Un sentimiento plebeyo
Los vemos en nuestras playas y son motivo de nuestro m¨¢s ¨¢cido sarcasmo: turistas gruesos en carnes, carentes de gusto, que no protestan ante la m¨¢s infame y grasienta versi¨®n de nuestra comida, que consideran placer incomparable el cocerse primero para tostar despu¨¦s su blanca textura bajo nuestro sol insolente. Si beben demasiada cerveza y arman bulla son hooligans; si se comportan correctamente son tan s¨®lo materia contable a efectos de la renta nacional y de la m¨¢s privada rentabilidad de impresentables negocios hoteleros. Pues bien, son los nuestros. Nadie que haya salido fuera podr¨¢ creer a estas alturas que cuando nosotros viajamos damos la imagen de arist¨®cratas refinados y cosmopolitas movi¨¦ndose con soltura en un mundo civilizado al que pertenecer¨ªamos ya de forma natural. No parecemos eso: no lo somos.Abarrotan las carreteras con sus coches de segunda mano, llenos hasta desbordar de los m¨¢s baratos bienes de consumo, de hijos y dem¨¢s familia. Son moros, y nos irritan sus diferencias culturales, su idioma incomprensible, su vestimenta, su costumbre de viajar juntos en caravana que dificulta el tr¨¢fico e impide apurar las posibilidades de nuestros coches importados o de ¨²ltima generaci¨®n. Pues bueno, son como nosotros, o si se prefiere, como nuestros padres, los que se fueron a Alemania (o a hacer la Am¨¦rica) para que hoy ya podamos sentimos modernos y europeos. Cuando les dedicamos malos chistes o nuestros peores deseos estamos renegando de nuestro propio pasado, lo que puede ser inevitable, pero no refleja, desde luego, mucha lucidez.Nuestro compa?ero tonto del colegio ocupa un cargo p¨²blico, se viste con camisa a rayas y chaqueta a cuadros, y no s¨®lo se siente elegante, sino que est¨¢ convencido de encarnar el bien com¨²n y la racionalidad colectiva, y habla con el consiguiente sentimiento de responsabilidad hist¨®rica de temas sobre los que ignora los rudimentos. Pensamos: es un perfecto imb¨¦cil, y por eso se ha dedicado a la pol¨ªtica. No es correcto. Si un tonto ocupa un cargo p¨²blico ser¨¢ porque los listos consideraron m¨¢s seguro dedicarse al beneficio privado; luego no eran listos, sino idiotas, en el m¨¢s etimol¨®gico sentido del t¨¦rmino. Ahora que no se quejen.
Hay mucha corrupci¨®n, dice el fil¨®sofo, y lo explica en virtud de que hoy la pol¨ªtica est¨¢ en manos de plebeyos, que por haber lampado mucho no han sabido resistir la tentaci¨®n del enriquecimiento f¨¢cil. ?l -aclara- nunca ha sentido tal tentaci¨®n porque era rico por su casa. En ¨¦sas estamos hoy: la aristocracia de la inteligencia se remite a una posici¨®n social razonablemente privilegiada para renegar de los vicios de una masa plebeya que no sabr¨ªa resistir la atracci¨®n del dinero. De la aristocracia de la inteligencia a la aristocracia a secas resulta haber s¨®lo un paso, y un paso muy f¨¢cil de dar: quien ha nacido pobre no puede ser honrado ni l¨²cido, pues ¨¦stos son rasgos del privilegiado de nacimiento. A m¨ª esta canci¨®n me suena, y no a California sound precisamente, sino a una m¨²sica mucho m¨¢s antigua.
Admito que es un tema reciamente orteguiano, pero no puedo soportar el elitismo, intelectual o social, y su desprecio de la masa plebeya. Tras a?os de serias dudas, ya he resuelto que lo que m¨¢s detesto en este mundo no es la forma de cantar de Julio Iglesias, sino el sentimiento de buena conciencia que lleva (nos lleva) con irritante facilidad a buscar a alguien frente al que poder afirmar una hipot¨¦tica superioridad. Me molestan los yuppies, pero no a causa de sus modales horteras, ni de sus, evidentes limitaciones culturales, sino por su intolerable creencia en que ellos son los listos y los dem¨¢s un hatajo de pringados (l¨¦ase pringaos).
En los a?os de la dictadura apareci¨® un chiste (no recuerdo si del Perich o de Chumy, y bien que lo siento) que dec¨ªa: todos somos iguales menos nuestros superiores, que son inferiores. No es universalmente v¨¢lido el aforismo, pero convenientemente reformulado puede resumir el principio b¨¢sico de la democracia: todos somos iguales menos quienes se ven a s¨ª mismos como superiores. Ellos son moralmente inferiores, ya prediquen su superioridad en nombre de la riqueza y el triunfo social o de la inteligencia y la sensibilidad.
Hay que definirse: quien se quiera imaginar miembro de una selecta minor¨ªa, de una aristocracia social o intelectual, quien crea que unas masas ignorantes, proclives al enga?o, no pueden ser responsables de la elecci¨®n de los gobernantes, que lo diga claramente. Al fin y al cabo, en el origen del pensamiento occidental est¨¢n algunas de las cabezas m¨¢s radicalmente antidemocr¨¢ticas de la historia de la filosof¨ªa, y siguen mereciendo el respeto de quienes no jugamos a ese juego. Pero que no pretendan enga?arnos diciendo que debemos formar una mayor¨ªa de gente fina para poner en su sitio a los plebeyos. Mejor reconocernos como lo que somos, plebeyos, y mantener ese bajo modo de pensar que es el modo de pensar de los de abajo, como dijo el otro.
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