palabra al respecto". Y se despidi¨® con firme cordialidad. Era el tono general.
Babelia
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