Un golfo con suerte
Toda su vida fue un golfo con suerte. No, no vayas a pensar que es cosa de ahora. Ya cuando empez¨® a trabajar de engrasador en las cocheras que ten¨ªa Renfe en Pr¨ªncipe P¨ªo, har¨¢ cosa de 70 a?os, era igual: exagerado, fanfarr¨®n, con la salud de un potro. Mi abuela contaba que los domingos la esperaba a la salida de la misa en San Francisco el Grande y le dec¨ªa "Qu¨¦, Luc¨ªa, ?vamos a toma unos bu?uelitos al Campo de Moro? Es para abrir boca para esta tarde". Y despu¨¦s, entre risitas, a?ad¨ªa: "No sabes t¨² lo que eran los bu?uelitos para tu abuelo, el muy golfo".Siempre igual. No, hombre, que no, que no tiene arreglo. A mi padre, que en paz descanse, le llamaba resabiao. Dec¨ªa que era un resabiao porque hab¨ªa salido a un t¨ªo su, o, hermano de mi abuela con el que se llevaba a matar, porque cuando lo de la huelga de 1956 se puso en la Standard con la patronal y le ascendieron. No, no es que ¨¦l tenga ideas pol¨ªticas muy claras, es que es un golfo, y la gente seria siempre le ha ca¨ªdo mal. Mira c¨®mo ser¨¢ que durante la guerra civil se march¨® de Madrid a un pueblo de la provincia de Toledo, ya cuando las cosas estaban muy mal.
Pues all¨ª se las agenci¨® para enrollarse al cura, que ten¨ªa dos sobrinas, o lo que fueran, con ¨¦l. Pues all¨ª estuvo cuidado y regalado por Luc¨ªa y, las dos sobrinas, hasta que Franco entr¨® en Madrid, adonde regres¨® como caballero mutilado de guerra porque se hab¨ªa roto una pierna corriendo detr¨¢s de la tal Faustina, la sobrina m¨¢s joven del cura.
-?Melchor, dos ca?as.
Y se la trajo a Madrid a la tal Faustina y la busc¨® una porter¨ªa, ah¨ª, por Lavapi¨¦s, por la calle del Amparo, me parece. No, si ya te digo. Un golfo. Un golfo con suerte. ?Mira que manda huevos! Me acuerdo perfectamente, pero perfectamente. Tendr¨ªa yo unos 10 o 12 a?os. Muchos s¨¢bados por la ma?ana, cuando ¨¦l libraba, nos acerc¨¢bamos hasta la calle del Amparo y entraba all¨ª por todo el morro con el marido de la Faustina en casa y todo, que ¨¦ste s¨ª que era mutilado, pero de verdad, que le faltaba una pierna. Pues all¨ª se estaba repantigado, tomando chatitos de vino y tejiendo con sobreentendidos su cita semanal.
A m¨ª me divert¨ªa aquella casa. Me acuerdo que entraba el cartero y se pon¨ªa a gritar los nombres de la gente. Entonces, Sim¨®n Bueno, que as¨ª se llamaba el marido, dec¨ªa siempre: "'?Faustina, el correo!". Como si no bastaran los gritos del funcionario.
Caso perdido
En fin, un caso perdido. Mi padre, que fue el ¨²nico hijo que tuvo, aparte de los cuatro que tuvo la Faustina, que vete t¨² a saber de qui¨¦n ser¨ªan. Mi padre y ¨¦l nunca se quisieron. Nunca. Hombre, de ni?o supongo que s¨ª. Pero a mi padre le dio por el estudio, por hacerse perito, y eso al abuelo siempre le pareci¨® una p¨¦rdida de tiempo. Y luego lo del t¨ªo Ram¨®n, el de Standard.
-?Melchor, dos ca?as!
Lo peor empez¨® cuando dej¨® de trabajar. Al principio, muy bien, mientras vivi¨® la abuela y viv¨ªan en su pisito de Antonio L¨®pez. Pero luego tuve que tra¨¦rmelo aqu¨ª, y ya sabes lo que es San Blas, pues esto, bares y cemento. Aqu¨ª fue donde se remat¨® del todo. Del todo. No, no te r¨ªas, joder, que es muy serio. Ya sabes c¨®mo es Matilde, que no es por faltar, pero no le cabe un gramo de an¨ªs por el culo, y c¨®mo me tiene a los ni?os, a Ra¨²l y a la F¨¢tima, que parecen los hijos de la Preysler. S¨ª, hombre, s¨ª, Gregorio, que yo s¨¦ lo que piensa todo el mundo: encima de pobres, gilipollas. Y tienen raz¨®n, Gregorio, tienen raz¨®n, ?y qu¨¦? Es as¨ª, y punto.
Pues aqu¨ª el abuelo se remat¨®. No soporta la casa, ni a la Matilde, ni a los ni?os. Y empez¨® de bares. Un chatito aqu¨ª, otro chatito all¨ª..., y eso. Pero eso hubiera sido nada si no es por las putas maquinitas, que hab¨ªa que quemarlas todas, todas. ?Se adiccion¨®, Gregorio, se adiccion¨®!
Cuesti¨®n de 'pasta'
Oye, ¨¦l tiene su pensi¨®n y sus ahorros. Su libreta. Y eso para m¨ª, t¨² lo sabes, es sagrado. Nunca he tocado un duro de su dinero. ?Es muy libre de hacer con su dinero lo que le d¨¦ la gana, lo que le d¨¦ la gana, Gregorio! Pero se adiccion¨®. Se adiccion¨® como un perdido. Aqu¨ª mismo, delante de las narices del Melchor, lleg¨® a pulirse 10.000 pesetas en un par de horas. Y as¨ª un d¨ªa y otro. Muchos d¨ªas no volv¨ªa a casa ni a comer. Se iba hasta el centro recorriendo todos los bares, de maquinita en maquinita y, claro, eso supone tambi¨¦n preocupaci¨®n, Gregorio, preocupaci¨®n porque son 93 a?os, Gregorio, 93. As¨ª que tom¨¦ la determinaci¨®n y ya est¨¢. Ya est¨¢, pero el que se va a volver loco ahora soy yo.
-?Melchor, dos ca?as!
Tuve que hacerlo, Gregorio. Porque el muy golfo va y acierta cinco en la loto de hace dos meses. Medio kilito del ala que iba a caer sin remedio dentro de esas hojas de lata con m¨²sica. As¨ª que tom¨¦ la determinaci¨®n y, claro, como el que fue a cobrarla fui yo, pues tom¨¦ la determinaci¨®n. Le he comprado una maquinita, Gregorio. Se la he comprado y se la he puesto en su habitaci¨®n, en el sitio de la mesita de noche. Se la compr¨¦ al Melchor, la otra que ten¨ªa, la vieja. Oye, y el muy golfo est¨¢ tan contento. Ya no sale de casa, Gregorio, pero soy yo quien acabar¨¢ march¨¢ndose. Bueno, la Matilde ya me ha dicho que si en un mes no lo arreglo se va. Vamos, que se me va. ?T¨² sabes lo que es esa musiquita a las cinco de la ma?ana? Y eso que se la pusimos al m¨ªnimo. Al m¨ªnimo, oye. Pero se ve que no le gustaba y la sube. No s¨¦ c¨®mo lo hace, pero la sube.
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