Una cat¨¢strofe personal
Siento la muerte de Sciascia como una cat¨¢strofe personal. Para m¨ª, m¨¢s que un amigo, era un padre, un hijo, un hermano. Nos un¨ªa una triple complicidad: la de haber crecido ambos en una profunda previncia siciliana, la de haber le¨ªdo en los mismos a?os los mismos libros y visto las mismas pel¨ªculas y la de tener la misma edad. En realidad, yo era tres meses m¨¢s viejo que ¨¦l, y ¨¦l sol¨ªa bromear a menudo sobre las obligaciones de su menor edad, cedi¨¦ndorne el paso cada vez que ten¨ªamos que cruzar juntos una puerta. Hoy es la primera vez que traiciona nuestro pacto y me precede en las sombras, es la primera vez que le puedo reprochar una prepotencia. Porque Leonardo realmente era el m¨¢s amable de los hombres. Con ¨¦l no se ha apagado s¨®lo una bell¨ªsima luz de inteligencia, sino que se ha parado un gran coraz¨®n. La talla del hombre era al menos tan alta como la estatura del escritor. Su orgulloso pudor, su discreci¨®n, su delicadeza huidiza y misteriosa son lo m¨¢s noble que he conocido en un alma. Hasta tal punto escond¨ªa tras sus silencios y su forma de ser, s¨®lo en apariencia arisca, una desarmada fragilidad, una capacidad de: abandono y de solidaridad humana.Pero, naturalmente, Italia y todo el mundo lloran hoy sobre todo al gran escritor, al maestro solemne, testigo y juez de nuestro tiempo, a quien supo oponer a toda petrificaci¨®n ideol¨®gica su intr¨¦pida actuaci¨®n, su tristeza al tiempo laica y religiosa, describiendo con rigor de moralista y fantas¨ªa de narrador exquisito los recodos m¨¢s oscuros de su tierra, de esta Sicilia amarga, de la cual todos, somos protagonistas y m¨¢rtires cotidianos.
Conciencia atenta
Sciascia ha atravesado la cr¨®nica y la historia de nuestro siglo convirti¨¦ndose en su conciencia atenta y angustiada, templando las razones de la raz¨®n con las razones pascalianas del coraz¨®n, el sofisma con la pasi¨®n, el sentimiento tr¨¢gico de la vida con la b¨²squeda heroica de la verdad. Toda su obra, desde la primera aparici¨®n fulgurante en la escena literaria italiana con Las parroquias de Regalpetra, en 1956, nunca desisti¨® de proponerse como tema esencial el conflicto de la Fuerza con la Verdad.De este modo, en sus novelas, aut¨¦nticos ap¨®logos y f¨¢bulas de la raz¨®n, ¨¦l compuso los cap¨ªtulos de una ¨²nica e inmensa novela judicial, donde la b¨²squeda de la verdad andaba pareja con el estudio apasionado de los engranajes que le eran ¨²tiles para su prop¨®sito. Movi¨¦ndose entre Pirandello y D¨¹rrenmatt, le confer¨ªa al barniz policiaco de su narrativa el temblor de una metaf¨ªsica y de una ¨¦tica, en el doble signo de la luz y del misterio. En su pen¨²ltimo libro, El caballero y la muerte [de pr¨®xima aparici¨®n en Espa?a editado por Tusquets Editores], publicado hace un a?o, cuando ¨¦l comenzaba oscuramente a percibir en su propio cuerpo las se?ales del mal que deb¨ªa matarlo, y que por tanto tiene un indudable valor de testamento, el h¨¦roe es un comisario de polic¨ªa enfermo de c¨¢ncer que antes de morir lucha por resolver un enigma. Tambi¨¦n a ¨¦l, tambi¨¦n al polic¨ªa Sciascia, le toc¨® la misma suerte: la enfermedad lo ha vencido, pero sobre el enigma de la muerte, una vez m¨¢s, Sciascia nos supera en sabidur¨ªa. A prop¨®sito de este libro, recuerdo cu¨¢ritas veces en los ¨²ltimos meses lo he acusado de haber cedido a la tentaci¨®n decadente de considerar sublime la enfermedad y trivial la curaci¨®n. Lo hac¨ªa para que ¨¦l no renunciase a combatir; que no sintiese el deber de morir para no desmentir la fuerza prof¨¦tica de aquellas p¨¢ginas. En realidad ten¨ªa raz¨®n ¨¦l y luchar ya no ten¨ªa sentido.
Queda por decir a los lectores espa?oles todo lo que Sciascia amaba a esa tierra y a su civilizaci¨®n. Hace pocos meses fue ¨¦l quien quiso premiar a un escritor vuestro, Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, con un premio de narrativa en cuyo jurado tambi¨¦n estaba yo. Recuerdo que, enferm¨ªsimo, ya condenado al lecho, me asegur¨® que ir¨ªa tambi¨¦n en camilla, por estar presente en su tierra natal de Racalmuto, a la ceremonia que quer¨ªa convertirse no s¨®lo en un homenaje al escritor, sino tambi¨¦n en un homenaje a su patria espa?ola. No le fue posible, pero sus l¨¢grimas., en su encuentro con V¨¢zquez Montalb¨¢n, en Palermo, constitu¨ªan el testimonio no s¨®lo de una vulnerabilidad de moribundo, sino tambi¨¦n una emoci¨®n de amor y de fraternidad hacia una cultura que sent¨ªa consangu¨ªnea, del mismo modo y con la misma intensidad con la que se sent¨ªa hermano de cualquier esp¨ªritu y cualquier forma de la cultura y de la historia siciliana.
Que la tierra le sea ligera.
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