Nueve sinfon¨ªas para un hombre solo
Si alguna consecuencia ha de extraerse de: la marat¨®n musical celebrada el domingo en el Royal Festival Hall londinense, en el que el director Lorin Maazel interpret¨® las nueve sinfon¨ªas de Ludwig van Beethoven con tres conjuntos sinf¨®nicos de la capital brit¨¢nica, ¨¦sta ser¨ªa el refrendo de la categor¨ªa musical de este peculiar maestro, un director para el que los conciertos al uso "se han vuelto demasiado simples", en afortunada expresi¨®n de un cr¨ªtico local.En la jornada hubo dos triunfadores, uno previsible y otro que se jugaba mucho en el envite: el primero era, naturalmente, Beethoven, el otro jugador, ganador doble de la partida, era el citado Maazel, si bien el remate de su espectacular partida se vio parcialmente emborronado por una actuaci¨®n al borde de lo lamentable de uno de los m¨¢s prestigiosos conjuntos orquestales brit¨¢nicos, la Sinf¨®nica de Londres.
Lorin Maazel
Sinfon¨ªas de Ludwig van Beethoven.Royal Philarmonic Orchestra. Orquesta Filarmon¨ªa. Sinf¨®nica de Londres. Royal Festival Hall. Londres, 4 de diciembre.
El d¨ªa empez¨® con los mejores auspicios cuando, rebasadas las diez de la ma?ana, Maazel comand¨® notables realizaciones de las dos primeras sinfon¨ªas con la Royal Philharmonic Orchestra: sentido del humor, entonaci¨®n cuidada hasta el microscopio, elegancia y hasta cierta latente iron¨ªa fueron las virtudes.
La relaci¨®n de Maazel con los instrumentistas de esta primera orquesta fue irreprochable.
Al mediod¨ªa, la entrada en escena de la Orquesta Filarmon¨ªa, uno de los m¨¢s veteranos conjuntos londinenses, elevaba el nivel de la ejecuci¨®n, adem¨¢s de significar un cuantioso aumento en la plantilla desplegada en las dos primeras horas.
Llegan los problemas
Pasada la hora de comer comenzaron los problemas de Maazel con la Sinf¨®nica de Londres. Las interpretaciones de las sinfon¨ªas Cuarta y Quinta no pasaron de lo irrelevante, en el caso de la primera, y de lo bien intencionado, en el de la segunda. Las sutilezas de la lectura de Maazel se vieron perjudicadas por un tratamiento t¨¦cnicamente inseguro de sus instrumentistas. Pese a estas reservas, en este momento del d¨ªa el p¨²blico estaba ya electrizado por un maestro que no iba a utilizar partitura en toda la jornada y que pod¨ªa apuntar de memoria, como sus infinitas indicaciones de entradas demostraban, todos los detalles de los pentagramas.Es probable que el m¨¢ximo momento de gloria musical llegara alrededor de las siete de la tarde, cuando la Filarmon¨ªa retorn¨® de nuevo al escenario y tradujo para Maazel de manera inolvidable las sinfon¨ªas Pastoral y S¨¦ptima.
Cuando cerca de las nueve de la noche: se iniciaba el ¨²ltimo concierto, con las sinfon¨ªas Octava y Novena, era l¨®gico esperar un final en punta. De nuevo actuaba la Sinf¨®nica de Londres, acompa?ada por su propio coro. Al comenzar la Novena, en re menor, el sonido de la Sinf¨®nica de Londres segu¨ªa siendo confuso, carente de claridad, y con determinados desajustes r¨ªtmicos. En el adagio, la situaci¨®n empeor¨® y provoc¨® una inesperada reacci¨®n de Maazel, que peg¨® una tremenda patada en la tarima a la vez que gritaba: "God!" (?Dios!). En el finale se borde¨® la cat¨¢strofe: el contrafagot y el grupo de fagotes se perdieron; al abrir la marcha que entona el tenor, Maazel reinici¨® la secuencia marcando a los solistas de madera a batutazo limpio, a golpe de primera parte de comp¨¢s, y a partir de ah¨ª procedi¨® a marcar did¨¢cticamente, dibujando hasta la exageraci¨®n los compases a tres y a cuatro, cada vez con mayor rabia. El enfado de Maazel casi transform¨® la Novena, que no termin¨® como Himno a la alegr¨ªa, sino como arrebato preexpresionista. En el mismo acorde conclusivo, Maazel se baj¨® del podio, y ante un p¨²blico a la vez entusiasmado y anonadado abandon¨® el escenario dando la espalda a los m¨²sicos. S¨®lo las ovaciones insistentes le hicieron salir dos veces a escena, durante las cuales hizo levantar al coro, al que aplaudi¨® ¨¦l mismo, y salud¨® cort¨¦smente a los solistas, para abandonar con cara de perro el escenario en medio de una orquesta con expresiones que iban de lo cariacontecido a lo molesto.
Pese al desastre de la Novena, quien sale reforzado de toda esta prueba singular en el inefable Lorin Maazel: con ¨¦l se ha demostrado que lo que pudo ser una parodia circense ten¨ªa calidad y entidad como para erigirse en fecha digna de recuerdo.
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