Rapi?a
Resulta incre¨ªble que la desaparici¨®n de una sola persona, aunque fuera tan capaz como dicen que Toledo fue, organice semejante zapatiesta en la c¨²pula del primer banco del pa¨ªs, esto es, en las m¨¢s altas alturas del poder. Ah¨ª est¨¢n todos, fajados en sus trajes grises o azules de patricios, con el gaznate apretado por el doble nudo de sus ambiciones y sus corbatas de seda. Tan elegantes y tan finos, tan predestinados en apariencia al busto en bronce, pr¨®ceres excelsos de la patria. Y, sin embargo, se han puesto a darse de puntapi¨¦s unos a otros con sus zapatos italianos, ¨¢vidos, violentos, envenenados de avaricia, disput¨¢ndose la herencia a dentelladas con el cad¨¢ver de Toledo a¨²n caliente. Un espect¨¢culo inquietante.Y mientras tan sobrios caballeros se acuchillan entre s¨ª por los millones, hete aqu¨ª que, gracias a la implantaci¨®n del tan necesario salario social, acabo de enterarme de que en este pa¨ªs hay m¨¢s de 700.000 personas que se beneficiar¨¢n de tal medida; 700.000 paup¨¦rrimos para los que las 30.000 pesetas y pico del salario mensual supondr¨¢n un so mero alivio en la penuria. Qu¨¦ sociedad tan loca: con esas 30,000 pesetas, los pr¨ªncipes del dinero se deben hacer tirabuzones. Son los dos extremos de la escala.
Los de abajo son m¨¢s numerosos, pero se les ignora y se les desprecia: yo ni siquiera sab¨ªa que eran tantos. Los de arriba son menos, aunque protagonistas: dirigentes, prohombres. Creo que fue S¨®crates quien dijo: "Tengo un testigo de mi vida que es mi pobreza". Pero me temo que estos banqueros exquisitos prefieren una existencia clandestina: que ni siquiera su mano derecha pueda testificar contra la izquierda. Siempre tem¨ª que los ricos fueran malos, como dice el t¨®pico izquierdista; ahora, contemplando el buitreo con que se disputan los despojos del banco, empiezo a sospechar que adem¨¢s carecen de estilo. Si ¨¦stos son los ciudadanos modelos de la naci¨®n, yo soy ap¨¢trida.
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