Carmen
No dir¨¦, desde luego -como Napole¨®n dec¨ªa a sus ej¨¦rcitos que todo buen soldado llevaba en la mochila un bast¨®n de mariscal-, que toda mujer tiene en la cocina un esca?o de parlamentario. Al contrario, trato de situar la candidatura de Carmen Romero a las Cortes dentro de una rilayor racionalizaci¨®n de la sociedad pol¨ªtica espa?ola con respecto a las mujeres. Lo cual es un avance, a simple vista, v¨¢lido para todas, en una Europa donde la balsa femenina corre un creciente riesgo de asernejarse a la de la Medusa.En esta sociedad del espect¨¢culo, en la cual la comunicaci¨®n es tan uniforme que es como si vivi¨¦ramos en una aldea planetaria, la aldea, como cualquier aldea que se respete, anda hoy revuelta porque una mujer espa?ola de 42 a?os, madre de tres hijos y esposa del jefe del Gobierno, se desprende de su resplandeciente tchador de mujer poderosa por delegaci¨®n matrimonial y pasa a la lucha pol¨ªtica a cara descubierta. Aunque no afirmo que sea in¨²til para este fin llevar el apellido Gonz¨¢lez y el caso Carmen Romero nazca incluso de la celebridad y no del anonimato, lo m¨¢s destacado es otra cosa: que la voluntad de independencia de una mujer se manifieste a ese nivel. No veo en ello contradicci¨®n. Carrnen hasta podr¨ªa parecer una especie de ¨¢ngel vengador. Mientras que el hombre italiano, alem¨¢n y espa?ol ha ense?ado lastimeramente la virtus del "domus mansit lanam fecit" (como teorizaba Evola, el te¨®rico de Mussolini), ella invierte de pronto la imagen antigua y se lanza al compromiso p¨²blico. En este siglo nuestro, por lo dem¨¢s, bastantes mujeres que admiramos han subido al poder en nombre de padres y esposos asesinados por la barbarie pol¨ªtica, como Coraz¨®n Aquino, Benazir Bhuto, Indira Gandhi y, en tiempos, la se?ora Bandanareike. Esto les parec¨ªa muy bien a todos, y adem¨¢s se produc¨ªa en el remoto Tercer Mundo subdesarrollado. El que despu¨¦s esas mismas mujeres hayan demostrado excepcionales cualidades de cerebro y coraz¨®n se ha tenido por secundario, pues lo esencial, com¨²nmente aceptado, radicaba en su status de viudas y hu¨¦rfanas. Lo que hoy le resulta intolerable a la aldea es que esta condici¨®n anormal no se d¨¦, y hasta que se produzca lo contrario: el marido de la candidata est¨¢ vivo, desborda energ¨ªa, es guapo y tiene un talento pol¨ªtico reconocido a una en Europa por hombres y mujeres.
?C¨®mo es posible? El sentido com¨²n de la aldea quiere que las mujeres comme il faut tengan salones pol¨ªticos en la televisi¨®n, se vistan en Valentino, escriban libros desastrados cuando sus maridos son ilustres novelistas, mientras directores de cine a sueldo ruedan pel¨ªculas sobre sus nada edificantes vidas de musas desocupadas. Contra este consumismo del sexo marital publiqu¨¦ una vez un art¨ªculo (recogido tambi¨¦n por EL PA?S) que me cost¨® muy caro, porque estas Egerias son poderos¨ªsimas en los partidos italianos, incluso en los de izquierdas.
Escrib¨ªa Olimpia de Gouges, guillotinada durante la Revoluci¨®n Francesa, en la Declaraci¨®n de Derechos de la Mujer: "El Gobierno franc¨¦s ha dependido durante siglos de la administraci¨®n nocturna de las mujeres". Tras la revoluci¨®n, Napole¨®n rehabilit¨® a las merveilleuses, con los senos al aire, a quienes hoy llamar¨ªamos mujeres objeto. Poco han cambiado las cosas si De Gaulle, 150 a?os despu¨¦s, dirigi¨¦ndose un d¨ªa a sus ministros, los interpelaba burl¨®n: "Se?ores, ustedes, que se desnudan a las cinco de la tarde... ".
Hay malestar femenino en Europa: las mujerers retroceden, zarandeadas en las consultas pol¨ªticas -la ¨²ltima, las elecciones europeas de 1989-, tratadas por sus propios compa?eros de partido con la rivalidad que suele reservarse al equipo de f¨²tbol adversario en el partido final. La presencia femenina en los Parlamentos y en los cargos de responsabilidad ha disminuido, sobre todo en nuestros pa¨ªses mediterr¨¢neos. En el ¨²ltimo Gobierno de Andreotti -unas 100 personas en n¨²meros redondos entre ministros y subsecretarios- han entrado cinco mujeres, de las cuales s¨®lo una ministra, para el sector de los asuntos sociales. ?No hab¨ªa escrito Wojtyla una ep¨ªstola en favor de la dignidad de las mujeres y hasta sobre su genio?
La burla m¨¢s descarada, en Italia, ha sido la elecci¨®n de la pornodiva Cicciolina para el Parlamento. Con el t¨ªtulo de onorevole, que le corresponde por ley, la virtuosa doncella puede hoy firmar d¨ªa y noche sus casetes porno-hard: es la primera gran operaci¨®n OPA que ha invadido los mercados de sexo cansado. Y hoy ya imperan los comportamientos m¨¢s disparatados. Mientras escribo estas l¨ªneas, en dos p¨¢ginas de La Repubblica veo a Marina Ripa di Meana (la mujer del comisario italiano en la CEE) que, desnuda como su madre la trajo al mundo, nos ense?a sus nuevos pezones, "peque?os y perfectos", esculpidos por el m¨¢s famoso cirujano est¨¦tico, un brasile?o. Flaco consuelo para las italianas, que por esos mismos d¨ªas han visto aumentar de precio la gasolina, el tel¨¦fono, el permiso de circulaci¨®n de los coches, etc¨¦tera.
Mirando a la otra parte de Europa, al muy morigerado Este comunista, 1989 nos vuelve a presentar a la rid¨ªcula pareja rumana de los Ceaucescu en un episodio, como poco, ins¨®lito: el marido jefe del Estado condecora a la mujer, Elena, con el t¨ªtulo de "hero¨ªna de Ruman¨ªa" -imposible comprender la raz¨®n- y promulga celebraciones p¨²blicas para ensalzarla. En Roma, en el nuevo PCI, reaparece el viejo PCI con la tercera mujer de Occhetto, una moza bolo?esa que lo besa en la boca tras haber convocado a una fot¨®grafa de fama. Y todos publican ese eros comunista impreso en blanco y negro y en colores. ?Ser¨¢ el beso del poder? La duda y luego la certeza han circulado por una Italia burlona cuando la esposa del l¨ªder del nuovo curso comunista fue nombrada ministra de Educaci¨®n Nacional en el primer Gabinete en la sombra del PCI. Ya en el viejo curso comunista estaba "la compa?era de Togliatti", hija tambi¨¦n de la florida Emilia, Nilde Jotti. El dirigente hist¨®rico hab¨ªa amenazado con dimitir si no era elegida para la direcci¨®n del PCI. Nada que objetar, pues la se?ora pronto iba a demostrar su val¨ªa, si la ascensi¨®n de la nueva compa?era no hubiera ido acompa?ada por la liquidaci¨®n de la antigua mujer, Rita Montagnana (quien, mira por d¨®nde, perdi¨®, adem¨¢s de a su marido, tambi¨¦n su puesto en la direcci¨®n del partido). En Par¨ªs tuve ocasi¨®n de conocer a la mujer de Maurice Thorez, la terrible Heannette, que daba caza a los italianisants (simpatizantes de los italianos), y a¨²n estoy corriendo.
La Jotti era incomparablemente mejor -igual que el PCI es siempre mejor, hecho archisabido, que el PCF-. Y, adem¨¢s, Nilde Jotti, en los a?os de
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Viene de la p¨¢gina anterior rigurosa viudedad, casi una religi¨®n del comportamiento, adem¨¢s de recibir el homenaje del partido, con ese culto que se consagra a los grandes muertos, se destap¨® tambi¨¦n como mujer de excelente talla parlamentaria y ocupa dignamente, desde hace ya una decena de a?os, la presidencia de Montecitorio. En cierto sentido ha vivificado la instituci¨®n (¨¢rida) con un comportamiento concreto (rico), confirmando as¨ª que una mujer puede manifestar una riqueza insospechada cuando une libremente estilo individual y dignidad de su papel.
Trazo este cuadro entre viejo y nuevo para afirmar que la candidatura de Carmen Romero adquiere a mis ojos un cariz te¨®rico de gran inter¨¦s, dentro de lo que he definido como "el tercer tipo de feminismo". En esta fase, las mujeres no se autoexcluyen de la pol¨ªtica, encerr¨¢ndose en el gueto del rechazo, con el fin de no "mancharse las manos". La sociedad civil que tienen ante ellas -y ¨¦se me parece el sentido de la campa?a electoral de Carmen para el PSOE- no est¨¢ constituida s¨®lo por otras mujeres, sino por problemas que afectan a todo y todos: a j¨®venes y viejos, escuelas y hospitales, salarios, viviendas, servicios sociales y transportes, a la relaci¨®n con Europa. Se delinean nuevas alianzas para las mujeres -que en Espa?a postulan la paridad en todos los campos e iguales posibilidades- con los protagonistas masculinos de la pol¨ªtica. La alianza tiene una lucidez y una dial¨¦ctica propias: por un lado, no todos los hombres son fal¨®cratas; por otro, no todas las mujeres est¨¢n compuestas de sustancia angelical. Por lo de m¨¢s, la candidata Romero ya hab¨ªa trazado una alianza, abierta, con el PSOE, militando en sus filas en los lejanos a?os de la clandestinidad, actuando despu¨¦s como simple militante entre los socialistas y adhiri¨¦ndose luego calurosamente al sindicato UGT, y por ¨²ltimo, sosteniendo el feminismo socialista (?que llev¨® la cuota de las candidatas hasta un 25%!). Adem¨¢s del trabajo intelectual en la docencia, que ha conseguido obstinadamente realizar, ha criado a tres hijos, Pablo, David y Mar¨ªa. Y ¨¦ste es el otropuntito te¨®rico que concierne a mi feminismo de tercer tipo: la mujer, a causa de sus ritmos biol¨®gicos, tiene un tiempo de afirmaci¨®n a edad m¨¢s avanzada que el hombre. A los 42 a?os, mientras que un hombre suele estar cansado, teme a la vejez y despliega una fren¨¦tica virilidad en su relaci¨®n con mujeres m¨¢s j¨®venes (en Espa?a he observado a menudo con estupor cu¨¢ntos pol¨ªticos e intelectuales, en los a?os posteriores al franquismo, han dejado a la vieja por la nueva y se han lanzado de buen grado a procrear), a las mujeres les ocurre lo contrario. La fascinaci¨®n que Balzac atribu¨ªa a las cuarentonas encaja en las caracter¨ªsticas de nuestro tiempo. En cierto sentido, es a esa edad cuando una nueva afirmaci¨®n comienza: maduraci¨®n del yo femenino y de su explosiva diferencia en la igualdad. El caso de Carmen Romero, que ha actuado de im¨¢n de maledicencias y perfidias en la Prensa espa?ola -mientras que en Italia las j¨®venes dicen: "?Hace muy bien en lanzarse al ruedo!"-, es un v¨¢lido ejemplo de nuevo feminismo.
Carmen Romero me es simp¨¢tica, desde luego. La he visto tres veces, en tres situaciones distintas, que ahora se recomponen en un r¨¢pido retrato. Tiene un rostro armonioso, "una mezcla de Goya por los tonos morenos y de Modigliani por los rasgos ahusados", escrib¨ª de ella una vez. Pero lo que m¨¢s curiosidad me inspira es su sonrisa ir¨®nica, su rostro pensativo, la alegr¨ªa burlona de un esp¨ªritu independiente. Y le a?ado una buena dosis de bondad. Mientras me desped¨ªa de ella, en 1985, en la recepci¨®n ofrecida en la Moncloa a los intelectuales europeos, me dijo inesperadamente: "Vuelva cuando quiera, y consid¨¦rese en su casa". Percib¨ªa yo que ella hab¨ªa intuido en mi vida de europea vagabunda mucho m¨¢s de lo que yo le hubiera dicho. Despu¨¦s, cuando apareci¨® en castellano mi libro Dos mil a?os de feficidad -ella lo hab¨ªa le¨ªdo con atenci¨®n, Felipe quiz¨¢ se limitaba a confiar en su juicio-, me invitaron a almorzar en la Moncloa. Vuelvo a verlos a todos alrededor de la mesa familiar, en ese fr¨ªo palacio al que la familia del presidente ha aportado un poco de calor. Entonces toda la escena estaba ocupada por ¨¦l, el magn¨ªfico Gonz¨¢lez. Ella callaba. Pero al final, cuando nos quedamos solas, me empez¨® a hablar con arrebatada pasi¨®n de mujeres europeas, de un encuentro entre mujeres de la pol¨ªtica y de la cultura en Madrid. La tercera vez me conquist¨® describi¨¦ndome Roma bajo la roja puesta del sol que se ve desde Trinit¨¤ dei Minto. Me recordaba a Goethe: "Todos somos viajeros y buscamos Italia". Quer¨ªa traducir al castellano la refinada novela de Anna Banti Artemisia. Su italiano es gracioso, de sones modulados; lo ha aprendido en el Istituto Italiano di Cultura, donde me han contado que asiste a los cursos de lengua y a las tertulias. Cuando llegu¨¦ a la Moncloa, en 1988, para la entrevista con Gonz¨¢lez que abre mi libro sobre Europa, sali¨® a mi encuentro. Estaba m¨¢s segura de s¨ª, m¨¢s gr¨¢cil, elegante con su blusa de seda blanca, sobre la que llevaba un echarpe de lana violeta. Dos frases, ir¨®nicas: "Cuidado, pronto tendr¨¢s fr¨ªo", me advirti¨® mirando los fr¨ªos muros del edificio. Y despu¨¦s: "Felipe vendr¨¢ en seguida; se ha encerrado a escribir el discurso para la Thatcher", y lo dijo con humor, como si se estuviera preparando para un examen (Gibraltar estaba por medio) con la terrible profesora de Europa. Lleg¨® ¨¦l; ella desapareci¨® al rato, como si la conversaci¨®n pol¨ªtica no entrase en sus tareas. Y, sin embargo, estoy segura de que ya estaba decidida. Basta con mirar la foto que nos sacaron a los tres juntos, y que yo consegu¨ª publicar en el diario italiano donde apareci¨® mi texto. En el fondo, es un preestreno. Todo est¨¢ en ella. La decisi¨®n y la independencia.
Traducci¨®n: Esther Ben¨ªtez.
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