Invasi¨®n
Y a¨²n Margaret Thatcher intenta justificar lo injustificable: la inva si¨®n de Panam¨¢ por Estados Uni dos es pura barbarie. Ah¨ª est¨¢n los muchos muertos, alguno dolorosa mente cercano, para corroborarlo. S¨ª, ya s¨¦ que Noriega es un canalla; recuerdo a¨²n aquellas im¨¢genes de televisi¨®n en las que se apaleaba a un candidado tinto en sangre, y he recibido un libro, confeccionado por la oposici¨®n paname?a, en el que se detallan y documentan algunas de las torturas y atrocidades que ha cometido el general. Es un monstruo, s¨ª, de eso no hay duda. Pero es su monstruo, el de los paname?os. Si se quiere ayudar a un pueblo en su lucha contra la tiran¨ªa, hay medidas de presi¨®n internacional, medidas eficaces, legales y no asesinas. Pero parece que lo que les interesa de verdad a los americanos no es el bienestar y la democracia de los pa nameflos (a fin de cuentas son lati noamericanos, morenitos), sino el sustancioso canal y su usufructo. Su propio poder, en suma. Y por ¨¦l matan. Incluso, a lo que parece, a quienes enarbolan una bandera blanca. Tambi¨¦n algunos pa¨ªses del Este pidieron a Gorbachov que entrase en la despedazada Rumania a san gre y fuego. Craso error: los ej¨¦rcitos invasores no se marchan nunca, en presencia o en esencia, de los pa¨ªses invadidos. Ese fara¨®n del Este, ese Ceaucescu aberrante y siniestro ten¨ªa los d¨ªas contados. Su fin ya hab¨ªa comenzado, y por eso andaba sumido en una fiebre destructiva, para tapar, con las muertes ajenas, el tufo de la propia. ?Qu¨¦ pensar¨ªa, en su delirio, el viejo emperador es talinista? ?Creer¨ªa que ¨¦l solo iba a poder salvarse de los cambios? ?Pretender¨ªa encerrar Ruman¨ªa en un nuevo muro construido con los cad¨¢veres de los manifestantes? ?So?ar¨ªa por las noches que era eterno? Tanto Noriega como Ceaucescu no son sino un par de miserables carniceros, s¨ª, pero han de morir, como dir¨ªa Rilke, de su propia muerte. Es decir, matados por la Historia y por los suyos.
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