El eterno radical
Bob Dylan se ha pasado los 48 a?os de su vida caminando en direcci¨®n contraria. Con el transcurso del tiempo, ha desarrollado un proceso de interiorizaci¨®n y austeridad, radicalizando sus planteamientos a base de intentar desesperadamente recuperar la esencia del tiempo pasado. Al margen de las leyes del mercado, un Dylan cada d¨ªa m¨¢s herm¨¦tico, inaccesible y vital, ha situado la se?al de direcci¨®n prohibida en el mismo lugar por donde la mayor¨ªa de los m¨²sicos, no solo los supervivientes de su generaci¨®n, circulan libre y alocadamente en pos del ¨¦xito popular.El concierto que ofreci¨® en Madrid fue signicativo del momento por el que atraviesa actualmente el cantante norteamericano. Como un perseguidor de tiempos perdidos y siempre recuperados, el Dylan de hoy no existe y su vigencia es la de sus canciones siempre vivas en la memoria popular. Temas como Song to Woody, The times they are a-changin', Mr. Tambourine man, High way 61 revisited, Like a rolling stone y All along the watchtower fueron interpretados con tremenda dureza, sin arreglos elaborados, entre la sonrisa y la mirada furtiva. Como si se tratara de la ¨²ltima opprtunidad, Dylan los cant¨® con fugacidad imprevisible, recreando canciones imperecederas como si fueran nuevas y con una tensi¨®n inusual.
Bob Dylan
Edie Brickeil and the New BohemiansBob Dylan (voz, guitarra, arm¨®nica), George Edward Smith (guitarra, coros), Christopher Andrew Parker (bater¨ªa), Anthony Martin Garnier (bajo). Palacio de Deportes de la Comunidad. Madrid, 15 de junio.
Empe?ado en mantenerse encerrado en su propia inc¨®gnita, cualquier intento de acercamiento personal a Dylan resulta imposible. En su concierto de Madrid, fue como una sombra entre la penumbra, ¨²nicamente apreciable como int¨¦rprete capaz de comunicar la intimidad inalcanzable. Entre canci¨®n y canci¨®n, una oscuridad total se abat¨ªa sobre el escenario, impidiendo observar a un Dylan fuera de su contexto interpretativo, conocer sus reacciones como persona y limar el distanciamiento. No pronunci¨® una sola palabra al margen de sus canciones y las luces marginaron del centro de atenci¨®n a la estrella, manteniendo su figura en una semioscuridad misteriosa y enigm¨¢tica.
Canciones iniciadas casi por sorpresa, desarrollos imprevisibles y, para terminar, una simple mirada de reojo a su derecha, donde el guitarrista George Edward Smith recog¨ªa atento la se?al, traduci¨¦ndola en compases para ordenar el caos. Esta sensaci¨®n de espontaneidad, de improvisaci¨®n total y ausencia de planteamientos previos marc¨® la diferencia del recital de Bob Dylan respecto a los macroconciertos habituales.
En la sorprendente austeridad del cantante, su concepci¨®n de la condici¨®n de estrella y su capacidad de convertir la displicencia en emoci¨®n, sustent¨® Dylan su ¨¦xito en Madrid, donde consigui¨® momentos particularmente brillantes. Con su guitarra ac¨²stica, la interpretaci¨®n de Mr. Tambourine man fue excelente, as¨ª como su version de Knocking on heaven's door, con una lograda fusi¨®n de ambientes ac¨²stico y el¨¦ctrico. Like a rolling stone marc¨® la soledad del solitario y con The times they are a-changin' reafirm¨® su permanente condici¨®n de artista entre la marginaci¨®n y el privilegio, entre la protesta y el establecimiento, proporcionando l¨®gica al contrasentido.
El planteamiento duro, ¨¢spero y sin concesiones del cantante soport¨® mejor los problemas de sonido que Edie Brickell and the New Bohemians, el grupo que represent¨® el dif¨ªcil papel de telonero. Procedentes de Tejas (Estados Unidos) y con cierta originalidad en sus composiciones, escuchar a Edie Brickell y sus acompa?antes en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid fue como asistir a un ensayo general con mal sonido. Imposible individualizar el trabajo de cada uno de los cinco m¨²sicos que acompa?aron a Edie Brickell, que demostr¨® encanto e inocencia en unas canciones de cierto inter¨¦s mel¨®dico, defendidas con una voz convincente y atractiva por su sencillez.
Estos problemas, apenas afectaron la actuaci¨®n de Bob Dylan, con un espectro sonoro totalmente diferente. La labor de los m¨²sicos se mantuvo en todo momento excelente y sobria, adecuada a las necesidades y pendiente con mimo de las exigencias de un an¨¢rquico l¨ªder, imprevisible en cada instante e imposible de adivinar en sus caprichos inmediatos.
A expensas de su humor moment¨¢neo, el p¨²blico que casi llen¨® el recinto acogi¨® con inter¨¦s y emoci¨®n la magn¨ªfica selecci¨®n de repertorio que Dylan escogi¨® para Madrid. Cuando hab¨ªan transcurrido sesenta minutos en los que el m¨²sico se hab¨ªamostrado en¨¦rgicamente el¨¦ctrico, dulcemente ac¨²stico y recordando en algunas canciones el ambiente logrado en su ¨¦poca con The Band, el cantante desapareci¨® del escenario como una exalaci¨®n, tras haber interpretado Like a rolling stone. Pocos segundos despu¨¦s, reapareci¨® para ofrecer otras dos excelentes versiones de temas cl¨¢sicos. Era el final. Setenta y cinco minutos en total, que al p¨²blico le supo a muy poco. El concierto finaliz¨® en altercado entre el servicio de orden y los m¨¢s descontentos, que exig¨ªan la reaparici¨®n de un Dylan fiel a su intransigencia, taca?o, puro e inalcanzable, dispuesto a mantener su intimidad permanente. A no desvelar por un momento m¨¢s el misterio de un eterno radical.
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