El general y la ministra
Santiago de Chile, 16 a?os despu¨¦s del golpe militar, en poco se parece a la capital vista en 1976. El a?o del bicentenario angloamericano nada hab¨ªa cambiado. La ciudad en pleno invierno se ve¨ªa m¨¢s limpia que la semana antes del golpe, 11 de septiembre de 1973. Quedaban por borrar restos de los gritos de combate y protesta aferrados a los muros en tomo a la Moneda. Negras letras, dos y m¨¢s veces la altura de un hombre y m¨¢s que pintadas chorreadas, testimonio de la agon¨ªa rebelde de un pueblo estrangulado por una desestabilizaci¨®n de laboratorio, y polarizado entre haves y have nots, los ricos y los pobres de Hemingway. Del Estadio Nacional no se hablaba el a?o del glorioso aniversario inspiraci¨®n de nuestras trabajosas independencias: 1810-1824.Nada se o¨ªa en 1976. El verano de 1989, en cambio, se hablaba a cada rato del coliseo en que gracias a la Pepsi actuar¨ªa Rod Stewart sin que nadie recordara el pared¨®n de 1973 y sus infames gradas; pero s¨ª del rock concert, del precio estratosf¨¦rico de las ¨ªnfimas localidades, de lo que ped¨ªan los revendedores por las buenas, de que se agotaban como si lo que se acababa fuera el mundo; porque vendr¨ªan de Valpara¨ªso, Vi?a y hasta de Valdivia o Concepci¨®n a escuchar a Rod. Llegar¨ªan la v¨ªspera, con o sin saco de dormir, a pasar la noche ante los fat¨ªdicos portones, quiz¨¢ sin saber que all¨ª muri¨® V¨ªctor Jara, un cantante tan politizado como Sting, no m¨¢s, y del mismo credo; o como Bruce Springsteen, defensor rock del jingo¨ªsmo reaccionario que ha hecho un patriota vitalicio de Ollie North.
Sin Pinochet, producto de Milton Friedinan y sus Chicago Boys, Chile carecer¨ªa de genuinos hedonistas, novedad espeluznante para el Tercer Mundo americano y primer brote de la nueva clase que domina el pa¨ªs desde Santiago.
Sin los reemplazantes de los barridos por el golpe y de los establecidos, son los hambrientos, los que exigen y obtienen loque nunca so?aron, los hedonistas conversos; gente educada mal o amedias, sin tradici¨®n ni historia, estos nuevos comerciantes, periodistas, profesores de esto y lo otro, pintores intelectuales, escritores, a sus anchas en la nueva generaci¨®n que todav¨ªa surge de la vieja como una culebra que cambia las escamas. Aunque no vivan en los barrios de la gente linda, gozan de una ciudad sembrada de rascacielos, supermercados, shopping centers, restaurantes, teatros, cines y boutiques. De ellos ha surgido la Pepsi generation, inventada por la temible rival ?e la pausa que refresca, en este flamante Gran Santiago, aunque no figure todav¨ªa en Cities of the World, almanaque Gotha de las ciudades del mundo, y junto con la Junta los salvara de Salvador Allende y del comunismo, los que redimieron la nueva clase media inventada por Maggie Thatcher y por Milton y Pinochet, en la que fin es la Copia feliz del ed¨¦n que anuncia la cancion nacionaL Son los que est¨¢n ciertos de unirse a losconsumidores voluntarios a los que hacen haves- Al fin de cuentas, nada triunfa tanto como el triunfo (nothing succeeds like success), se dice en el ingl¨¦s de Am¨¦rica.
La cocacolizaci¨®n del mundo es un hecho que Pepsi-Cola no pasa por alto. El a?o pasado Zaire inaugur¨® su planta embotelladora de Coke, y los lacayos de Mobutu vistieron de librea para servir perdices al horno, en platos de Limoges, y escanciar vinos del Loira en copas heladas para contrarrestar el calor africano. Si desde hace m¨¢s de 20 a?os los rojos camiones que distribuyen el n¨¦ctar de la democracia dominan el tr¨¢nsito en Santiago, Pepsi no se ha quedado atr¨¢s. Contrata a los rockeros de cartel y satisface a las multitudes en tierras ex¨®ticas y lejanas, y no siempre tercermundistas, puesto que hasta Jap¨®n ha llevado astros del rock. En Santiago, el primer concierto de rock vivo fue tambi¨¦n la apoteosis de Stewart.. Y aunque no bastara para hacer de los que balbuceaban o a¨²n no nac¨ªan en 1973 la Pepsi generation, la brecha est¨¢ abierta. Antes, que se marcharan de la ciudad Rod, su gigantesco guardaespaldas y el resto de su entourage, aparecieron por la ciudad anuncios de UB40, la atracci¨®n siguiente. La tercera ser¨ªa Madonna. Los peri¨®dicos alcanzaron a anunciarla antes que Pepsi le cancelara el contrato por los v¨ªdeos de su ¨²ltimo disco: la camale¨¢nica rockera aparec¨ªa en pa?os muy menores, y diz que besando los pies del Salvador. Michael Jackson bien podr¨ªa reemplazar a la atrevida. La primicia no le toc¨® al andr¨¢gino cantante, sino al ingl¨¦s, por el menor precio y la nacionalidad. Sin embargo, Pepsi escogi¨® bien. La huella albi¨®nica no desaparece todav¨ªa del Cono Sur y hay que respetar el orden de precedencia: en 1831 las Malvinas quedaron indefensas por el ataque del US Lexington, y en 1833 Inglaterra se instal¨® en el puerto de Soledad y en las islas. Pero si no Madonna, alguien deleitar¨¢ al p¨²blico capitalino en carne y hueso, y por televisi¨®n nacional a las provinc¨ªas, y a los pobres. Mick Jagger quiz¨¢. 0 David Bowie, super¨ªdolos que no tienen m¨¢s a?os que Stewart, y tan ingleses cpmo ¨¦l.
La pericia t¨¦cnica de la tele chilena es la comadrona de la flamante clase media. Por ejemplo, el se?or presidente terminaba su incons¨²til mandato el 12 de marzo. Ese d¨ªa, a las 9.30 de la noche, se televisaba en cadena nacional el v¨ªdeo del concierto transmitido parcialmente en directo la semana anterior. Naturalmente, el espect¨¢culo filmado coincid¨ªa con el discurso terminal de Pinochet, precedido por el himno patrio, ejecutado con ejemplar virilidad por un orfe¨®n militar, algo templada por la fotogenia de las zonas tur¨ªsticas de la naci¨®n. El concierto filmado, tres horas de rock, se televis¨® a las 10. 15 de la noche.
Al general Pinochet le pasa un poco lo que al ayatol¨¢ Jomeini. S¨®lo.que en lugar de endemoni¨¢rsele se le embrutece sin dejar espacio para sus m¨¦ritos. El thatcherismo, aprendido o no a trav¨¦s de los Friedman y sus Chicago Boys, ha llegado a un min¨²sculo pa¨ªs de 12 millones de almas -Nueva York tiene m¨¢s habitantes-, muertas y ag¨®nicas muchas por obra y gracia de la Administraci¨®n que cogi¨® al toro por las astas inspirada por Kissing¨¦ (pronunciaci¨®n francesa) y su presidente, el del Watergate. Y funciona.
Si Rod y la Pepsi trajeron a esta nueva naci¨®n de hedonistas fertilizada por capitales extranjeros protegidos por la autoridad uniformada y la privatizaci¨®n, por ejemplo, la de la compa?¨ªa de tel¨¦fonos chilena (ahora de Bond, un inversionista australiano), y de cuanto tiene el peque?o pa¨ªs fuera del cobre, que ya sabemos a qui¨¦n le sirve. ?Qu¨¦ de raro tendr¨ªa que reformando la Constituci¨®n de 1833, modelo de tanta otra en la Am¨¦rica nuestra, fuera posible la reelecci¨®n de un mandatario? As¨ª les ocurre casi autom¨¢ticamente a los de la gran democracia del norte. La masa agradece el placer aunque despu¨¦s de acordado d¨¦ dolor. Rod Stewart le hizo justicia al rito rock, tarareando y cantando, erotizando el micr¨®fono, y dando brincos y volteretas por largo m¨¢s de dos horas, y acab¨® derriti¨¦ndose al escuchar su m¨¢s famosa canci¨®n cantada por miles de voces con ¨¦l y solas: To,night's the night... Ms gonna be all right.Si la ministra brit¨¢nica sigue triunfando, ?por qu¨¦ no podr¨ªa completar Pinochet su milagro, aunque no sea de segunda sino de tercera mano, con ropa de civil y el consentimiento del electorado? Hasta la ciudad vieja se remoza desde lo que es ahora el secreto coraz¨®n de Santiago, el centro en tomo a la plaza de Armas, donde sigue relegada a una pobre esquina la estatua ecuestre de Valdivia, fundador de Santiago y conquistador conquistado hasta por los mapuches que lo asesinaron.
Todo lo que se ha hecho aqu¨ª repite necesariamente la recapitalizaci¨®n del pa¨ªs. Porque si Correos, los portales o galer¨ªas, la municipalidad y la catedral que la encuadran, siguen donde est¨¢n, el centro est¨¢ cerrado al tr¨¢nsito para convertirse en una suerte de shopping center con estructuras vanguardistas encajadas donde hasta el momento no ha, sido posible arrasar con lo antiguo, incluso los ubicuos rotos, visibles todav¨ªa en 1976. En Santiago, h¨¢bitat de un tercio del pa¨ªs, no se ve proletariado urbano, sino gente de conducta larval pese al relumbr¨®n de su ropa barata. A veces te imaginas que los ha rezumado el empedrado colonial, al descubierto ahora. Las llantas de los coches lo habr¨ªan soportado con menos protesta que los rocinantes coloniales, y que los pies de uno. Por aqu¨ª no llegan los hedonistas de Providencia o de Apoquindo y bien pocos habr¨¢ que hayan visto a Rod Stewart como no sea en la tele. Los que no se dedican - al tr¨¢fico de divisas -no faltan turistas por aqu¨ª- se meter¨¢n al teatro Real, viejo templo de la Paramount, donde se pasa Red heat, el filme de Schwartzenneger en la Uni¨®n Sovi¨¦tica y... en Chicago. Pero todo puede pasar cuando lleguen las elecciones. Resulta dificil imaginarse al augusto general metido en las victoriosas faldas de la ministra y viceversa. Al fin de cuentas, es posible que Maggie se sienta a veces una suerte de Catalina la Grande. El general Pinochet preferir¨¢ so?arse presidente electo de Chile, la copia feliz del ed¨¦n estos d¨ªas.
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