El 'blues del autob¨²s'
Padezco una invencible fobia a los aviones, as¨ª que me he labrado en el asfalto un convincente historial de colisiones y fracturas. Los peligros de la carretera no han reducido mi apego a la tierra. Esta fijaci¨®n terrena me exige gestas heroicas, intr¨¦pidas decisiones que me obligan a dejar parte de mis anhelos por un billete de autob¨²s y cinco amenazantes horas por la N-1.La ¨²ltima renuncia sublime coincidi¨® con la etapa de Alpe d'Huez. All¨ª ten¨ªa depositado mi coraz¨®n y mi ¨¢nimo. Con Perico. Pero las compa?¨ªas de autobuses no entienden de demoras rom¨¢nticas. El coloso motorizado sali¨® puntual y veloz de la estaci¨®n, con este pasajero atribulado por la suerte de? campe¨®n y los comentarios de Tamargo.
Estas expediciones mesetarias acostumbran a dotarse de una atm¨®sfera colorista y abigarrada, un pandemonio de furrieles, ni?os lastimeros, madres facundas y trashumantes vocacionales. Esta vez el viaje tuvo el car¨¢cter extravagantes de los sucesos irrepetibles. De repente la radio comenz¨® a tronar las fren¨¦ticas peroratas de los enviados especiales al Tour y, tambi¨¦n de repente, el pasaje se sumi¨® en una quietud solemne, el silencio sagrado que exige un concierto de Rostropovich o las mejores escenas de Hitchcok.
Ansiedad
En realidad la catalepsia comunitaria era deudora del mejor Hitchcock. Las legendarias curvas numeradas de Alpe d'Huez comenzaron a desgranarse en nuestro est¨®mago con la misma ansiedad angustiosa que provocaban las peripecias finales de Cary Grant en Con la muerte en los talones. Y siguiendo los designios del maestro ingl¨¦s, la escalada de ansiedad y temor crec¨ªa con el lento descuento de aquellos recodos alpinos, entregados como est¨¢bamos al deseo de una embestida incontenible de Perico. Nada parec¨ªa moverse en el autob¨²s, como no fueran los dedos nerviosos de los poseedores de las radios de bolsillo, en busca de mejores pron¨®sticos en tal o cual emisora.
La fractura de nuestros sue?os se consum¨® con el ataque de Fignon, una afrenta que s¨®lo mereci¨® el juramento contenido de un adolescente de mirada airada. Los dem¨¢s quedamos sobrepasados por la magnitud de golpe, pregunt¨¢ndonos por la suerte de nuestro h¨¦roe. Fue el nuestro un momento de debilidad innoble, del que nos rescat¨®, en un s¨²bito despertar de gritos y ¨¢nimos encendidos, el contragolpe de Perico. Aquellos instantes memorables no impidieron la certidumbre de la derrota final del campe¨®n. Y con ¨¦l, todos quedamos derrotados en nuestros asientos, envueltos en un silencio decepcionante, buscando en la llanura castellana el perfil imposible de un puerto largo y tortuoso, un puerto construido entre todos para Perico.
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