El primer convoy de ayuda sovi¨¦tica rompe el cerco de la capital afgana
El primer convoy con v¨ªveres desde que las tropas sovi¨¦ticas abandonaron Afganist¨¢n el pasado 15 de febrero lleg¨® ayer, procedente de Jairaton (en la URSS), a Kabul, asediado por la guerrilla isl¨¢mica. De los 600 veh¨ªculos, unos 200 eran camiones cisterna cargados de gasolina. La vida estaba pr¨¢cticamente paralizada en la ciudad por la angustiosa falta de combustible.Las primeras unidades del convoy comenzaron a llegar el s¨¢bado por la noche, custodiadas por numerosos veh¨ªculos militares, carros de combate, aviones y helic¨®pteros. El viaje comenz¨® hace 16 d¨ªas, pero la nieve y los ataques de la guerrilla frenaron su marcha en varias ocasiones.
Los hombres de Gulbudin Heokmatiar, el dirigente m¨¢s radical de la resistencia isl¨¢mica, que ocupaban las monta?as de Sakardara, al oeste de la capital, sostuvieron, mientras el convoy entraba en Kabul, un intenso fuego cruzado con las fuerzas gubernamentales.
Los ca?onazos no impidieron las escenas de alegr¨ªa entre los conductores y sus familiares y amigos que se hab¨ªan acercado a Chambara, puesto militar a cinco kil¨®metros de Kabul. Abrazos y saludos pusieron fin a la misi¨®n, efectuada exclusivamente por afganos. El avance de los camiones contrastaba con la lenta marcha de ni?os, mujeres y ancianos, cargados con mantas que para muchos han sido la ¨²nica fuente de calor para hacer frente al crudo invierno.
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Najibul¨¢ pide la mediaci¨®n de las Naciones Unidas
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Unos 3.700 afgan¨ªes a la semana (1.850 pesetas) es el salario de estos hombres por su aventura. Bien es cierto que, adem¨¢s de cobrar esta suma, el doble del salario medio de un obrero, existen otras compensaciones. Harina, az¨²car, carne, leche y otros productos b¨¢sicos, al igual que la gasolina, cuyos precios se han disparado y que, a pesar de ello, son muy dif¨ªciles de encontrar, pueden comprarse a su precio de coste mientras se carga en la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Las cabinas de los camiones vienen atestadas de sacos y peque?os bidones. El conductor tiene el espacio justo para realizar su trabajo. Durante los d¨ªas del trayecto, la cabina ha sido su ¨²nica casa, y su contenido, su m¨¢s preciado tesoro.
Abdul Wahir, jefe del convoy, me asegur¨® que 13 camiones ardieron a consecuencia de los ataques de los muyahidin en Nou Pola, a unos 45 kil¨®metros de Kabul. Aunque Wahir dijo no saber cu¨¢l era el grupo guerrillero atacante, se supone que fue el del comandante Ahmed Shah Masud, que con frecuencia corta la carretera de Salang, que une Kabul con la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Wahir, de 43 a?os, no tiene miedo. Hace cinco a?os que realiza este tipo de viajes, y nunca ha sido herido, aunque lamenta la p¨¦rdida de muchos de sus compa?eros. S¨®lo un conductor del convoy llegado ayer result¨® herido.
El presidente Najibul¨¢ pidi¨® ayuda a la ONU para la preparaci¨®n del abastecimiento de ese convoy, pero no ha podido confirmarse la participaci¨®n de la organizaci¨®n internacional en la operaci¨®n. Ante la situaci¨®n desesperada que atraviesa la capital, Najibul¨¢ hizo d¨ªas atr¨¢s un llamamiento a los rebeldes para llegar a un pacto sobre el suministro de v¨ªveres a la poblaci¨®n. El presidente manifest¨® su disposici¨®n a compartir la ayuda humanitaria con la guerrilla, siempre y cuando ¨¦sta se comprometiese a no atacar ning¨²n cami¨®n, para evitar el desperdicio de la mercanc¨ªa.
En una entrevista publicada el s¨¢bado por el semanario Noticias de Afganist¨¢n, Najibul¨¢ insisti¨® en la importancia del papel de las Naciones Unidas, tanto como mediadora en el conflicto como por la posibilidad de "ayudar al pueblo afgano y a la ciudad de Kabul".
En una velada referencia a su disposici¨®n a compartir los v¨ªveres de la ONU con la guerrilla, el dirigente comunista expres¨® su esperanza en que "desaparezcan todos los obst¨¢culos" para que el programa de asistencia de la ONU llegue a las "diferentes partes del pa¨ªs".
El dram¨¢tico llamamiento a la comunidad internacional es consecuencia de la agon¨ªa de Kabul, en donde s¨®lo los especuladores sacan provecho. La mayor¨ªa de los kabul¨ªes piensa tambi¨¦n que, despu¨¦s de haber sufrido una guerra que ha sido el reflejo del enfrentamiento entre las dos superpotencias, la comunidad internacional debe ayudar a alcanzar la paz y hacer m¨¢s llevaderos estos tiempos dif¨ªciles.
Un taxi caro
Un ejemplo de la angustia que vive la ciudad fue mi experiencia junto a dos periodistas japoneses. Para recorrer la escasa distancia que separa el hotel del lugar por donde llegaba el convoy tuvimos que esperar casi una hora, en la que pasaron tres taxis que dijeron no tener bastante gasolina para ir y volver. El cuarto acept¨® el viaje, pero al precio de 250 d¨®lares (cerca de 30.000 pesetas) por los 25 kil¨®metros de recorrido y una hora de servicio. Y eso gracias a que un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores se enfrent¨® con el taxista para que ¨¦ste rebajara su pretensi¨®n inicial: 500 d¨®lares.
"?Cu¨¢nto tiempo vamos a aguantar as¨ª?", preguntaba Abdul Asis, un oficial de vuelo de las l¨ªneas a¨¦reas de Afganist¨¢n, Ariana en el trayecto de Nueva Delhi a Kabul. "Mi padre enferm¨® el otro d¨ªa muy enfermo y no encontr¨¦ un taxi que quisiera llevarlo al hospital", dijo. "Tuve que recurrir a un amigo y comprar cinco litros de gasolina en el mercado negro por 15 d¨®lares. Esa cantidad es la que gana un obrero para mantener a su fimilia durante una semana".
Asis, ingeniero de Ariana, confiesa su cansancio por una guerra que no comprende. No tiene reparo en decir que es miembro del Partido Popular Democr¨¢tico de Afganist¨¢n (PDPA, comunista), pero tampoco que envi¨® a su hijo a Nueva Delhi, porque no quiere que vaya a la guerra.
Esta contradicci¨®n la vive el pueblo afgano f¨ªsica y espiritualmente. Las calles de Kabul est¨¢n llenas de mujeres, unas ocultas bajo el burka (una especie de fald¨®n que cae desde la cabeza con peque?¨ªsimos agujeros bordados a la altura de los ojos), otras con faldas cortas y un cierto sentido de la moda, como en cualquier pa¨ªs del Este de Europa.
"No pueden atacar Kabul. Los mayahidin y nosotros somos una misma familia y creemos en un mismo dios. Si atacan Kabul ya no quedar¨¢ nada, porque el pa¨ªs est¨¢ todo destruido", dice Asis.
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