Por ejemplo, la pena de muerte
Entre las instituciones que no decaen y que cada poco tiempo recuperan su actualidad por alguna actuaci¨®n vistosa, la pena de muerte es de las m¨¢s acrisoladas. De hecho, no hay d¨ªa en que no se ejecute a alguien en este o aquel pa¨ªs. Amnist¨ªa Internacional se molesta en sacar todos los a?os un libro que recensiona estos asesinatos legales, pero no suele despertar m¨¢s que la efimera atenci¨®n de algunos sensibleros de los que necesitan que cada jornada traiga un motivo por el que verter la l¨¢grima que embellece su conciencia (al d¨ªa siguiente mandan el asunto al desv¨¢n de la memoria: "Por eso ya llor¨¦ ayer"). De cuando en cuando hacen falta ejecutados de lujo o demasiado numerosos en poco lapso de tiempo, o muy estent¨®reamente martirizados, o ampliaciones particularmente brutales de las normas patibularias, para que la opini¨®n p¨²blica -ese suced¨¢neo global y coercitivo del raciocinio personal- se estremezca algo m¨¢s ante los reci¨¦n aviados, clientes del verdugo. Despu¨¦s cada mochuelo vuelve a su olivo y cada cuervo a su horcaUno de los m¨¦ritos indudables de este verano de 1989 ha sido su acierto en suministrar motivos que actualicen la reflexi¨®n sobre la pena de muerte, el ejercicio espiritual pol¨ªticamente M¨¢s provechoso que quepa imaginar. Las ejecuciones pol¨ªticas en China (de las no pol¨ªticas ha habido much¨ªsimas todos los a?os sin que nadie se preocupase demasiado), la decisi¨®n del Tribunal Supremo de Estados Unidos sobre la aplicaci¨®n de la pena capital a adolescentes y retrasados mentales, los eliminados en Cuba dicen que por narcotr¨¢fico, el v¨ªdeo del coronel Yanqui ahorcado por la facci¨®n shi¨ª libanesa denominada -?Al¨¢ es el grande y misericordioso! Oprimidos del Mundo, etc¨¦tera. Tantos ejemplos edificantes no han dejado de suscitar comentarios en los medios de comunicaci¨®n sobre el terna, pero, francamente, algo decepcionantes. Me refiero, claro est¨¢, a las opiniones surgidas desde el progresismo o la izquierda, pues la derecha siempre ha sido por tradici¨®n y convicci¨®n partidaria de la pena de muerte y lo sigue siendo salv¨® cuando truena con estrat¨¦gica virtud contra sus oponentes pol¨ªticos..Para empezar, la confusi¨®n en torno a qu¨¦ es y qu¨¦ no es pena de muerte. No puede llamarse reos de pena de muerte a cuantos mueren por obra de la violencia estatal por lo mismo que no son asimilables las v¨ªctimas de la carretera a las de los atentados terroristas. ?Que a quien muere le da lo mismo perecer por una raz¨®n u otra? Por esa regla de tres vendr¨ªa a ser in¨²til investigar la naturaleza y remedios del SIDA, pues ya sabemos que cuando eso se cure no faltar¨¢n otras enfermedades de las que morirse. La pena de muerte no es simplemente matar por raz¨®n de Estado: las v¨ªctimas de la represi¨®n policial en una algarada no son ejemplos v¨¢lidos de este castigo legal, por mucho que su eliminaci¨®n nos resulte no menos escandalosa e indignante. Ni tampoco son lo mismo las bajas en una refriega b¨¦lica, ni en un bombardeo, ni las de cr¨ªmenes pasionales que las producidas por pena capital. A esta ¨²ltima la caracterizan su deliberaci¨®n y procedimiento, su legitimaci¨®n estrictamente codificada, su voluntad ejemplificadora, su demora, su ritual. Y tambi¨¦n su pretensi¨®n de aunar a la colectividad en torno a la inmolaci¨®n justiciera: esto va en serio y es sagrado porque al malo somos capaces de matarle. En tales aspectos, lo que m¨¢s se parece a la pena de muerte oficial es el atentado terrorista (no en vano ellos suelen llamarlo ejecuci¨®n). El que tal gesto se haga en nombre de la liberaci¨®n de los opr¨ªmidos o para la opresi¨®n de los excesivamente liberados -violencia pura o pura violencia, bonnet blanc ou blanc bonnet- es irrelevante palabrer¨ªa que s¨®lo interesa a los pasantes de fiscal en cada caso.Siendo tan seria la cuesti¨®n de fondo, sorprende que el debate se haya centrado en lo m¨¢s pueril: ?a qu¨¦ se le est¨¢ dando m¨¢s importancia, a las ejecuciones de los militares cubanos o a la de un deficiente mental en Estados Unidos? ?No se estar¨¢ hablando mucho de lo uno para mejor correr un velo sobre lo otro? Vuelven sobresaltos dela vieja pamema: critiquemos a Cuba, s¨ª, pero con cuidado, no vayamos a hacerle el juego al imperialismo. Las antiguas maf¨ªas y las poses sobreviven a la fe de la que surgieron. Sin embargo, tras polemizar acerca de s¨ª aqu¨ª se habla sobre y como es debido, ni una palabra sobre si se habla de lo que se debe in situ. Puedo atestiguar que durante los ¨²ltimos dos meses las protestas contra la decisi¨®n del Tribunal Supremo y contra la propia pena de muerte, por no mencionar la campa?a para impedir las ejecuciones ya sentenciadas, han ocupado a lo m¨¢s granado de la Prensa norteamericana. ?Ha habido un debate semejante en Cuba en torno al caso o todo el mundo ha aceptado que lo que hace el que manda bien hecho estar¨¢, por doloroso que sea, como ha opinado p¨²blicamente alguno de los trovadores del r¨¦gimen? Por lo visto hay una imparcialidad y apertura de la discusi¨®n exigible en Espa?a, pero no en Cuba. Sigue el paternalismo seudoprogresista: para nosotros libertad de Prensa, pero all¨ª bastante tienen con lo que tienen. Claro que, a fin de cuentas, el mantenimiento de la pena de muerte es realmente m¨¢s escandaloso en el caso de Estados Unidos que en el de Cuba. Que una dictadura, sea olig¨¢rquico-popul¨ªsta u olig¨¢rquico-conservadora, recurra a la pena capital para limpiar su patio y dirimir querellas internas de poder no tiene nada de raro: ninguna dictadura puede permitirse el lujo de abolir efectivamente la pena de muerte. Pero que un pa¨ªs democr¨¢tico pol¨ªticamente avanzado la mantenga es algo mucho m¨¢s enfermizo y alarmante.Y as¨ª llegamos al aut¨¦ntico n¨²cleo del asunto. La pregunta atinada no es ?por qu¨¦ se conserva a¨²n la pena de muerte en tal o cual pa¨ªs?, sino ?c¨®mo se ha logrado hacerla desaparecer en algunos pa¨ªses?. Despu¨¦s de todo, los Estados siempre han sentido un permanente entusiasmo por los verdugos, apoyados en esto por el m¨¢s sincero fervor popular. La masa siempre es, en cuanto tal, partidaria del linchamiento, de la ejecuci¨®n y del escarmiento ejemplar. El individuo aislado, en cambio (sobre todo si viene algo ilustrado), suele tener m¨¢s remilgos. Por eso la abolici¨®n de la pena de muerte, en los pocos sitios en donde ha sido posible, es fruto del individualismo y de la concepci¨®n individualista del Estado. Las ideolog¨ªas unanimistas y colectivistas, las que predican que el todo es lo que cuenta frente a la parte y que la oveja enferma debe ser sacrificada para preservar la salud del reba?o, sostienen sin excepci¨®n la necesidad de la pena de muerte. Tambi¨¦n las religiones menos dispuestas a tolerar disiden cias del ego¨ªsmo individual: as¨ª el islamismo o el cr¨ªstianismo mientras pudo (y todav¨ªa ahora el catolicismo vaticano predica cien veces m¨¢s contra el aborto que contra la pena de muerte). La idea de que el culpable no tiene que ser aniquilado para acabar con su culpa es una herej¨ªa fruto del hedonismo burgu¨¦s individualista. Por eso ¨¦ste sigue siendo a¨²n hoy el m¨¢s revolucionario y subversivo movimiento pol¨ªtico de la modernidad. En el fondo, lo que importa pol¨ªticamente m¨¢s de la pena de muerte no es el n¨²mero de v¨ªctimas mortales que suele producir en los pa¨ªses en que est¨¢ vigente (el crimen callejero o ciertos deportes peligrosos suelen causar m¨¢s fallecimientos), sino la concepci¨®n sacrificial de la colectividad que implica y que fomenta. De ah¨ª la importancia de luchar contra la pena de muerte: no s¨®lo para que tal o cual no sean v¨ªctimas, sino para impedir que cualquier sublime todo, en nombre de la unidad sacrosanta, nos conv¨ªerta a usted o a m¨ª en sicarios del verdugo. Que nos a¨²nen intereses y complicidades, no pat¨ªbulos.
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