Invertir en Espa?a
LAS RECIENTES operaciones del grupo KIO en Espa?a han puesto de manifiesto que algunas inversiones extranjeras de car¨¢cter financiero merecen ser seguidas con especial atenci¨®n por las autoridades, pues en determinados casos pueden interferir el funcionamiento de los mecanismos de transmisi¨®n de la pol¨ªtica monetaria. Tal es el caso de la compra masiva de t¨ªtulos bancarios: en general, las autoridades monetarias de los pa¨ªses occidentales han puesto l¨ªmites a este tipo de adquisiciones por pensar que el control de los bancos debe permanecer en manos nacionales. En Espa?a, una reciente ley obliga a dar publicidad a las adquisiciones de paquetes de acciones bancarias que representen m¨¢s del 5% del capital en estas entidades y somete a autorizaci¨®n las compras que superen el 15%. Se trata de una medida similar a las que rigen en algunos de los pa¨ªses de la Comunidad Europea (CE), aunque es dudoso que pueda mantenerse m¨¢s all¨¢ de 1992 para los ciudadanos de la Comunidad.Las autoridades espa?olas han tomado conciencia de estos problemas s¨®lo muy recientemente y para algunos sectores delimitados, como puede ser el bancario o el de la defensa. Sin embargo, algunas inversiones en Espa?a plantean una duda fundamental en cuanto a la utilidad de las mismas, especialmente cuando -como resultado de estas inversiones- se practican reestructuraciones de sectores de nuestra industria. Puede plantearse entonces un conflicto entre la rentabilidad financiera a corto plazo de las operaciones y los intereses industriales a medio y largo plazo de nuestro pa¨ªs. Tal es el caso de la industria de fertilizantes: exist¨ªa un plan de reestructuraci¨®n de la industria qu¨ªmica; tras la toma de control de ERT por la sociedad Cros, orquestada por los representantes del grupo KIO en Espa?a, se ha llevado a la pr¨¢ctica otro plan sin que nadie se haya molestado en explicar si el antiguo era malo y el nuevo es bueno. Se trata de un problema en el que est¨¢n en juego muchos miles de puestos de trabajo y muchos miles de millones de pesetas de dinero p¨²blico si la operaci¨®n fracasa.
En realidad la cuesti¨®n es m¨¢s general y afecta tambi¨¦n, de una u otra manera, a otros pa¨ªses. Los casos de Boesky y Milken en Estados Unidos han llamado la atenci¨®n sobre la gigantesca reestructuraci¨®n empresarial a la que se ha procedido en aquel pa¨ªs a partir de operaciones h¨¢bilmente ejecutadas en la bolsa y cuya racionalidad habr¨ªa que buscar en consideraciones financieras m¨¢s que en las propias circunstancias productivas de la empresa. Dejando a un lado la legalidad discutible de algunas de esas operaciones, el debate que se ha abierto en EE UU afecta a la esencia misma del proceso, es decir, a la utilidad o no para la econom¨ªa norteamericana de la recomposici¨®n que ha tenido lugar en los ¨²ltimos a?os. Y aunque se trata de una cuesti¨®n abierta, las primeras impresiones no son muy favorables, pues la econom¨ªa norteamericana contin¨²a perdiendo posiciones en el terreno de las nuevas tecnolog¨ªas y no consigue resolver el problema del d¨¦ficit exterior. La comparaci¨®n con Jap¨®n, donde han prevalecido desde siempre los intereses industriales a largo plazo sobre los financieros a corto, es bastante ilustrativa. En cualquier caso se trata de un debate de gran significaci¨®n que en nuestro pa¨ªs no parece preocupar a casi nadie.
Estas consideraciones no deben llevar de modo alguno a la conclusi¨®n de que la inversi¨®n extranjera no es deseable en Espa?a. El desarrollo de nuestro pa¨ªs depende en buena medida de la misma y no hay raz¨®n, salvo un nacionalismo trasnochado e incompatible con la Europa de 1992, para rechazarla. Pero entre las inversiones industriales de empresas solventes realizadas sobre la base de una estrategia industrial a largo plazo y las inversiones especulativas que buscan una rentabilidad inmediata hay una diferencia sustancial que debe ser tenida en cuenta, m¨¢xime cuando estas ¨²ltimas implican reestructuraciones profundas en algunos sectores de la industria. De lo que se trata no es de prohibir la circulaci¨®n de capitales, sino, simplemente, de que alguien vigile las l¨ªneas generales de su evoluci¨®n para que no nos despertemos una ma?ana en medio de un caos irremediable.
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